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¿TUYA O MÍA?
¿TUYA O MÍA?
Por: Day Torres
CAPÍTULO 1. Sí... acepto

—¡Eres una mosca muerta, Sahamara Reyes! ¿¡Es que no soy tu mejor amiga!?—gritó aquella chica dando un portazo en su habitación, y si alguien más hubiera estado allí, se habría sorprendido por la forma en que Sammy se colgaba de su cuello a pesar de lo que acababa de decirle.

Pero cuando Lory la separó de ella, y la miró de arriba abajo, supo que por fin la familia Reyes había conseguido quitarle a su mejor amiga lo más valioso que tenía: su libertad.

—¿No podías avisarme con más tiempo que te ibas a casar? ¿Tengo que enterarme solo unas pocas horas antes, como el resto del mundo? —rezongó.

—¿Qué resto del mundo, Lory? —murmuró Sammy, recogiéndose el vestido de novia y corriendo un poco la cortina de la habitación para que mirara afuera. Había unas pocas personas en el jardín de aquella mansión, y todos eran familia—. Y solo te enteraste tres horas después que yo… ¡Ni siquiera puedo decirte qué demonios está pasando porque todavía estoy aturdida!

Sammy se miró el vestido de novia, que era una belleza, y en contraste ella estaba pálida, ojerosa, y asustada.

—¡Oye, tengo un auto allá afuera! ¡Nos podemos ir ya! —aseguró su amiga y Sammy negó.

—¿Ir a dónde, Lory? —suspiró la muchacha mientras sus ojos se humedecían—. El abuelo acaba de morir, y le prometí que haría esto… que me casaría con ese hombre… ¡Pero no tenía idea de que sería ya, ahora mismo…! ¡Solo lo enterramos hace dos días, por amor de Dios!

Lory la vio sujetarse el estómago y doblarse sobre sí misma, asustada, a punto de vomitar.

—Cálmate, vamos, cálmate. Siéntate —intentó tranquilizarla.

Aquella noticia no le sorprendía en absoluto, siendo la heredera de uno de los conglomerados vinícolas más poderosos del mundo, era lógico que su familia arreglara un matrimonio ventajoso para Sammy, solo que no esperaba que fuera tan pronto, apenas si estaba terminando la universidad.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? ¡Siempre puedes decir que no! —le aseguró, pero Sammy no tardó mucho en negar.

Lory no podía entenderlo, pero la promesa a su abuelo no era lo único que la obligaba a aquel matrimonio. Realmente no le quedaba otra salida si no quería perderlo todo.

—No, Lory… tengo que hacer esto. Realmente es importante. Solo estoy… nerviosa, estoy nerviosa, eso es todo —murmuró secándose las lágrimas.

—Bueno, la única forma en que podemos resolver eso es poniéndote hermosa —sentenció—. Ya conoces mi lema: a la adversidad hay que enfrentarla con la mejor cara. ¡Así que vas a ser la novia apresurada más hermosa que se haya visto! —le aseguró girando la pequeña banqueta en que su amiga estaba sentada y poniéndola frente al espejo—. Y hablando de, permíteme la curiosidad: ¿Y con quién demonios te vas a casar?

Sammy se secó las lágrimas y balbuceó.

—Con Ángel Rivera. Es el nieto del socio del abuelo.

Las manos de Lory, que habían estado peinando su cabello se detuvieron de repente.

—Espera ¿whaaaaaaat? —casi gritó—. ¿Ángel Rivera? ¿De la familia Rivera de California?

—¿Y dónde diablos estamos, Lory? —gruñó Sammy poniendo los ojos en blanco—. ¡Esta es su mansión!

Lory hizo un gesto dramático y se dejó caer en una silla a su lado.

—¿Es una broma, verdad? ¡Dime que no lo conoces, porque si estás llorando por casarte con ese bombón te juro que te cacheteo! —exclamó la chica y Sammy arrugó el ceño.

—No… no lo conozco. Martín Rivera y mi abuelo empezaron el negocio juntos, pero cuando se expandieron, los Rivera vinieron a los Estados Unidos y nosotros nos quedamos en España —recordó Sammy—. El contacto ha sido comercial pero las familias… no.

Lory se mordió el labio con un suspiro y sacó su celular, googleando inmediatamente al futuro marido de su mejor amiga.

—¡Mataría por estar en tu lugar! —exclamó mostrándole la foto de un hombre de unos treinta años, absurdamente atractivo, con un traje pulcro de diseñador y sonrisa seductora.

—¿Ese es…?

—¡Ese, cariño, es Ángel Rivera! ¡El bombón Rivera, el papacito Rivera, la cosita más rica y apetecible de los Estados Unidos! —dijo Lory derritiéndose.

—¿Y este hombre cómo es que está soltero? —murmuró Sammy, un poco impresionada porque realmente era guapísimo.

—Pues para empezar, según las revistas del corazón, es adicto al trabajo, y para seguir, probablemente le pase lo mismo que a ti, está esperando un matrimonio ventajoso con el que complacer a su familia.

Sammy se cubrió el rostro con las manos y respiró profundamente mientras Lory volvía a arreglarla y maquillarla. Al menos no era un viejo barrigón, calvo y feo.

—¿Qué más debo saber de él? —preguntó sabiendo que con eso daba vía libre a la lengua de su mejor amiga, que era fanática de las revistas de chismes y de la vida de cualquiera que fuera famoso.

—Bueno, la familia Rivera es muy reservada. Solo se les ve en galas importantes y recaudaciones de fondos; aunque viendo esta mansión, ¿quién querría salir de aquí? —dijo Lory mirando alrededor—. Tienen mucha pero mucha influencia en la política del Estado, y por lo que he podido escuchar, casi han conseguido el monopolio de los viñedos de Napa.

—No he conocido a ninguno... —murmuró Sammy.

—Tampoco son muchos —aclaró Lory—. Solo el señor Gael Rivera, su esposa Amaranta y sus hijos.

—¿Sus? —preguntó Sammy ante ese plural.

—Sí, según dicen hay otro hijo en la familia, pero es una cabra loca y no es muy querido. El bueno bueno es Ángel, por eso dirige el conglomerado. Solo imagínate, no llega ni a los treinta y ya es un CEO, sexy, millonario…

—¿Quieres casarte tú con él? —preguntó Sammy y Lory le apuntó con el cepillo.

—¡No me tientes!

Cinco minutos después una de las sirvientas de la casa tocó a la puerta de su habitación y preguntó si ya estaba lista.

Sammy se miró en el espejo, con la ayuda de Lory ya parecía una novia en toda regla, pero aunque seguía estando muy nerviosa, ya no había nada que hacer, solo salir y cumplir la promesa que había hecho.

Afuera, en el jardín, habían adornado una pequeña glorieta blanca y colocado menos de veinte sillas.

—Vaya… ni que fuera una boda secreta —murmuró Lory un poco sorprendida, porque aunque ciertamente era muy apresurada, sabía que habría bastado con que la familia Rivera extendiera invitaciones para que hasta el gobernador se presentara de inmediato.

Cuando Sammy salió al jardín, haciendo acopio de valor, se encontró con un episodio sombrío: el señor Gael Rivera y se esposa Amaranta estaban a la derecha, acompañados del abuelo Martín, que ya estaba muy mayor e iba en silla de ruedas. A la izquierda Sammy vio a su madre, Carmina Reyes y a su padrastro Guillermo Rojas, los dos con sus caras de agraviados porque no podían estar más opuestos a ese matrimonio.

La única que estaba de su lado, la única, era Lory.

El resto eran cinco o seis hombres de traje que seguro solo estaban encargados de hacer aquella boda oficial.

Y contrario a lo que Sammy esperaba, Ángel Rivera no estaba de pie en el improvisado altar, sino en el inicio de la alfombra por la que debían caminar.

Le tendió la mano a Sammy y ella apretó los labios al tomarla.

—Lamento mucho que nos conozcamos así, Sahamara —dijo él con tono neutro que intentaba ser agradable—. Mi pésame por la muerte de tu abuelo.

A Sammy se le humedecieron los ojos, era la primera persona que se preocupaba realmente por eso.

—Gr-gracias… —respondió.

—Escucha, esta ha sido una verdadera sorpresa para los dos, pero te aseguro que voy a hacer hasta lo imposible porque esto salga bien—. Era cierto que era muy atractivo, mucho más que en las fotos, pero más allá de eso, su voz era amable y genuina, y le provocó a Sammy una confianza instantánea—. Vamos a hacer un acuerdo, sígueme la corriente con esto, y te prometo que voy a ayudarte y protegerte en todo lo que necesites. ¿Está bien?

Sammy pasó saliva, porque los dos sabían a qué se refería, pero se colgó de su brazo y avanzaron juntos hasta quedar frente al juez que iba a casarlos.

A medida que la ceremonia avanzaba, Sammy sentía que su estómago se revolvía más. Tenía náuseas, estaba asustada, y aquel hombre a su lado parecía un dios, frío, distante, ecuánime.

No hubo votos, solo la simple pregunta a la que Ángel Rivera respondió: «Sí, acepto», pero Sammy no pudo despegar los labios.

Ángel se inclinó sobre ella y le acarició el dorso de la mano.

—¿Recuerdas nuestro acuerdo? —preguntó mirándola a los ojos, y ella contuvo el aliento un segundo antes de contestar.

—Sí… acepto.

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