Luna de miel por contrato
El jefe fingió estar casado, pero su familia quería conocer a su esposa.
Ella, por su parte, necesitaba vacaciones con urgencia.
Así que hicieron un trato: él la llevaría a una lujosa luna de miel en un destino paradisíaco, pero con una condición… debía fingir ser su esposa. Y, para asegurarse de que todo saliera según lo planeado, había un contrato con reglas muy claras:
Nada de besos.
Nada más que una relación laboral.
Nada de compartir la misma cama.
Para ella, no sonaba tan mal. Vacaciones pagadas en un lugar de ensueño… con su jefe. ¿El problema? Lo odiaba con cada fibra de su ser.
Pero, como dicen, a caballo regalado no se le miran los dientes. Así que firmó el contrato, convencida de que cumplir esas reglas sería pan comido.
Después de todo, solo eran unas simples vacaciones. ¿O no?