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CAPÍTULO 2. ¿Te gusta lo que ves?

Decir «Sí, acepto», era la parte fácil. La parte difícil venía en el momento en punto en que Sahamara Reyes no tenía ni idea de qué implicaba casarse con Ángel Rivera.

¿Debía ser su esposa «esposa»?

¿Debía poner solo una cara linda frente a las cámaras o también tenía que acostarse con él?

La sola idea le aflojó las rodillas y no en el buen sentido, haciendo que Ángel se girara a verla.

—¿Estás bien, Sahamara? —le preguntó con tono solícito y la muchacha asintió.

Desde el momento en que el juez los había declarado marido y mujer no había soltado su mano, y había sido lo bastante cortés como para darle solo un beso en la mejilla.

Después de eso el tiempo se fue en conversar con los pocos invitados, pero Ángel siempre se encargaba de mantenerla a su lado, incluso le acariciaba el dorso de la mano de cuando en cuando, como si fuera un gesto tranquilizador entre los dos. Pero la realidad era que Sammy no se atrevía ni a mirarlo.

—Tranquila, todo va a salir bien —le dijo inclinándose un poco hacia ella y poniendo una copa de champaña en su mano—. Tu abuelo era el mejor amigo de mi abuelo, el señor Alejo era muy importante para él, así que tú eres muy importante para mí. Todo estará bien —dijo con una seguridad que logró calmarla por un momento

—Gracias… solo estoy un poco aturdida y la champaña debe estar pasándome factura —murmuró ella y lo vio sonreír con una mueca.

—Creo que a mí también. Dame un minuto, ya regreso.

Sammy se inquietó cuando lo vio irse, porque menos de veinte segundos después las dos personas más desagradables que había sobre la Tierra se acercaron a ella.

—¡Hay que ver que eres estúpida! —le espetó su madre entre dientes—. ¿Cómo pudiste casarte con ese hombre solo porque un viejo moribundo te lo pidió?

Sammy apretó los labios, viendo la frustración en el rostro de su madre y la rabia en el de su padrastro.

—Ese viejo moribundo era tu padre, ¡y tú y yo sabemos muy bien por qué me suplicó que me casara con Ángel Rivera! —gruñó la muchacha.

—¡Para que le entregaras en bandeja de plata nuestra fortuna! —ladró Carmina.

—¡Para que salvara su legado! —replicó Sammy, pero antes de que pudiera decir otra palabra, Lory se paró entre su madre y ella.

—Carmina… te traigo ganas desde que soy una niña, así que si no quieres que te arranque todas esas mechas postizas que tienes, ¡deja a Sammy en paz al menos el día de su boda! —la amenazó con una sonrisa tan fría que Carmina Reyes solo levantó la barbilla con arrogancia y se alejó de allí.

Su padrastro esbozó una mueca que variaba entre la furia y el desprecio, pero también se fue.

—¿Cuándo vas a aprender a defenderte? —la regañó Lory, molesta—. ¿Y dónde rayos está tu marido que te dejó sola con esa arpía?

Sammy se abrazó el cuerpo y suspiró con cansancio.

—Creo que fue al baño… ¡otra vez!

Lory levantó una ceja divertida, porque era la quinta vez en dos horas que el novio iba al baño.

—¿Y ese hombre de qué tamaño tiene la vejiga? —susurró—. ¿Te imaginas que sea incontinente?

—¡Ay, Lory, no digas esas cosas! —murmuró Sammy riéndose y las dos se inclinaron hacia adelante para cotillear.

—Pero es que a lo mejor por eso está soltero. ¡Ese hombre es demasiado perfecto…! ¿Y si no se le para?

Sammy escupió su champaña de la risa sin poder evitarlo, porque Lory estaba completamente loca.

—Señora Rivera… ¿Señora Rivera?

La muchacha se sobresaltó cuando se dio cuenta de que la llamaban a ella. ¡Ella era la nueva señora Rivera!

—Ss-sí, dígame —respondió y el mayordomo frente a ella le sonrió.

—Ya están alistado su avión, señora Rivera. Llevaremos sus maletas y las del señor. Si gusta puede abordar, el señor Rivera la acompañará en breve —dijo el hombre como si fuera lo más natural del mundo.

—¿Abordar…? ¿Cómo abordar…?

—En la pista privada, señora.

Sammy y Lory se miraron estupefactas, y trataron de no parecer demasiado impresionadas por el hecho de que la familia Rivera tuviera una pista de aterrizaje y un avión en su patio trasero.

—Luna de miel en Hawái —Sammy trató de darse ánimos—. ¿Puede ser más perfecto?

—Sí, si el novio saliera del baño —se burló Lory.

Pero lo que ninguna de las dos imaginaba era que eso precisamente intentaba hacer Ángel Rivera, salir de aquel endemoniado baño. No le había puesto seguro a la puerta ¿o sí? Giró la manija en todas direcciones, corrió y descorrió el seguro, y terminó golpeándola con la base del puño y dando un par de gritos a ver si alguien venía a sacarlo. Pero la mansión era demasiado grande y estaba comprobado que la suerte no estaba de su lado últimamente.

—¡Fantástico! ¿¡Qué mejor cierre para una boda que el novio derribando una puerta!? —rezongó antes de embestirla con el hombro.

Por su parte, Sammy no demoró en despedirse de Lory y caminar por la pista hasta el avión. No era el primer Jet ejecutivo al que se subía, pero definitivamente era el más lujoso. Sin embargo no tenía cabeza para admirar nada, solo se dejo caer en la privacidad de uno de los enormes asientos y escondió la cara entre las manos.

Cerró los ojos y a su mente volvieron los acontecimientos de dos días atrás.

—Sammy… mi niña, por favor, prométeme que vas a casarte con Ángel —le había pedido su abuelo mientras ella lloraba desconsolada arrodillada frente a su cama—. Necesito saber que te dejo protegida…

—No digas eso viejito, no puedes dejarme… —sollozaba ella, porque Alejo Reyes era la persona a la que más amaba en el mundo.

—Mi niña, mi tiempo ya pasó —había susurrado su abuelo con angustia—. El único miedo que tengo no es a morir, sino saber que te quedas en manos de esos… infelices.

—Abuelo…

—Sammy, desde que tu padre murió he tratado de mantenerte en una burbuja de cristal, y ese quizás haya sido mi peor error. Tu padre me quiso más que mi propia hija, y aunque he querido cerrar los ojos, la realidad es que tu madre no es una buena mujer, y ese marido que tiene tampoco —había dicho el señor Alejo con impotencia—. Han estado robándole a la empresa por casi cinco años, ¡lo único que quieren es que me muera para heredarme y despilfarrar toda tu fortuna!

—Abuelo, pero yo no necesito…

—¡Aunque no la necesites, Sammy! ¡Tu padre me ayudó a levantar esta empresa desde cero, la construimos para ti! —había insistido el anciano—. ¡Es el trabajo de toda nuestras vidas, mi niña, es nuestro legado…! ¡No puedes permitir que tu madre y ese sinvergüenza te lo quiten! ¡Estas tierras, estos viñedos… el amor de tu padre y el mío está en cada una de esas barricas de vino, hija, no puedes dejar que se pierda!

Sammy había llorado a lágrima viva al escuchar aquello.  

—Pero abuelo… es que yo no sé nada de vino… —había murmurado.

Ella había estudiado Historia del Arte, eso era lo que le gustaba de verdad.

—Por eso te pido que te cases con Ángel Rivera —había insistido el señor Alejo—. Es el nieto de mi socio en América, es un buen muchacho, ya es el CEO del conglomerado allá…

—¡Pero abuelo, ni siquiera nos conocemos! —había sollozado ella.

—No necesitas conocerlo, solo debes saber que su abuelo Martín tiene una deuda de honor conmigo, y que la familia Rivera va a protegerte y ayudarte hasta que puedas dirigir esta empresa. —De los ojos de su abuelo caían lágrimas de tristeza y Sammy se había acostado a su lado para abrazarlo.

—No puedes dejarme, viejito… ¿Qué voy a hacer sin ti?

—Ser fuerte, ser valiente… y aprender. —En ese instante más que nunca le pesaba haberla sobreprotegido tanto—. Ángel Rivera puede cuidar nuestro legado, hasta que seas capaz de protegerlo por ti misma. ¿Harías eso por mí, mi niña?

Y Sammy había terminado aceptando, porque no podía decepcionarlo antes de morir. Pero después de que su abuelo había muerto, la realidad de sus palabras la había golpeado duramente. Se había sentado entre una docena de abogados y economistas y había entendido que no sería capaz de manejar nada en aquella empresa sin arruinarla.

Sin embargo, al parecer su abuelo no solo había dejado instrucciones para ella, porque menos de un día después, el señor Gael Rivera había aparecido en su puerta con un contrato matrimonial; y la misma promesa de protegerla de la que había hablado su abuelo.

Después de eso no había tenido más opciones. Así que allí estaba: recién casada y a punto de viajar de luna de miel con un hombre que no conocía.

Se llevó otra copa de champaña a los labios y se enderezó cuando vio entrar a su marido por la puerta del avión. Ángel le hizo un guiño sexy apenas la vio, y Sammy se sobresaltó un poco, porque aquello definitivamente no lo esperaba.

Traía un bolso enorme, negro, que lanzó con descuido sobre uno de los asientos, y le dio instrucciones a uno de los pilotos para salir de inmediato.

La muchacha arrugó el entrecejo. Había algo extraño en él, pero la verdad lo conocía tan poco que no podía decir qué. A lo mejor era porque lo tenía frente a ella y estaban solos por primera vez, pero se veía más… grande.

Ángel se desabotonó el saco y ella se dijo que era una suerte o ese botón habría saltado. Estaba como… ¡macizo! Podía ver cada curva de los músculos de sus brazos tensos contra el traje... ¿se había cambiado el traje...? y la camisa blanca apretada contra su pecho… ¡Cristo Divino...!

¿Y eso qué era debajo…? ¿Un…? ¿Era un tatuaje...?

Una risa traviesa la hizo sobresaltarse y de la boca de su marido solo salió una frase coqueta:

—¿Te gusta lo que ves?

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