Ian se apoderó de su cintura con un brazo y la levantó hasta dejarla a horcajadas sobre él. Sentado en la cama, sin salir de su cuerpo, prendido de su garganta, de sus pechos, del lóbulo de su oreja… Cada movimiento era una espiral de deseo que se rompía, que los golpeaba, que los arrastraba con una fuerza que ninguno de los dos había conocido hasta entonces._ Lía, mírame. _ le suplicó, porque a pesar de tenerla, temblorosa y entregada como ninguna otra amante se le había entregado jamás, Ian estaba aterrorizado, a
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