Seis meses después.—Parece que acaba de salir de un tornado —susurró Ángel muy bajito para que Sammy no se despertara. Estaba sentada en uno de los enormes sillones y allí mismo se había quedado dormida, justo detrás de los bebés.—Shshshsshshsh, agarra tu bebé y no provoques al dragón —murmuró Darío en respuesta—. Bastante bien estamos para tener dos nenes pequeños.Ángel se aguantó la risa y levantó a la pequeña Alejandra. Se aseguró de que estaba en perfecto equilibrio y salió de la habitación seguido por su hermano, que llevaba al varoncito.Se sentaron en uno de los salones y el abuelo Martin les acercó los biberones.—Pues te voy a decir algo, tú también te vez bien jodido —se rio Ángel y su hermano puso los ojos en blanco.—Tengo sueño crónico ¿qué esperas? ¡Son dos! —respondió—. Lo beuno es que su tío Ángel ya está aquí y nos va a ayudar a cambiar esos pañales apestosos, ¿verdad mi corazón hermoso? —dijo Darío mirando a su hijo y haciéndole muecas que lo hicieron reír de inme
Seis años después.Sammy sonrió viendo cómo Alejandra saltaba por encima de su padre, agarraba la sillita pequeña que estaba detrás de su mesita del té y le daba con ella.—¡Alejandra! —gritó su madre y la niña se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos, mientras Darío se frotaba la pantorrilla—. ¿Por qué le estás pegando a tu padre con eso?La niña hizo una mueca y luego se encogió de hombros.—¡Pues es cuando papi está en la jaula tú siempre le gritas «dale con la silla»! Y él nunca tiene… pero yo ahora sí tengo —respondió como si eso fuera justificación suficiente.Sammy levantó un dedo y abrió la boca, pero entre la mirada interrogante de la niña y la de su padre, no había argumento posible.—¡Pues o se portan bien, o tú no peleas más —amenazó a Darío—, y tú no vas a ver más a tu padre pelear! —le advirtió a Alejandra.—¿Y si no nos llevas a Ángel y a mí, quién te va a ayudar con las apuestas? —replicó la niña con sorna y Sammy le lanzó a la cara un almohadón que la dejó senta
¿TUYA O MÍA? Un libro de Valeria Adams Bestseller del New York Times Número uno en el ranking de ventas por ocho semanas. La periodista se sentó delante de aquella pantalla y miró la silla vacía a su lado. Valeria debía estar allí. Habían sido grandes amigas por años, y había ayudado a promocionar cada uno de sus libros. Lo normal era que sucediera aquella entrevista chistosa y afable en la que la autora siempre les relataba un poco sobre cómo había sido todo en la vida de sus protagonistas después del maravilloso «felices para siempre». Sin embargo la última vez que alguien había visto a Valeria Adams había sido ocho semanas antes, justo después del lanzamiento de su último libro: ¿Tuya o mía? Salió de sus pensamientos en cuanto el director del programa le hizo una señal de que ya estaban listos para comenzar el programa en vivo, y respiró profundamente antes de enfrentar la cámara. —Queridos televidentes. Sé que esta ha sido noticia de los dos últimos meses, pero cuando una
—¡Eres una mosca muerta, Sahamara Reyes! ¿¡Es que no soy tu mejor amiga!?—gritó aquella chica dando un portazo en su habitación, y si alguien más hubiera estado allí, se habría sorprendido por la forma en que Sammy se colgaba de su cuello a pesar de lo que acababa de decirle.Pero cuando Lory la separó de ella, y la miró de arriba abajo, supo que por fin la familia Reyes había conseguido quitarle a su mejor amiga lo más valioso que tenía: su libertad.—¿No podías avisarme con más tiempo que te ibas a casar? ¿Tengo que enterarme solo unas pocas horas antes, como el resto del mundo? —rezongó.—¿Qué resto del mundo, Lory? —murmuró Sammy, recogiéndose el vestido de novia y corriendo un poco la cortina de la habitación para que mirara afuera. Había unas pocas personas en el jardín de aquella mansión, y todos eran familia—. Y solo te enteraste tres horas después que yo… ¡Ni siquiera puedo decirte qué demonios está pasando porque todavía estoy aturdida!Sammy se miró el vestido de novia, que
Decir «Sí, acepto», era la parte fácil. La parte difícil venía en el momento en punto en que Sahamara Reyes no tenía ni idea de qué implicaba casarse con Ángel Rivera.¿Debía ser su esposa «esposa»?¿Debía poner solo una cara linda frente a las cámaras o también tenía que acostarse con él?La sola idea le aflojó las rodillas y no en el buen sentido, haciendo que Ángel se girara a verla.—¿Estás bien, Sahamara? —le preguntó con tono solícito y la muchacha asintió.Desde el momento en que el juez los había declarado marido y mujer no había soltado su mano, y había sido lo bastante cortés como para darle solo un beso en la mejilla.Después de eso el tiempo se fue en conversar con los pocos invitados, pero Ángel siempre se encargaba de mantenerla a su lado, incluso le acariciaba el dorso de la mano de cuando en cuando, como si fuera un gesto tranquilizador entre los dos. Pero la realidad era que Sammy no se atrevía ni a mirarlo.—Tranquila, todo va a salir bien —le dijo inclinándose un po
«¿Te gusta lo que ves?»Realmente no era una pregunta tan difícil, y aun así Sammy no pudo evitar balbucear un poco.—¿Eh…?Lo vio inclinarse hacia ella con una sonrisa traviesa y pasar un pulgar sobre sus labios mientras los miraba fijamente.—La verdad es que no sé si pedirte que cierres esa boquita… o pedirte que la abras un poco más —dijo en un susurro y ella se echó atrás, tosiendo porque estaba segura de que aquella insinuación le había hecho subir burbujas de champaña a la nariz.Él rio mientras la miraba de arriba abajo con una expresión de depredador en plena cacería y Sammy sintió que se encogía sobre sí misma.—No imaginé que fueras tan… impresionable —advirtió él sentándose en el asiento frente a ella y la muchacha arrugó el ceño.—¡No soy impresionable! Es solo que…¿Qué iba a decirle exactamente? ¿Que hasta ese momento él había sido un educado y agradable bloque de hielo y de repente, apenas se cerraba la puerta del avión, parecía un playboy en plena conquista sexual?—B
Por un segundo aquel hombre se quedó paralizado. ¡Los dos maldit0s pilotos estaban muertos! Y por la forma rígida de sus cuerpos, llevaban más de tres horas así.Quizás en otro momento, como cualquier ser humano normal, se habría puesto a gritar porque alguien había envenenado a dos personas en aquel avión, pero la realidad era capaz de golpear con más fuerza que cualquier hombre.Estaban en el aire, a doce mil metros de altura, alguien había envenenado a los pilotos y la única razón por la que no se habían estrellado ya era porque el aparato llevaba puesto el piloto automático. Sin embargo estaba seguro de que eso no los ayudaría por mucho tiempo más.Cerró los puños sobre los asientos de cada piloto y respiró profundamente hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Era estúpido decir que no estaba asustado, pero si algo había aprendido en la vida, era a no dejar que el miedo lo dominara.No tenía ni puñetera idea de cómo se podía aterrizar aquello, había pilotado aviones ultraliger
Debían ser aproximadamente las ocho de la mañana, cuando Ángel Rivera se despertó, sobresaltado por el sonido estridente de aquel teléfono. Había pasado la noche en el despacho de su padre, en el edificio de oficinas de la Compañía.Había bebido, había pensado, había repasado cada detalle en su mente y luego se había quedado dormido, porque la explicación la tenía, pero la solución para el problema, no.Apretó el botón del intercomunicador y la voz aguda de la secretaria de su padre sonó en el aparato.—Señor Rivera, tenemos una llamada entrante del aeropuerto de Honolulu.Ángel arrugó el ceño y se humedeció los labios antes de mordérselos.—Muy bien, transfiera la llamada —le ordenó y la voz de un hombre mayor se escuchó al otro lado.—¿Hablo con el señor Rivera?—El mismo. ¿En qué puedo servirle? —respondió educadamente.—Señor Rivera, esta es una noticia difícil de dar, pero me temo que algo ha sucedido. Su compañía aparece como propietaria de la aeronave Gulfstream G650, con el Có