Sadisha Madsen.
Con mis nudillos enjugo mis ojos caídos. Hoy desperté a las cuatro, madrugué como nunca, y eso me pone en una mala posición. En la sala están Eliam y Aileen, mis hermanos. Ellos juegan algo que consiste en disparar, por consiguiente, en gritarle a la pantalla plana.
—Esto es paz —digo acurrucándome en el sofá mientras alzan la voz.
Mi cabeza da giros transportándome al lugar sagrado.
Estoy cubierta por oscuridad. Con mis brazos despejo el panorama. Descubro el cementerio municipal. Miro a mi alrededor donde la tierra transparente muestra a nuestro equipo amistoso en decúbito dorsal.
Pateo la caja fúnebre que aparece sin avisar. La pequeña estructura amenaza con enterrarme, y en un arrebato logro salir de ahí. El cambio de estabilidad revuelve mi estómago.
—No era mi petición, Sadisha —responde una pregunto no hice. Minett acomoda su cabello tranquilamente.
Con la proximidad suficiente la empujo hacia la fosa en la que estaba. Cae sentada sobre la tierra. Tiene el cinismo de inmutarse.
—¿Eres por lo menos un ser humano?
De mis labios sale un grito atronador.
—¿Perdiste la cabeza? —pronuncia Eliam inquisitivo.
—¡Casi me matas! —asegura Aileen deshaciéndose del control y dándome su atención.
—¿Estás bien, hermanita? —Niego con la cabeza—. Cuéntanos, anda —sus voces denotan preocupación genuina, un aspecto considerado por parte de dos niños que les cuesta empatizar. Ellos se sientan en los espacios adyacentes. Perseveran en silencio. Conseguir palabras mías es imposible.
—Tuve una pesadilla —acomodo mis piernas en el sofá—, Minett contemplaba nuestros cadáveres sepultados.
Los chicos arrugan el ceño. Mencionar a quien mide 1.66, corta su cabello hasta el hombro y se ejercita cuando nadie mira, es como lanzar una bomba atómica.
—Es suficiente —Aileen taja el tema—. Me cansé de rogarte para que la expulses de tu círculo social —se levanta, yergue la espalda y reanuda la partida.
—Sad, mírame —la dulzura de mi hermano evoca muchos recuerdos—, tienes todo mi apoyo, pero si esa inepta te hace daño de nuevo no podré contener mis impulsos —su admisión eriza los vellos de mi nuca.
Los Madsen nos especializamos en la intimidación; la juventud de ambos ayuda a que los genes sean aún más fuertes. Después de una charla motivacional con los pequeños, abandono la casa apresuradamente ya que mi atraso escolar es muy evidente.
—Madsen, estas no son horas de llegar —indica Gil, la segunda portera—. Las clases ya empezaron, no puedes entrar, lo siento.
Finge lo apenada que se siente, por ende, uso mis tácticas de persuasión. Me veo derrotada cuando ella amenaza con decirles a mis padres, así que permanezco sentada en el primer banco que encuentro.
Juego con el brazalete de metal que rodea mi muñeca izquierda. Fue un regalo de Feicco en mi último cumpleaños. De mis labios escapa una sonrisa, una que es difícil esconder.
***
—Acostada y sonriendo, ¿qué te hicieron, nena? —interroga Hungría, viene acompañado por los demás.
—Recuerdos —le digo uniéndome al grupo.
—¿Y ahora qué hacemos? —esa es Dissa demostrando el interés por no regresar a casa.
—Mamá y papá salieron en la mañana —Aleka camina al compás de la música que brota de sus auriculares, y eso produce un rebote en su largo cabello negro aportándole elegancia—, podríamos comer palomitas mientras miramos películas —sugiere entrelazando sus manos frente a ella con inocencia.
Los chicos le toman la palabra y nos ponemos en marcha hasta su dulce morada. Durante el camino la tensión que encierra a Minett y Feicco en una misma burbuja es asfixiante. Me interpongo entre ellos aminorando el mal clima. Observo cuidadosamente como ella encorva su espalda, aprieta los puños a los lados y se acerca a él. En cambio, el muchacho está rozagante, da pasos firmes, habla con Hungría y sonríe sin inhibiciones, aún así, estando uno al lado del otro solo se percibe rabia contenida.
Ignorando mis observaciones previas, Aleka, Dissa y Hungría concentran sus energías en llegar a la casa y en sostener una conversación acerca de los padres desaparecidos.
Yo mantengo mi presencia en el medio cuando arribamos al hogar tenue de Aleka. Rompemos filas dejando nuestras pertenencias en cualquier sitio, acomodando la sala y preparando aperitivos.
El sol ya empieza a ocultarse, así que ponemos las películas encima de la mesilla. Mientras encogemos parecemos unos niños con nuestras cobijas de dibujos animados.
—Yo quiero ver una del universo de Marvel—dice Minett envuelta en el rosa de Bombón—, tienen de todo —estaba empezando a creer que tenía expectativas.
—Cierra el pico —exige Hungría metiendo a su boca un Dorito—. Si no es de Disney, pues no veremos nada —hace un puchero.
Feicco decide poner una saga de cuatro horas de duración, los demás cedemos porque están en la capacidad de discutir la noche entera por algo sinsentido.
La gran extensión que poseen como televisor muestra la saga de magia más tediosa que he visto, pero no puedo quejarme, mi silencio habla por mí.
—¿Te está gustando? —Las pestañas de Feicco me distraen—. Se visten distintivamente —añade con voz enmarañada.
Encojo mis hombros. No sé qué decir, tenemos la costumbre de ver las producciones cinematográficas juntos, y aún más si son muy largas.
—Tranquila, sé que las viste hace un par de meses —confiesa en mi oído.
Arrugo ligeramente el ceño. Sabe lo que pienso con mirarme directamente a los ojos, y yo no puedo leer sus expresiones. Pierdo el hilo de la película, me acomodo y noto que Minett ojea a Feicco. Nuestras miradas se cruzan, el temor que chispea en su iris me pesa. La película queda en segundo plano por la incomodidad que me embarga. Uno mis párpados; solo logro dormitar. El grueso sonido que surge por los altavoces me impide desconectarme de esta dimensión.
Con la facilidad de mantenerme rígida, me percato de cómo los mencionados anteriormente se alejan del grupo ya somnolientos. Lentamente muevo mis extremidades para lograr salir del gran sillón.
A hurtadillas voy detrás de ellos que sostienen una álgida conversación. El lenguaje que emplean me asquea en su totalidad. Discuten sobre un pasado del que no sé nada, un bosque extraño y antes de inventarme una teoría veo que se acercan.
Por instinto corro de regreso a mi lugar. Encontrarme con Hungría mareado y de pie obliga a mis pies detenerse. Cuando me aproximo a él estornuda sin parar. Miro a todos lados en busca de algo que explique lo que sucede, pero él me frena pidiéndome atención.
—Es ella, es ella, vete —balbucea con frenesí. La velocidad que usa al agitar las manos me aturde un poco.
En una ráfaga de claridad él se paraliza y me toma por los hombros. Su ojos escudriñan los míos.
—Sabes qué, no pasó nada —se cruza de brazos intranquilo. Deja caer su peso en el sofá y se envuelve en sábanas.
En un despiste, Minnie arrastra a Feicco hasta el mueble.
—Ustedes no vieron nada —No, no vi como de un momento a otro las cosas pasaron a carecer de lógica.
Aleka HudakAlguien me está siguiendo.La antigua sensación escarba en mi cabeza.Unos cuantos rayos de sol entran a través del gigante tragaluz en la recepción del Centro de Estudios Universitario. Sumerjo mi mano en el bolso que tengo para tramitar mi futuro, y me desespero al palpar el interior entero sin hallar los documentos de admisión y aceptación por parte del instituto.Me excuso frente a Mina, la encargada de ingresar mi información en el sistema. Sin embargo, la pesadez en mis hombros también me obliga salir de aquí. Choco con el calor abrasador emanando de la carretera. La avenida está atestada de personas que para mi desgracia transpiran, gritan y empujan. Aún estando rodeada por sucios transeúntes, percibo un repulsivo aliento en mi nuca; la sombra de quien me niego a mencionar.Veo de reojo, y en ninguno de mis vistazos está. Aterrada,
Lo parecidos que somos a una familia removió mis piezas. Ese fue el tercer año consecutivo yendo a la casa de las montañas. La abuela y mi madre no dudaron en mofarse de nuestros quejidos, ya estaban acostumbradas.Eran seis horas excluyendo las veces que nos deteníamos para llenar de oxígeno nuestros pulmones. Estuvimos siete horas subiendo, no podíamos más; faltaban dos vueltas de treinta minutos.—No se quejen, Hungría guardó los refrigerios —No lo pensé bien mis , todo se tiraron sobre él para arrebatarle la comida. Parecían animales.Jadeantes completamos una vuelta. Nos sentamos en la tierra a descansar de nuevo. Entonces un vehículo todo terreno no nos dejó ni asquearnos por la transpiración que impregnaba la tela. De él bajó un chico que iba sin camisa y solo. Lucía como alguien de fiar, pero insinuarse lo hizo ver mal
Dissa Burban.Suelo cuestionarme por qué me siento atraída por las asignaciones, presentarlas y según mi posición, defenderlas. Mis padres supieron desde el día uno que su hija había nacido para argumentar; velar por las personas.Ellos me dijeron que compartir también viene con la vocación, que existe una profesión que con sus abismos y cimas, me traería mucha satisfacción laborar. Se habían equivocado en un punto clave, estar vestida de forma elegante, apelar y objetar no es lo que yo quiero.—Y por eso ya no estudiaré leyes —puntualizo al mismo tiempo que finalizo un párrafo de mi tarea.—Mmmm, muy interesante —contesta indiferente.Minett y yo estamos estudiando en el garaje de mi casa. Ella se ha quejado de eso mil veces, en consecuencia, le respondo que la señal Wi-Fi es más fuerte
Las ruedas del vehículo color negro, cuatro puertas y marca indefinida recorren la autopista reducida Lance. Este es conducido por Dissa, Minett es su fiel acompañante.—Tengo hambre —manifiesta quien se encuentra en el puesto de copiloto—. Aliméntame.Sus exigencias son opacadas por la fuerte música que llena el interior. Ella resopla mientras recoge los pocos mechones de cabello que tiene en una coleta alta. Mira hacia la ventana, el sol de las seis empieza a calentar el ambiente, hecho favorable para ellas porque la primera parada se aproxima.—Saca del bolso plateado los sándwiches —Es lo que dice la conductora luego de haber sacado el carnet de circulación y su licencia.Un hombre entrado en años examina los papeles, hace un ademán y les entrega la documentación junto a su ticket de entrada.El dulce ronroneo del motor reanuda el camino. La de cabello
Dormir fue una tarea complicada. Lograron cerrar los ojos alrededor de las 4 a.m. Entre bostezos, tiran los residuos y limpian el auto. Ya en él, sostienen la ley del hielo que están aplicando desde ayer, Lenny Gael representa un problema en el aire de ambas.Por otro lado, la provincia de Lake está sumida en alegría y confusión, demostrando el ánimo atípico organizando un desfile para el mes siguiente. A través de la ventana se ven habitantes comprando lo que requieran en ferreterías, centro de telares y mercerías. El despertar ciudadano deja como consecuencia para los turistas calles congestionadas.Minett le atesta un golpe al volante, han quedado atrapadas en un embotellamiento y las incesantes llamadas de Hungría la irritan, sin mencionar que Dissa la obligó a desechar el único cigarrillo que escondió. El efecto generado durante su entrada persiste, las siguen observa
Hace más de una semana que no vemos a Aleka, además, el primer mes está terminando, mi noción del tiempo vuelve a hacerme consciente de que estamos creciendo. Por ello acordamos encontrarnos en el parque para organizarnos y buscarla.Sadisha viene acompaña por sus hermanos, Feicco y Hungría vienen solos, y Dissa ha traído a sus padres.—¿Qué haremos? —Dice Dissa acomodándose la gorra—. Lo último que supimos fue por el mensaje, eso significa que… —no se atreve a completar la idea.—Parte de su familia está aquí, llamémoslos —propone Feicco.Se ponen manos a la obra. Contactan exitosamente a casi todos, exceptuando a sus padres. Algunos ni sabían que está desaparecida, el resto no la conoce lo suficiente para saber si ha huido o algo peor.—Rhode Artega, ¿en qué puedo servir
La simpleza que posee el techo de láminas es abrumadora para nosotros en este momento donde queremos hallar la respuesta en él. Taris tuvo la osadía de ensañarnos qué somos, qué valemos, y ahora me come la cabeza no saber por qué murió, desconocer el culpable del hueco su manoJunto a mí está Feicco cubriéndose los ojos con el antebrazo. Ha estado mal, incluso más que yo, jamás lo vi así, ni siquiera el día que sus abuelos murieron. Toco su hombro para sacarlo de esa nubesita de pensamientos.—Me arrepiento haberme callado esa tarde en el porche —se vuelve hacia mí descansando su cara sobre el antebrazo—, la odié durante años por los motivos más estúpidos —levanta su mano y la mira—: una manzana.»Usó la fruta como recurso literario, era una literata, era de esperarse. Dijo que nadi
«Todo está absolutamente bien». Contengo el aire cuando Aileen pasa a mi lado, sus ojos reparan en la pantalla de mi celular. Junto a mí Sadisha está inmersa superando el nivel de un juego. Sin previo aviso cierra la consola.—Estamos listos —dice. Con el frente de su pantalón sacude la suciedad en sus manos—. El hospital nos espera.Vamos detrás de ella. Recorremos las calles dentro de su auto rojo. El olor metálico del hospital se atasca en mis fosas nasales. Toso. Ellos me ignoran, así que camino más rápido y me quedo en el cuarto de Hungría, los demás se desvían unos minutos, luego vuelven. Feicco, Aleka, y Dissa están desplegados por toda la habitación. Entablan una conversación acerca de quién sale primero del centro asistencial. Se muerden la lengua cuando Sadisha entra:—Están aquí desde el 28,