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Capítulo Tres: Patriarca Mentiras

El atrapante aroma de la pasta con albóndigas de la señora Hudak me hace agua la boca. La textura de la carne bien condimentada es mi mayor debilidad. Aleka discute sobre mi trabajo desde que empezamos a comer.

—Creo que ya lo hablamos, y juntas, Aleka —mastico velozmente la pasta que juega en mi lengua—. Tengo que cuidarme yo sola —sentencio.

Taris Hudak, madre de mi mejor amiga disfruta su obra de arte en silencio, nos da unas cuantas miradas desaprobatorias, pero no cambiaré de opinión.

—Ustedes construirán un futuro, déjenme hacer lo mismo —apuñalo una albóndiga—, punto y final.

Hablar del trabajo me irrita, lo repiten como si mi destino fuese vivir en las calles.

—Llevas una mala vida, ¡El tabaco acabará contigo! —saca a colación lo que ella considera el mejor argumento, y tengo dos días fumando un cigarrillo cada doce horas.

—Cambiando de tema —interviene Taris con el propósito de evitar la disputa acerca de un problema—. Ale fue exonerada para ser aceptada en cualquier universidad a la que aplique este mismo año gracias a su impecable promedio —da un salto emocionada.

La vena que palpita en mi cuello ruega una pataleta de mi parte, pero no quiero sonar envidiosa cuando no es así. Me trago la ira sonriéndole a mi amiga.

Terminamos de comer entre charlas triviales. Aleka enfurecida, se va a resolver su documentación. Yo permanezco sentada en el mueble esperando a Feicco para ir a clases.

—¡Sal ahora o aquí te quedas, Minett Antonieta! —advierte a gritos desde la entrada.

«Fenomenal, todos me gritan».

Cuelgo mi mochila al hombro y salgo de la casa después de despedirme de la señora Hudak.

—¿Vives en una factoría acaso? —bromea—. Hueles a alimentos fritos —río por la mueca que hace.

—Ya cállate, Felón.

—Golpe bajo, Minnie.

—Entrando en detalles, ¿viste a Ale salir disparada de su casa? —inquiere—. No quiso me dio tiempo ni para preguntar.

El puchero en sus labios lo acompañan sus brazos cruzados; haciéndolo ver como un bebé. Feicco ha estado atraído de mi mejor amiga toda la vida, él va de chica en chica, pero ha fracasado en su misión.

—Su madre dijo que la dejaron aplicar en universidades —camino lentamente al girar en la esquina que da a la institución—. Supongo que no quiere perder tiempo.

Se calla la boca cuando ve al resto de nuestros amigos. Juntos entramos a estudiar.

En mi horario están puestas tres clases, cada una con una duración de cuarenta minutos. Primero repasamos ejercicios matemáticos sencillos, afortunadamente sin prueba sorpresa. En la segunda anatomía básica, y en la tercera solo damos vueltas por la cancha.

—No te confíes, Minett. Esta es la calma antes de la tormenta —asevera Sadisha, la más retraída del grupo—, te aseguro que andan maquinando como atrasar la graduación —Además de tener una paranoia importante.

—Tú no me asustas, Sadisha —me aproximo y le doy un abrazo.

—¡Ugh! ¡Minnie, suéltame! ¡Ayuda! —en medio del berrinche caemos al piso y explotamos en risas.

Los chicos nos fotografían desde arriba.

—Te dije que estaba loca, pero tú no querías creerme —riñe Dissa sonriendo. Ella me ayuda a incorporarme.

—Ten, mensaje nuevo —me informa Hungría ya estando de pie.

Lo deposita en mi mano. Muestra un mensaje de texto con un número telefónico desconocido.

Aquí estamos, date prisa 3:23 p.m.

Meto el celular en mi bolsillo delantero. Posiblemente alguien marcó mal el número.

***

En este preciso instante Aleka me persigue con su carrito chocón intentado que pierda. Hungría apostó que ella me sacaría de la raya antes de lo esperado, y aquí estoy diez minutos más tarde.

—¡Pégale ahora! —gritan todos al unísono.

—Canallas —murmuro impactando con el auto verde fosforescente.

Su auto sobrepasa el límite y mis amigos bufan.

—¡Sí, soy mejor que ustedes! —señalo a los derrotados.

—Paguen —ordena Sadisha abriendo la palma hacia ellos. La única que apostó por mí.

—Compremos helados —sugiere Feicco vibrando en efusividad.

Uno detrás del otro vamos al primer puesto que encontramos.

—¿Qué desean? —una chica de piel tostada recita los sabores que tienen.

—Choco maní—pide Hungría.

—Fresa artificial —dice Dissa, espero que no le dé alergia.

—Ron con pasas —pronuncia Feicco inseguro de su decisión.

—Dominica —inventa Sadisha, la chica entiende su orden.

—Menta y cereza —finalizo con los pedidos. La agilidad que emplea para distribuir los helados en menos de cinco minutos me sorprende.

El mayor de nosotros paga y nos guía a una zona decorada atiborrada de asientos. Nos topamos con un banquillo lo suficientemente grande para todos.

Mis ojos caen sobre un farol parpadeante, los insectos colisionan ahí cuando sostiene más su luz. Bajo él se posa un pelirrojo. Casualmente recibo otro mensaje.

Ubicación.

Me prohíbo ceder a sus provocaciones. El tiempo que poseo no es controlado por ellos. Ahora tengo algo mejor y más importante que hacer. Porque me comerá el mundo, pero no estaré en plena soledad al afrontarlo.

***

La casa de Aleka está a oscuras. Una nota de Taris reposa en la encimera de la cocina.

El postre está en el congelador, besitos, mamá —lee su hija en voz—. La última vez que dejó una nota llegó a rastras en estado de ebriedad —amaga una risa, pero no lo logra.

Desganada, se dirige a su habitación para sumergirse en ella y no salir en un rato. Mientras tanto, una ampolleta toma vida en mi cabeza. Se supone que los documentos aún no están debidamente registrado, significa que hurgar en los cajones puede considerarse un accidente.

Emprendo mi camino cual pies ligeros hasta la sala de estar. Enciendo la pantalla del celular para ver con claridad. Ilumino una mesita ubicada a la derecha. Abro los cajones cuidadosamente, el que está más cerca del suelo está prácticamente atascado por hojas.

Me cercioro que Aleka no aparezca para continuar. Desencajo unos papeles doblados al final del cajón. Distingo letras mayúsculas y nombres de universidades conocidas.

—Bingo —susurro para mí misma.

Leo el contenido y me asombra que haya enviado tantas solicitudes, y me sorprende aún más que en menos de un mes siete de esas sean de aceptación, matriculación, o información.

Cojo lo que estaba buscando para meterlos en mi habitación.

—¿Dónde nadie los encontraría? —me cuestiono cerrando la puerta.

Bajo la cama es muy evidente, en el armario no, alguien podría revisarlo, así que por ahora los “guardo” entre un montón de libros apilados. Antes de eso copio los números de los padres de Aleka, «nunca se sabe».

Dentro de mi mano el aparato empieza a vibrar.

—Mi celular —el cristal vuelve a iluminarse y en él aparece el dichoso apellido, atiende.

—Sesenta metros. Valla tres. Calle rocosa… —es lo único que dicen, luego cuelgan.

¿Qué haré con los Biancheri?

La puerta abriéndose de repente me saca de mi ensimismamiento.

—Minett, es temprano, te aviso que me iré a dormir, no quiero molestias —asiento con la cabeza. Se va por donde llegó.

Me sostengo el pecho con las manos. Es hora de inmiscuirnos en el mundo natural.

Necesito demasiado. La zona específica está llena de árboles frondosos, tiernas criaturas, tierra húmeda a causa de las los rocíos nocturnos, caracterizándolo la negrura que cala en tus ojos y es detenida por la luna.

La entrada al bosque te recibe con una señal de prohibición. Me salto la cerca baja. Primeramente el suelo está resbaladizo, siento que el cualquier segundo va a tragarme. Mis pies atemorizados siguen órdenes de avanzar, me topo con una ardilla regordeta y determinada a meter todas las bellotas que quiera en sus mofletes. Fluyo en una danza rítmica que me transporta al corazón del bosque. Diviso una caseta de madera alumbrada hasta la puerta.

—¿Intentas ahuyentar la oscuridad?

Estamos en el bosque, aquí es costumbre la penumbra y quien esté ahí debe estar perdiendo la cabeza.

Me vuelvo sobre mis talones para regresar, nada ha pasado. En mis intentos de guiarme escucho un siseo.

—Por aquí —en hilera un conejo, una araña, la mofletuda y un sapo enorme me observa como si estuviera indefensa—. Pennyna te manda saludos —cuenta el sapo.

Veo todo con ojos sobresaltados, «¿me habré vuelto loca?»

—Es normal —tranquiliza el peludo conejo blanco—. Somos Expiación, pero para ti: Cadenas—menea su redonda colita.

—Dilo ya, recuerda, un Patriarca Mentiras está a nuestras espaldas —apresura la araña aterciopelada.

¿Patriarca Mentiras?

—Aciertas. Coordinen, no contraríen —hacen un círculo a mi alrededor. Unen los parpados y el bosque que era grillos cantando, el viento azotando, animales cazando, es ahora un severo silencio.

»Al paso darle tiempo. Abadesa juzgando imperfectos. Corre de tu nadería emocional. Numen eclipsado a diurna labor. Por su noluntad gravitatoria correcta. Cese pensante mal habido. Fracción espinal poderosa para el eternal. Molduras calzadas en separo de debilidad. En ti yace la vena prerrogativa, en ti está…

Los extraños animales del bosque son interrumpidos por un encapuchado.

—¡Patriarca Mentiras! —indican con desasosiego.

Gracias al lazo roto todo regresa a su orden general, y el aire acumulado baja su capucha. El gris ensordecedor expuesto en su iris me provoca temblores en las piernas. Feicco reacciona, pero antes que yo lo cuestione, palidece desmayándose en un parpadeo.

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