El alba cubre mi ensimismamiento matutino, hace deslumbrar mi iris verdoso. Alrededor de mi anular se encaja el anillo de bodas de mi abuela. Mujer que me instó a jurar que antes de los cuarenta tendría hijos, marido y una serena casa que mantener. Sopeso el dilema que ahora protagoniza mis pensamientos:
—Obedecer tus deseos —apoyo mis codos de la encimera—. Vivir aquí por siempre —El suspiro que sale de mí no esclarece mis dudas.
Hungría está bajo los cuidados de quienes lo trajeron a este mundo, estaría allí, pero me obligó a irme con el pretexto de que necesito más tiempo para mí, y esta era mi semana con él, así que mis piernas me trajeron al departamento de mamá. El frío aire me recibió, una ligera capa de polvillo cubría los muebles, y era tan tétrico que limpié cada esquina de este lugar.
Por otro lad
Luego de aquella llovizna que atrajo muchas personas, continuamos de fiesta hasta que la Luna se alzó frente a nosotros. Con el propósito de olvidarse de la fastidiosa universidad, salimos de madrugada a la tan añorada montaña. La cabaña sigue teniendo ese dulce detalle rústico que tanto la caracteriza, a diferencia de la última visita, ya perdió el ápice tétrico en su puerta.Como en hechos previos subimos hasta la cima a pie, trayendo consigo la carpa, comida y cámaras para mantener vivo este recuerdo.—Quizás no vengamos en un buen tiempo —digo enjugando mis ojos, el clima frío primero saca impurezas luego me congela.—Minett, deja tus lloros y ayúdame a armar esta cosa —pide Feicco señalando el bolso enredado en el cabello de Dissa.—Ven rápido, no quiero terminar calva, Minnie —ahora ella lloriquea golpea
El denso añil cubriendo las paredes del dormitorio de mamá definen las emociones que tienen mi cabeza inflamada. Acabo de caer en cuenta respecto a la visita a la montaña, cuando amaneció decidimos bajar cuidadosamente, caminé con extrema cautela, un nivel tan improbable para mí que, irónicamente, resbalé antes de llegar a la cabaña.Pero, si no lo hubiese hecho, el cuerpo putrefacto de Sedán seguiría esperando a que alguien tenga valor para anunciar su desaparición. Una bolsa de papel bien acomodaba reposaba sobre su pecho, creí que las elevaciones se debían a la vitalidad de su ser, sin embargo, el exterior refutaba mis alucinaciones.Fuimos unos tontos al ignorar a Sedán, además, lo que fuese que contenía esa bolsa, brillaba más que mi incierto futuro. Nos convencimos de que fue una decisión sensata para evitar escarmientos y miramient
Mi eterno hogar es acudido por la famosa abuela y el estorbo que me acompaña a todos lados, mi hermano Zizzer.El desorden que es mi habitación no genera en mí ni un atisbo de vergüenza, soy más que eso, y un ropero sucio esparcido por mi cama no me definirá, o al menos eso dice mamá con sus charlas pasivo/agresivas.Los Biancheri cruzamos caminos una vez al año, y esta no es la excepción, ella está aquí hablándonos de la luz de sus ojos que se atrevió a desligarse legalmente de nosotros con un sutil cambio en su apellido.—Bianchi no está hecha para saber la verdad —Es cierto, la niñata ni siquiera puede andar por las calles sin su adorada abuela—, destruiría su vida.Como lleve Minett su vida no me va ni me viene, si quiere arruinarlo todo, pues bien, no quiero salpicaduras. Por su parte, recibo una mirada acusatorio porque he
Bajo las persianas. Me sumerjo en la oscuridad de mi habitación. Con la pantalla de mi celular ilumino el último cajón a mi derecha. Saco un libro del tamaño de mi mano, del grosor de la misma. Me paseo por las páginas hasta toparme con la cartulina amarillenta. Contiene cien alertas por ambos lados, descripciones diminutas y su nombre en el encabezado.El día que Lenny reunió la osadía para entregarme este libro me recordó la forma tan común de conocerme, cuando no sabía que él era el padre de mi mejor amiga.—Hola, muchacho —dijo estrechando mi mano—. Bienvenido a la ciudad.Me habló de las desdichas de Lake, mencionó que mis tíos temían haberme llevado consigo, el índice de extravíos iba en aumento, y no descubrían al culpable.—Es difícil irse de un lugar así—Le pregunté
Odio este hospital. Aleka vino anoche a verme, en medio de risas convulsionó, e intenté ayudarla, pero mi fuerza solo dio para presionar el botón de auxilio. Acudieron a mi habitación, la resucitaron, y con cada choque mi corazón emprendía una velocidad acomedida. Los instrumentos la devolvieron a la vida. Estuve en la orilla de la camilla a punto de caerme por la ausencia de vigor en sus ojos, eran solo tinieblas.En otras noticias, soy el paciente que no se la pasa en las sombras, camina en medio y ni un enfermero nota mi presencia, además, el olor metálico hospitalario empieza a adherirse a mi piel, y eso me hará residente eternamente.Aprovechando mi invisibilidad, me escabullo por las escaleras de emergencia y subo hasta la azotea. Los bombillos lucen como luciérnagas a esta distancia.—No son nada —susurro sentándome en el borde.—¿Por qué no
11:01 p.m.El televisor transmite las noticias locales. Un accidente vial es lo más relevante que dice. Me paso la mano por la nuca. Desde hace un buen rato una molestia me obliga a masajear mi pecho.—Mejor me tomo un analgésico —restregando mis manos una contra la otra, me encamino al botiquín guardado en el estante del baño principal.Cojo un bote blanco, lo elevo un poco y la última pastilla cae en mi palma. Voy hacia la cocina, tomo un vaso y lo lleno con agua del grifo.—Por lo dioses que me curo —digo lanzándola a mi boca y tomando un trago.Mis ojos se desvían cruzándose con un girasol artificial. Lo compré para Minett cuando entró al jardín de niños. Antes de salir me dijo que quería una planta que poder regar, la muerte de estos seres ante su presencia le bajaba el ánimo. Así que se la mostré al llegar a
Termino de poner mi pie derecho en el interior de la sala y retrocedo por el aturdimiento de ver a veinte personas observándome. Me encamino hasta el único sofá individual libre ubicado, casualmente, en medio de todos.—Hola —digo dejando caer mi peso en el mueble—. ¿A qué se debe su visita? —formulo, me es interesante, mas no extraño tener a un número de Biancheris aquí.—Solo queremos saber cómo estás —contesta mi tío Peter mientras se cierne contra mí, igual que el resto.—Dinos, ¿cómo te ha ido? —inquiere Oleína sarcástica. Con sumo cuidado cierra su mano alrededor de mi cuello.Quiere asfixiarme. Pataleo, pero no me suelta.—Ural, Galo, Street, todos ellos —en lo que trato se zafarme de su agarre aparecen los mencionados en compañía de un par de desconocidos.
La grama bajo mis pies relaja en dominó mi cuerpo. Todos estamos aquí, la primera casa en la que Minett y yo vivimos. Una inmobiliaria se la vendió a nuestra madre como si fuera perfecta: piscina, cuatro habitaciones, concepto abierto, y un patio seguro para tus hijos. Mamá no tuvo en cuenta que sus hijas no eran el mayor símbolo de seguridad, ni yo siendo su hermana mayor la llegué a proteger. —¿Te mató así sin más? —cuestiona Dissa haciendo un ademán—. Por eso vendieron esta casa. —Denme un premio por ser su primera víctima —bromeo mordisqueando mi labio inferior—. ¿Tú cómo te enteraste, Hungría? —lo señalo levantando la cabeza. Él ve hacia los lados como si estuviese hablando con él. Trono mis dedos en un gesto de impaciencia. —Yo estaba en esa esquina cuando caíste muerta —señala el punto donde se camufló—. Minnie me vio directo a los ojos, corrió hacia mí y rompió en llanto. Ella era inocente —concluye limpiando una lágrima traviesa.