Capítulo 2:

El sonido vibrante de la música era embriagador y excitante. Atravesaba su cuerpo en una frecuencia de ondas ensordecedoras, segadoras, que iban al ritmo de las luces de aquel lugar.

Después de un año, Emily había aprendido a no solo habitar ese lugar, sino que también se había vuelto parte de el de un modo que muy pocos lograban comprender, o siquiera se molestaban en intentarlo.

Toda su vida había sido la hija perfecta, la heredera ideal, la novia soñada; toda su m*****a existencia había estado normada y reglada desde el momento en que abría los ojos en la mañana hasta que los cerraba por la noche al dormir. Pero allí, en la guarida del lobo, como solían llamar a ese lugar decadente, ella había encontrado la libertad que tanto anhelaba.

Emily contoneaba su cuerpo semi desnudo al compas de la música, la cual parecía brotar de cada poro de su cuerpo, mientras se deslizaba de manera sensual a través del rubo de metal.

Los hombres a su alrededor aullaban enardecidos mientras la observaban bailar, imaginando la gloria que seria poseerla tan solo por unos minutos. Ella los observaba de uno en uno, clavando su mirada azul en cada uno de ellos, incitándolos a delirar en sus pensamientos, puesto que este sería el único sitio donde sus deseos se harían realidad.

Ellos lo sabían, ella también lo sabía. Emily era la fruta prohibida de aquel lugar, la única que no podía ser poseída a menos que ella lo deseara realmente.

Muchos hombres tontos iban hasta ella cada noche dejándole dinero por sus bailes, sus sonrisas seductoras e incluso solo por sus miradas lesivas cargadas de fría indiferencia. Cada uno de ellos tenia el mismo objetivo, seducirla y llevarla a la cama.

Pero Emily era lista y no se metía en la cama de cualquiera, a fin de cuentas, era la preferida del jefe de la mafia italiana, lo cual le daba cierto estatus dentro del clan. Ella era considerada como una princesa para todos los allí presentes.

Una princesa cuyo trono estaba a punto de derrumbarse.

Cuando finalmente ella se canso de bailar, bajo de su podio, yendo en busca de un trago que renovara su espíritu. Pero como solía ocurrir, un tonto que se creía astuto la acorralo a medio paso.

—Te vi bailando, cariño… ¿Cuál es tu nombre? —ronroneo el extraño con una sonrisa ebria de delirante deseo.

Emily se asqueo de tan solo ver el fuego cocinarse en sus ojos, en aquella mirada imperturbable.

—Tafy—mintió ella, chocando su hombro con el del extraño para abrirse paso.

Sin embargo, el extraño la retuvo con firmeza por la muñeca, obligándole a moverse hacia él.

—Lo lamento, pero no tienes cara de Tafy—ronroneo el hombre con una sonrisa creciente—. Me estas mintiendo ¿Cuál es tu nombre?

Emily le lanzo una mirada fulminante que opacada por el juego de luces danzando a su alrededor y la oscuridad que mecía entre ellos.

—Hada—volvió a mentir ella. Pero en esta ocasión, ella no aparto su mirada de la de el ni intento marcharse. Ella lo desafió, empujándolo al filo de la oscuridad que habitaba en su interior.

Aquel pobre diablo de sonrisa borracha cayo en la trampa, mientras enderezaba su postura y se aproximaba a ella un paso. Emily estaba lista, preparada. Anhelaba con demasiado fervor ese momento, ese maldito instante que le daría una chispa de emoción a su vida.

—¿Por qué vuelves a mentirme cariño?—hablo el extraño con una sonrisa empalagosa, mientras se inclinaba hacia ella para susurrar en su oído—. ¿Así como sabre que nombre gemir en la cama?

Ella sonrió con deleite perverso, imaginando casi como su puño impactaría contra el rostro de ese hombre. Pero su placer le fue arrebatado en un solo instante, cuando el extraño fue arrancado de su campo de visión hacia atrás con toda violencia.

Un pestañeo mas tarde, Emily supo que estaba en problemas… otra vez.

—Su nombre es Emily, pero tu ya lo sabes, hace tres noches que vienes solo a verla—dijo Samuel con un tono tan vil y perverso que erizó el bello del cuerpo de ella—. Dime, perdedor ¿Acaso eres un pervertido que viene a verla para luego imaginarse cosas asquerosas mientras se toca?

El rostro del hombre palideció, pero no lo suficiente. Si sabia que estaba hablando con el jefe de la mafia italiana… bueno, eso era un verdadero misterio, pero la respuesta mas fidedigna era no, en especial por la sonrisa que le dedico.

—Solo me gusta ver bailar a las zorras… en especial cuando son tan bonitas—respondió el extraño, demasiado ebrio para sostener la mirada de Samuel sin que esta se desviara a todas partes.

Pero no lo suficientemente ebrio como para no sentir el brutal golpe de la paliza que se acababa de ganar. Emily lo sabía muy bien.

Samuel simplemente rio con frialdad, antes de arrojar al extraño a su grupo de matones cercanos, quienes disfrutarían de golpearlo casi tanto como lo habría hecho Emily.

—Tenía la situación perfectamente controlada—gruño Emily contra el rostro de piedra de Samuel.

—Te llamo zorra—dijo el con simpleza, estudiando su rostro con especial detenimiento.

—¿Y? —grazno ella alzando una ceja dorada.

Samuel parpadeo, sorprendido, lo cual solo sirvió para exaltar sus ojos verdes. Lentamente una sonrisa petulante emergió en sus labios finos.

—En otro momento, hace apenas unos mese atrás, esas palabras te habrían molestado—hablo el con cierta reflexión en su rostro de piedra—. Sin lugar a dudas ya eres una de nosotros.

Las palabras de Samuel fueron dichas con tal sentimiento que habrían conmovido el corazón de Emily, si acaso ella tuviera uno.

Samuel se dio la vuelta, apartándose de ella con un rumbo fijo al piso superior, en el cual se encontraba una pequeña oficina insonorizada, a la cual solo iba cuando…

Emily trago duro, buscando con la mirada algún matón que le confirmara lo que sospechaba. Su cruce de miradas fue fugaz pero conciso. Las cosas estaban mal.

Sin pensarlo dos veces, ella correteo detrás de Simule, alcanzándolo recién al llegar a la oficina superior.

Al cerrar la puerta detrás de ella, Emily no solo los encerró a ambos en un espacio relativamente pequeño, sino que también los aisló del mundo exterior, algo que Samuel necesitaba con notable desesperación.

—¿Qué ocurre? —pregunto ella llegando hasta él.

Samuel se dejo caer sobre una silla de madera, mientras se desajustaba la corbata y desprendía los primeros botones de su camisa blanca. Emily se arrodilló ante él, retirándole las botas, pero Samuel la detuvo, sosteniendo su rostro con delicadeza mientras pasaba un dedo por la curva de sus labios.

—Son los rusos—dijo Samuel con calma, mientras sus ojos verdes, relucientes como dos esmeraldas se clavaban en los de ella de manera inamovible, casi depredadora—, el acuerdo salió mal.

Emily trago duro.

Solo llevaba un año allí, solo un año desde que su vida anterior se había ido a la m****a la misma noche su nueva vida comenzó gracias al amparo de una anciana matrona de uno de los prostíbulos de Samuel.

Ella había comenzado como prostituta, convirtiéndose en bailarina exótica de uno de los bares de la mafia italiana. Pero cuando Samuel y sus hombres la encontraron, coincidieron en lo mismo.

Las habilidades intelectuales y elitistas de Emily podrían ser recursos muy especiales para que ellos explotaran. Desde entonces, ella se había ido ganando un puesto entre los miembros del círculo selecto de Samuel.

Se había ganado la confianza del hombre, como así también libertad… o al menos libertad casi total.

Ser la favorita del jefe tenia sus ventajas, pero también una serie de reglas que ella debía seguir.

—¿Qué tan mal salió? —pregunto ella con un susurro de voz, sintiendo como sus músculos se tensaban por los nervios.

Samuel escupió una sonrisa fría, mientras terminaba de desabotonar su camisa sin prisa alguna. Un par de segundos mas tarde, el revelo una serie de moretones redondos que rodeaban su abdomen firme.

Emily parpadeo, espantada, mientras tragaba duro. Sabia perfectamente que era eso.

—No se presentaron, fue una m*****a emboscada—escupió el con fastidio, mientras pasaba una mano por su cabello—. Mataron a uno de mis hombres, pero nosotros matamos a cuatro de los suyos.

>>M****a<< pensó Emily, mientras se ponía de pie para preparar dos tragos de wiski añejo que Samuel reservaba para ocasiones especiales. Aquella sin lugar a dudas lo era.

—¿Pudiste esconder la situación?—pregunto ella entregándole un vaso a él, cuyo liquido marrón sacudía un par de hielos en su interior.

Samuel lo tomo sin pensarlo y bebió casi todo el contenido de un solo trago. Emily no necesitaba escuchar la respuesta a eso, ella ya lo sabía por la reacción de él.

—No, ellos ya me enviaron la cabeza de caballo con tres rosas rojas—gruño el notablemente molesto—. Es como si ya tuvieran todo planeado, como si supieran lo que iba a pasar, las decisiones que tomaría.

>>M****a, m****a, m****a<< se dijo a si misma ella, entrando realmente en pánico. Sin lugar a dudas la situación era peor de lo que ella temía.

Una guerra. Acababa de iniciar una guerra entre dos clanes verdaderamente poderosos. La mafia rusa contra la italiana. Aquello no acabaría bien, Emily lo sabía. Y por la expresión en el rostro de Samuel, ella supo que el también lo sabia perfectamente, incluso mejor que ella.

—No te tortures, Samuel, no es tu culpa—dijo ella, inclinándose hacia adelante para acariciar el contorno de su rostro con su mano.

Samuel la observo durante algunos segundos antes de estallar en un arrebato de risas huecas y secas, las cuales dejaron dura a Emily. El capo italiano tomo el dorso de la muñeca de ella con firmeza, mientras sostenía su mirada con rabia.

—¿No lo entiendes, cariño? —escupió Samuel con rabia contenida. Una que lograba congelar cada una de sus palabras—. Hay una rata entre mi gente.

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