La esposa suplente del millonario
Ignacio entró a la habitación Amelia lleno indignación y le dijo:
—¿Quién se supone que eres? —La tiró agresivamente sobre la él acababa descubrir que ella no era en realidad su esposa, sino una usurpadora.
—¿De qué hablas?
—No te hagas la tonta, ya sé toda la verdad, sé que no eres mi esposa. —Un escalofrío invadió el cuerpo de Amelia.
—¡Respóndeme! ¿Quién demonios eres y por qué viniste a llenar mi vida de tantas mentiras? —Amelia se quedó muda y su rostro empalideció.
—¿Te vas a quedar callada? ¿Dónde está Silvia? —Ella tomó aire y con una voz temblorosa respondió:
—No lo sé, ella me dijo que se iba de vacaciones por un tiempo, pero nunca regresó. —Hubo una pausa, después él le dijo:
—¿Cuánto dinero te pagó ella para que hicieras esta asquerosidad?
—Nada —dijo entre sollozos—. No me pagó nada.
—No te creo, dudo que una oportunista como tú haga algo sin recibir nada a cambio, estoy seguro que esa zorra debió pagarte muy bien por tu sucio trabajo.
—Te juro que no recibí nada de ella.
—¿No? ¿Entonces cuál es tu objetivo de meterte en mi casa haciéndote pasar por ella?
—Perdóname, yo no quería hacerte daño.
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