Decir «Sí, acepto», era la parte fácil. La parte difícil venía en el momento en punto en que Sahamara Reyes no tenía ni idea de qué implicaba casarse con Ángel Rivera.
¿Debía ser su esposa «esposa»?
¿Debía poner solo una cara linda frente a las cámaras o también tenía que acostarse con él?
La sola idea le aflojó las rodillas y no en el buen sentido, haciendo que Ángel se girara a verla.
—¿Estás bien, Sahamara? —le preguntó con tono solícito y la muchacha asintió.
Desde el momento en que el juez los había declarado marido y mujer no había soltado su mano, y había sido lo bastante cortés como para darle solo un beso en la mejilla.
Después de eso el tiempo se fue en conversar con los pocos invitados, pero Ángel siempre se encargaba de mantenerla a su lado, incluso le acariciaba el dorso de la mano de cuando en cuando, como si fuera un gesto tranquilizador entre los dos. Pero la realidad era que Sammy no se atrevía ni a mirarlo.
—Tranquila, todo va a salir bien —le dijo inclinándose un poco hacia ella y poniendo una copa de champaña en su mano—. Tu abuelo era el mejor amigo de mi abuelo, el señor Alejo era muy importante para él, así que tú eres muy importante para mí. Todo estará bien —dijo con una seguridad que logró calmarla por un momento
—Gracias… solo estoy un poco aturdida y la champaña debe estar pasándome factura —murmuró ella y lo vio sonreír con una mueca.
—Creo que a mí también. Dame un minuto, ya regreso.
Sammy se inquietó cuando lo vio irse, porque menos de veinte segundos después las dos personas más desagradables que había sobre la Tierra se acercaron a ella.
—¡Hay que ver que eres estúpida! —le espetó su madre entre dientes—. ¿Cómo pudiste casarte con ese hombre solo porque un viejo moribundo te lo pidió?
Sammy apretó los labios, viendo la frustración en el rostro de su madre y la rabia en el de su padrastro.
—Ese viejo moribundo era tu padre, ¡y tú y yo sabemos muy bien por qué me suplicó que me casara con Ángel Rivera! —gruñó la muchacha.
—¡Para que le entregaras en bandeja de plata nuestra fortuna! —ladró Carmina.
—¡Para que salvara su legado! —replicó Sammy, pero antes de que pudiera decir otra palabra, Lory se paró entre su madre y ella.
—Carmina… te traigo ganas desde que soy una niña, así que si no quieres que te arranque todas esas mechas postizas que tienes, ¡deja a Sammy en paz al menos el día de su boda! —la amenazó con una sonrisa tan fría que Carmina Reyes solo levantó la barbilla con arrogancia y se alejó de allí.
Su padrastro esbozó una mueca que variaba entre la furia y el desprecio, pero también se fue.
—¿Cuándo vas a aprender a defenderte? —la regañó Lory, molesta—. ¿Y dónde rayos está tu marido que te dejó sola con esa arpía?
Sammy se abrazó el cuerpo y suspiró con cansancio.
—Creo que fue al baño… ¡otra vez!
Lory levantó una ceja divertida, porque era la quinta vez en dos horas que el novio iba al baño.
—¿Y ese hombre de qué tamaño tiene la vejiga? —susurró—. ¿Te imaginas que sea incontinente?
—¡Ay, Lory, no digas esas cosas! —murmuró Sammy riéndose y las dos se inclinaron hacia adelante para cotillear.
—Pero es que a lo mejor por eso está soltero. ¡Ese hombre es demasiado perfecto…! ¿Y si no se le para?
Sammy escupió su champaña de la risa sin poder evitarlo, porque Lory estaba completamente loca.
—Señora Rivera… ¿Señora Rivera?
La muchacha se sobresaltó cuando se dio cuenta de que la llamaban a ella. ¡Ella era la nueva señora Rivera!
—Ss-sí, dígame —respondió y el mayordomo frente a ella le sonrió.
—Ya están alistado su avión, señora Rivera. Llevaremos sus maletas y las del señor. Si gusta puede abordar, el señor Rivera la acompañará en breve —dijo el hombre como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Abordar…? ¿Cómo abordar…?
—En la pista privada, señora.
Sammy y Lory se miraron estupefactas, y trataron de no parecer demasiado impresionadas por el hecho de que la familia Rivera tuviera una pista de aterrizaje y un avión en su patio trasero.
—Luna de miel en Hawái —Sammy trató de darse ánimos—. ¿Puede ser más perfecto?
—Sí, si el novio saliera del baño —se burló Lory.
Pero lo que ninguna de las dos imaginaba era que eso precisamente intentaba hacer Ángel Rivera, salir de aquel endemoniado baño. No le había puesto seguro a la puerta ¿o sí? Giró la manija en todas direcciones, corrió y descorrió el seguro, y terminó golpeándola con la base del puño y dando un par de gritos a ver si alguien venía a sacarlo. Pero la mansión era demasiado grande y estaba comprobado que la suerte no estaba de su lado últimamente.
—¡Fantástico! ¿¡Qué mejor cierre para una boda que el novio derribando una puerta!? —rezongó antes de embestirla con el hombro.
Por su parte, Sammy no demoró en despedirse de Lory y caminar por la pista hasta el avión. No era el primer Jet ejecutivo al que se subía, pero definitivamente era el más lujoso. Sin embargo no tenía cabeza para admirar nada, solo se dejo caer en la privacidad de uno de los enormes asientos y escondió la cara entre las manos.
Cerró los ojos y a su mente volvieron los acontecimientos de dos días atrás.
—Sammy… mi niña, por favor, prométeme que vas a casarte con Ángel —le había pedido su abuelo mientras ella lloraba desconsolada arrodillada frente a su cama—. Necesito saber que te dejo protegida…
—No digas eso viejito, no puedes dejarme… —sollozaba ella, porque Alejo Reyes era la persona a la que más amaba en el mundo.
—Mi niña, mi tiempo ya pasó —había susurrado su abuelo con angustia—. El único miedo que tengo no es a morir, sino saber que te quedas en manos de esos… infelices.
—Abuelo…
—Sammy, desde que tu padre murió he tratado de mantenerte en una burbuja de cristal, y ese quizás haya sido mi peor error. Tu padre me quiso más que mi propia hija, y aunque he querido cerrar los ojos, la realidad es que tu madre no es una buena mujer, y ese marido que tiene tampoco —había dicho el señor Alejo con impotencia—. Han estado robándole a la empresa por casi cinco años, ¡lo único que quieren es que me muera para heredarme y despilfarrar toda tu fortuna!
—Abuelo, pero yo no necesito…
—¡Aunque no la necesites, Sammy! ¡Tu padre me ayudó a levantar esta empresa desde cero, la construimos para ti! —había insistido el anciano—. ¡Es el trabajo de toda nuestras vidas, mi niña, es nuestro legado…! ¡No puedes permitir que tu madre y ese sinvergüenza te lo quiten! ¡Estas tierras, estos viñedos… el amor de tu padre y el mío está en cada una de esas barricas de vino, hija, no puedes dejar que se pierda!
Sammy había llorado a lágrima viva al escuchar aquello.
—Pero abuelo… es que yo no sé nada de vino… —había murmurado.
Ella había estudiado Historia del Arte, eso era lo que le gustaba de verdad.
—Por eso te pido que te cases con Ángel Rivera —había insistido el señor Alejo—. Es el nieto de mi socio en América, es un buen muchacho, ya es el CEO del conglomerado allá…
—¡Pero abuelo, ni siquiera nos conocemos! —había sollozado ella.
—No necesitas conocerlo, solo debes saber que su abuelo Martín tiene una deuda de honor conmigo, y que la familia Rivera va a protegerte y ayudarte hasta que puedas dirigir esta empresa. —De los ojos de su abuelo caían lágrimas de tristeza y Sammy se había acostado a su lado para abrazarlo.
—No puedes dejarme, viejito… ¿Qué voy a hacer sin ti?
—Ser fuerte, ser valiente… y aprender. —En ese instante más que nunca le pesaba haberla sobreprotegido tanto—. Ángel Rivera puede cuidar nuestro legado, hasta que seas capaz de protegerlo por ti misma. ¿Harías eso por mí, mi niña?
Y Sammy había terminado aceptando, porque no podía decepcionarlo antes de morir. Pero después de que su abuelo había muerto, la realidad de sus palabras la había golpeado duramente. Se había sentado entre una docena de abogados y economistas y había entendido que no sería capaz de manejar nada en aquella empresa sin arruinarla.
Sin embargo, al parecer su abuelo no solo había dejado instrucciones para ella, porque menos de un día después, el señor Gael Rivera había aparecido en su puerta con un contrato matrimonial; y la misma promesa de protegerla de la que había hablado su abuelo.
Después de eso no había tenido más opciones. Así que allí estaba: recién casada y a punto de viajar de luna de miel con un hombre que no conocía.
Se llevó otra copa de champaña a los labios y se enderezó cuando vio entrar a su marido por la puerta del avión. Ángel le hizo un guiño sexy apenas la vio, y Sammy se sobresaltó un poco, porque aquello definitivamente no lo esperaba.
Traía un bolso enorme, negro, que lanzó con descuido sobre uno de los asientos, y le dio instrucciones a uno de los pilotos para salir de inmediato.
La muchacha arrugó el entrecejo. Había algo extraño en él, pero la verdad lo conocía tan poco que no podía decir qué. A lo mejor era porque lo tenía frente a ella y estaban solos por primera vez, pero se veía más… grande.
Ángel se desabotonó el saco y ella se dijo que era una suerte o ese botón habría saltado. Estaba como… ¡macizo! Podía ver cada curva de los músculos de sus brazos tensos contra el traje... ¿se había cambiado el traje...? y la camisa blanca apretada contra su pecho… ¡Cristo Divino...!
¿Y eso qué era debajo…? ¿Un…? ¿Era un tatuaje...?
Una risa traviesa la hizo sobresaltarse y de la boca de su marido solo salió una frase coqueta:
—¿Te gusta lo que ves?
«¿Te gusta lo que ves?»Realmente no era una pregunta tan difícil, y aun así Sammy no pudo evitar balbucear un poco.—¿Eh…?Lo vio inclinarse hacia ella con una sonrisa traviesa y pasar un pulgar sobre sus labios mientras los miraba fijamente.—La verdad es que no sé si pedirte que cierres esa boquita… o pedirte que la abras un poco más —dijo en un susurro y ella se echó atrás, tosiendo porque estaba segura de que aquella insinuación le había hecho subir burbujas de champaña a la nariz.Él rio mientras la miraba de arriba abajo con una expresión de depredador en plena cacería y Sammy sintió que se encogía sobre sí misma.—No imaginé que fueras tan… impresionable —advirtió él sentándose en el asiento frente a ella y la muchacha arrugó el ceño.—¡No soy impresionable! Es solo que…¿Qué iba a decirle exactamente? ¿Que hasta ese momento él había sido un educado y agradable bloque de hielo y de repente, apenas se cerraba la puerta del avión, parecía un playboy en plena conquista sexual?—B
Por un segundo aquel hombre se quedó paralizado. ¡Los dos maldit0s pilotos estaban muertos! Y por la forma rígida de sus cuerpos, llevaban más de tres horas así.Quizás en otro momento, como cualquier ser humano normal, se habría puesto a gritar porque alguien había envenenado a dos personas en aquel avión, pero la realidad era capaz de golpear con más fuerza que cualquier hombre.Estaban en el aire, a doce mil metros de altura, alguien había envenenado a los pilotos y la única razón por la que no se habían estrellado ya era porque el aparato llevaba puesto el piloto automático. Sin embargo estaba seguro de que eso no los ayudaría por mucho tiempo más.Cerró los puños sobre los asientos de cada piloto y respiró profundamente hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Era estúpido decir que no estaba asustado, pero si algo había aprendido en la vida, era a no dejar que el miedo lo dominara.No tenía ni puñetera idea de cómo se podía aterrizar aquello, había pilotado aviones ultraliger
Debían ser aproximadamente las ocho de la mañana, cuando Ángel Rivera se despertó, sobresaltado por el sonido estridente de aquel teléfono. Había pasado la noche en el despacho de su padre, en el edificio de oficinas de la Compañía.Había bebido, había pensado, había repasado cada detalle en su mente y luego se había quedado dormido, porque la explicación la tenía, pero la solución para el problema, no.Apretó el botón del intercomunicador y la voz aguda de la secretaria de su padre sonó en el aparato.—Señor Rivera, tenemos una llamada entrante del aeropuerto de Honolulu.Ángel arrugó el ceño y se humedeció los labios antes de mordérselos.—Muy bien, transfiera la llamada —le ordenó y la voz de un hombre mayor se escuchó al otro lado.—¿Hablo con el señor Rivera?—El mismo. ¿En qué puedo servirle? —respondió educadamente.—Señor Rivera, esta es una noticia difícil de dar, pero me temo que algo ha sucedido. Su compañía aparece como propietaria de la aeronave Gulfstream G650, con el Có
La explosión no tardó ni dos minutos en escucharse, haciendo que las dos personas en el fondo de aquella balsa de emergencia se sobrecogieran. Pero la bola de fuego que subió hasta el cielo, hizo que Darío levantara la cabeza y tratara de calcular la distancia.Sí, ya podemos decirlo: su nombre era Darío Rivera, la cabra loca de la familia Rivera, el descarriado, el rebelde, el irreverente. Pero en ese justo momento lo que menos importaba era su nombre o su apellido, sino lo que fuera capaz de hacer para sobrevivir.El avión se había estrellado sobre tierra, y la columna de fuego y de humo que salía de él era una guía suficiente, pero no podían demorarse, porque la corriente no iba a llevarlos derechito a tierra así como así.PegadoS al interior de la balsa salvavidas había varios artículos de emergencia, y Darío agradeció mentalmente que hubieran comprado las que hacía Lalizas, porque eran las que mejor equipadas estaban.Desprendió dos pagayas cortas que había a un costado, y las mo
Sammy se llevó una mano a la frente, haciéndose sombra sobre los ojos. El atolón era tan pequeño que solo debía tener unos tres kilómetros de largo, sin embargo el suelo era rocoso y lastimaba los pies a tal punto que había que elegir muy bien dónde pisar.Así que lo que podía haber sido una caminata de cuarenta minutos, se convirtieron en tres horas de martirio bajo el sol.Sammy contuvo la respiración cuando su estómago rugió, protestando, y Ángel se dio la vuelta, pero no dijo nada porque él estaba igual, muriéndose de hambre.Le tendió una botella de agua, pero antes de que ella la agarrara, Darío levantó el índice en su dirección.—Con control, princesa, que no tenemos mucha —le advirtió.—¡Por supuesto, Diablo! Puedo ser una inútil, pero no soy una inconsciente —replicó llevándose la botella a los labios y dándole solo dos pequeños sorbos.Estaban casi llegando al avión cuando empezaron a encontrar pedazos más grandes regados. Fragmentos de la cola, asientos chamuscados, nada qu
El sol apenas parpadeaba entre nubes oscuras. Se había pasado toda la noche lloviendo, y ni Sammy ni Darío habían podido dormir bien. Estaban cansados, agotados y ateridos. Aunque aquel pedazo de avión les hacía de algo parecido a un techo, el aire de la tormenta había lanzado mucha lluvia en su dirección, así que los dos habían terminado empapados.—¿Crees…? ¿Quién crees que nos haya hecho esto? —murmuró Sammy, metiéndose en la boca una pequeña masa de pescado asado.Era raro desayunar con pescado, pero era mejor que no comer nada.Darío bajó el suyo con un sorbo de agua y negó.—No tengo idea, pero es evidente que no fue un accidente —respondió—. Dos hombres murieron con los mismos síntomas, probablemente envenenados. Y la realidad es que si a mí no me gustaran los deportes extremos, tú y yo estaríamos muertos también.Sammy se encogió sobre sí misma. No había podido dejar de pensar en eso.—Esto no fue para ellos, ¿verdad? —murmuró—. Fue para ti y para mí.—O solo para uno de los
Levantarla y llevársela a la pequeña cueva era lo de menos. El problema era que ni Darío tenía idea de por qué se había desmayado, ni Sammy parecía tener mucha intención de recuperar el conocimiento. Eventualmente su respiración se acompasó como si estuviera durmiendo, y él intentó tranquilizarse diciéndose que solo era el estrés.Y por más que se peleaba con ella, no podía culparla. Lo que habían vivido en los últimos dos días era digno de una novela de terror, no podía imaginar nada peor. Y si para él, que estaba acostumbrado a ponerse en situaciones extremas por diversión, aquello era difícil, no quería imaginar cómo era para ella, que probablemente tenía un séquito de nanas para consentirla cuando se rompía una uña.La acomodó en un rincón de la cueva, entre dos mantas térmicas. El lugar no era muy grande, apenas unos tres metros de ancho por otros cinco de profundidad, lo bastante alta como para que Darío no necesitara inclinar la cabeza al caminar adentro. La poceta donde goteab
Sammy sentía que los nervios le ganaban. Solo quería que llegara la noche lo más rápido posible, y Darío tuvo que protestar con convicción, porque con su apuro iba a quemarles la comida.Fue el día que más rápido la vio comer, incluso con tan pocos modales que se chupó los dedos y hasta suspiró, y el Diablo Rivera pasó saliva porque era un gesto normal, cualquiera se chupaba los dedos, él mismo lo hacía, pero cuando la veía hacerlo a ella… era como si esa parte menos dócil de su cuerpo se despertara.—¡Bueno, ya, ya! ¡Solo es comida! —le gruñó cuando la oyó suspirar por tercera vez, y Sammy levantó una ceja curiosa cuando lo vio tan ofuscado. Sin embargo no le dio tiempo a decir nada, porque él ya estaba levantándose y rebuscando en la bolsa por las cosas que iban a llevarse.Preparó la pistola de bengalas, se echó en uno de los bolsillos del pantalón cargo uno de los cohetes de señales, y salió andando en dirección al otro extremo del islote apenas el sol cayó. En contraste con su ce