La escena frente a ellos, no era desconocida, era lo que siempre había sido. Hombre muertos, llamas, disparos. Habían llegado tarde Donato Quintero había tomado la Finca.
—¡Ve por tu hija!—Ángel gritó, mientras colocaba dos pistolas en la parte trasera de su pantalón, amarraba el porta armas a su pierna derecha y cargaba municiones hoy Quintero tenía que morir sí o sí.
—No quiero dejarte —Leonardo se sentía dividido nuevamente, dejar sola a Ángel podía significar perderla.
—Vete, te prometo mantenerme viva hasta que vuelvas —sonrió.
—Asegúrate de cumplir tu promesa Ángel —le dio un beso húmedo antes de salir en dirección del granero donde había un pasadizo que lo llevaría hasta las habitaciones de la casa grande.
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Ángel lo miró partir, con el
—Tan malditamente segura como siempre Ángel —sonrió, no podía haber sorpresas, conocía muy bien su estilo de combate en el cuerpo a cuerpo, sus estrategias, era una asesina bien formada, pero había sido él su mentor.—Si no tienes miedo, deja ir a la niña y ven por mí —lo retó, conocía muy bien las fortalezas como debilidades de Donato, pero era cinco años más viejo y una pierna casi inútil de la cual parecía haberse olvidado.El silencio que siguió al desafío de Ángel, fue roto con el sonido de un disparo que cortó el aire...Ángel, estaba lo suficiente cerca como para hacerse con la niña, rodó sobre su vientre, hasta cubrir a la niña
Ocho días exactos, se había demorado Marcos en tener listo los pasaportes, para poder abandonar el país a la brevedad y desde entonces no habían tenido noticia alguna de él.Ángel, rogaba en su interior que su hermano no fuera descubierto, sabía que la pena por traición sería la muerte y no lo deseaba para él. Existía la posibilidad que nunca más se volvieran a ver pero saberlo vivo en algún rincón de Guatemala sería un consuelo para su desgarrado corazón.—¿Todo bien? —la voz de Leonardo, le hizo limpiar sus lágrimas, las cuales no sabía siquiera que había derramado.—Sí, tomo bien —sonrió al sentir los brazos de Leonardo enrocarse desde atrás a su cintura. Podían disfrutar momentáneamente de esta felicidad, pues no sab&iacu
Epílogo Bienaventurados los que no tienen nada que decir, y que resisten la tentación de decirlo. (James Russell Lowell) —¡Mamá, mamá! —Silvio corría tan rápido como sus pequeños pies se lo permitían, tenía cuatro años de edad y era junto a la pequeña Olivia el tesoro de sus hermanos mayores. Leonor y Luciano, corrían para darle alcance, sin mucho esmero, dejando que el pequeño Silvio encontrará refugio en los brazos protectores de su madre y se proclamará campeón. —Con cuidado pequeño, ven aquí —Lucia se hizo con el niño para subirlo sobre sus rodillas, limpio sus mejillas, besó la frente de su hijo antes de mirar con una sonrisa a sus hijos mayores. —Leonor, Lucian
Sólo existía un motivo para estar aquí, seguramente Donato tenía un nuevo trabajo, estaciono su moto frente a las puertas de la mansión, cuarenta hectáreas de terreno, una construcción clásica, nadie sospecharía del tipo de reuniones que se llevaban dentro, cualquier persona pensaría que el lugar era habitado por “gente decente” como les gustaba catalogar a las personas, pocos sabían lo que realmente escondía aquella preciosa casa.Bajo de la moto, el Mercedes Benz, estacionado llamo su atención, las placas no le eran conocidas, tampoco el hombre de uno noventa aproximadamente parado firme como un solado a un lado, debía ser la razón de que Donato exigiera su presencia, camino con paso firme, su cuerpo enfundado en un traje de látex negro, su figura se amoldaba perfectamente, el traje abrazaba la curva de sus nalgas y sus esbeltas piern
—¿Estás Lista? — preguntó tan rápido como la miro subirse a la moto de color negro, su característico traje de látex pegado a su cuerpo como una segunda piel, negó ante las imagines, maldijo por su falta de control.—Nací lista Ferrara. Indícame el camino —encendió el motor, mientras él entraba en el asiento trasero del auto. Pensando en lo arriesgado que debió ser llegar a Donato, con un sólo hombre como seguridad.¿Era tonto o realmente deseaba que sus días como líder terminaran pronto? Negando se colocó el casco, tenía un camino largo que recorrer, una última misión que cumplir, si moría estaría bien, puede que lo mereciera, pero si lograba salir victoriosa, quería una nueva vida, tan lejos de la mafia como se podría estar.Ángel no p
—¿Todo bien? —la voz de Donato se escuchó al otro lado de la línea, sabía que era imposible estar alejada más de dos días sin comunicación afortunadamente su comunicación no sería detectada estaba utilizando un Nokia 8210. Sin conexión a internet, ni ninguna aplicación que pudiera delatar su ubicación.—Todo bien Donato. ¿Cómo estás? —era cordialidad aunque el interpretara su preocupación en términos de interés romántico—Todo bien cariño, echándote de menos, esperando ansioso que vuelvas por tu dosis —ella sonrió como siempre una mueca de lo que debía ser una bella sonrisa—Me temó que mi dosis deberá esperar, Jaramillo no es un pez fácil de pescar Donato y no puedo equivocarme, no cuando es mi boleto a la libertad —el silencio se hizo
Lanzó su equipo sobre el largo sofá de color negro que formaba parte de la pequeña sala, abrió la manga de su blusa de un sólo tirón.—Déjame ayudarte —Leonardo había visto el enfado en sus ojos al acusarla de traición.—¿No temes que termine con tu vida aquí y ahora? —ni siquiera se giró para verlo, se quitó la blusa bajo la atenta mirada de Leonardo quien no aparto los ojos de su esbelta y nívea espalda—¿Lo harías? —camino como embrujado hacía ella, la yemas de sus dedos rozaron la cremosa piel, causando un escalofrió en su propio cuerpo—¿Qué haces? —la voz gélida de Ángel logró sacarlo de su trance—Lo siento —movió la cabeza de un lado a otro, maldijo entre sus dientes antes de ir por el botiquín era la se
—¿A dónde fuiste anoche? —Leonardo preguntó con seriedad.—Ten algo en claro Ferrara, no trabajo para ti las veinticuatro horas del día, tengo asuntos que tiene que ver nada o todo contigo —Ángel había estado tratando de rastrear el número que había conseguido hasta ahora sin éxito.—Escúchame bien Ángel. En el preciso momento que transferí una cantidad desorbitante de dinero a Quintero tú —su dedo se pegó al pecho de Ángel—trabajas y rinde cuentas da cada paso que des dentro y fuera de esta Finca—Te dije en un principio que podía largarme y devolver tu dinero —apretó los dientes cuando Leonardo acercó su mano contra su fino cuello—Puedes hacerlo. Lárgate Ángel ¿qué esperas?—¿Crees que no lo haré? —respondi&oa