—Pero di algo… ¿no? —casi suplicó Darío después de que Sammy se pasara dos minutos completos sin pestañear.—¿Es…? ¿Es en serio? —murmuró ella viendo aquel enorme diamante y entendiendo por qué Jacob Lieberman había salido corriendo y había regresado corriendo también.—Noooooo… el Grillo tiene una cámara oculta… ¿¡Tú qué crees!? —Darío estaba más nervioso que nunca en su vida.—¿Y si digo que no?La sonrisa del Diablo se borró en un segundo y Sammy le vio una cara de desamparo que no parecía que hubiera noqueado a diez hombres esa noche.—¿Vas a decirme que no? —susurró levantándose.—¡Claro que no! ¡Solo quería que grabaran tu cara porque el Grillo sí tiene una cámara y nada oculta!—¡Sammy! —protestó Darío y ella le saltó a la cintura sin ninguna vergüenza.—¡Síiiiiii, Diablo! ¡Claro que sí me caso contigo! —exclamó mientras los vítores se escuchaban alrededor de la jaula—. ¿Cómo no voy a casarme contigo si tú eres el amor de mi vida?—¡Pues no me asustes…! —iba a reclamar el Diabl
Sammy arrastró los pies hasta el cuarto de Lory, porque decir que era capaz de caminar normalmente era una burda mentira. Estaba en modo zombi, pero tenían que hacer tantas cosas para la boda que no le había quedado más remedio que levantarse.—Muñequita…—tocó a la puerta de su habitación, porque aunque Lory tuviera su propio departamento, siempre tendría una habitación en aquella casa—. Te traje agua mineral y aspirinas… ¿quieres?Adentro se escucharon jadeos ahogados y una voz ronca y sensual que decía:—¿Muñequita…? Me gusta eso…—¡¿Estás loco?! ¡Suéltame, suéltame ahora mismo…!Sammy ni siquiera se dio tiempo a pensarlo, abrió la puerta de un tirón para encontrarse a Lory esposada a la cabecera de la cama, y a un hombre en la puerta del baño, con un abdomen de fantasía, tatuado de los cuadritos de la V hacia abajo… o al menos eso se veía por la camisa abierta.Sammy arrugó el ceño, un poco espantada.—¿¡Norton!? —exclamó y él sonrió mientras terminaba de abotonarse los puños de la
La discusión tardó horas, las justas para que cuando Darío llegara al altar con Alonso Fisterra como su padrino, ya estuviera todo organizado y Jacob Lieberman les sacara la lengua a todos los que habían perdido.—¿Tú vas a oficiar mi boda, Lieberman? —preguntó Darío.—¡Pues claro! ¡Me perdí una de las mejores peleas de la historia por buscarte un pedrusco para que le pusieras en el dedo a tu mujer…! —rezongó Jake.—¿O sea que les hiciste chantaje emocional a todos los demás?—¡Eso! —dijo Jake alisándose el traje muy orondo.Darío sonrió porque le daba igual quién oficiara su boda, todos ellos eran buenos amigos, y el Grillo estaba a su lado, inflado como un papá orgulloso.—Por cierto, el avión está listo —murmuró Alonso señalando hacia la pista.Habían decidido hacer la boda en la mansión Rivera porque tenía su propia pista de despegue autorizada, y de ahí saldrían hacia su luna de miel.—Perfecto, va a ser una linda sorpresa para Sammy —sonrió Darío frotándose las manos.—¿Y estás
Sammy protestó tres veces antes de abrir los ojos. Tenía demasiado sueño, aunque ya casi era mediodía. Los dos últimos meses habían sido una completa locura. Islas Midway era mucho mejor de lo que recordaba, en especial porque esta vez iban preparados.Darío la había llevado a incontables paseos alrededor del atolón, habían buceado en los arrecifes, habían hecho el amor como dos conejos en estación y desde hacía una semana Sammy se había declarado cansada.—¡Vamos, princesa, levántate! —la animó Darío—. ¡No tienes idea de la sorpresa que te tengo para hoy!—Diablo, si no viene en forma de hamaca y con almohada, no me interesa —sentenció ella girándose hacia el otro lado en la cama y el Diablo solo la levantó en brazos, así desnuda y envuelta en una sábana, y la llevó a la cocina para prepararle el desayuno.Por suerte la sentó en la encimera, porque ni siquiera había terminado de hacer el café, cuando Sammy hizo una mueca de asco, se inclinó sobre el fregadero y vomitó íntegramente el
Siete meses después.Sammy caminaba alrededor de aquella jaula como si estuviera lista para la madre de todas las peleas.—¡Diablo, sube aquí ahora mismo! —gritó con frustración y Darío se puso pálido.—¿Y yo por qué? —rezongó.—¡Porque tú me hiciste esto! —exclamó Sammy señalando su pancita de nueve meses, mientras sus nudillos se ponían lívidos contra la malla de la jaula—. ¡Aaaaaahhhhh!Darío se apresuró a subir y la alcanzó, haciendo un puchero. Tomó sus manos y empezó a respirar frente a ella como la doctora les había enseñado.—Todavía son cada veinte minutos, nena, falta un poquito —murmuró porque las contracciones no era lo suficientemente seguidas como para que fueran al hospital.—¡Pues aceléralo! —gritó Sammy—. ¡O te juro que el primer nockout de tu vida te lo voy a dar yo!—Entonces mejor nos vamos… ¡no me quiero arriesgar! —aseguró Darío y Sammy lo tomó violentamente por la tela de la playera.—¿Ya llamaste a todos?—¡Sí señora!—¿Los bolsos de los bebés?—¡Listos, señora
Seis meses después.—Parece que acaba de salir de un tornado —susurró Ángel muy bajito para que Sammy no se despertara. Estaba sentada en uno de los enormes sillones y allí mismo se había quedado dormida, justo detrás de los bebés.—Shshshsshshsh, agarra tu bebé y no provoques al dragón —murmuró Darío en respuesta—. Bastante bien estamos para tener dos nenes pequeños.Ángel se aguantó la risa y levantó a la pequeña Alejandra. Se aseguró de que estaba en perfecto equilibrio y salió de la habitación seguido por su hermano, que llevaba al varoncito.Se sentaron en uno de los salones y el abuelo Martin les acercó los biberones.—Pues te voy a decir algo, tú también te vez bien jodido —se rio Ángel y su hermano puso los ojos en blanco.—Tengo sueño crónico ¿qué esperas? ¡Son dos! —respondió—. Lo beuno es que su tío Ángel ya está aquí y nos va a ayudar a cambiar esos pañales apestosos, ¿verdad mi corazón hermoso? —dijo Darío mirando a su hijo y haciéndole muecas que lo hicieron reír de inme
Seis años después.Sammy sonrió viendo cómo Alejandra saltaba por encima de su padre, agarraba la sillita pequeña que estaba detrás de su mesita del té y le daba con ella.—¡Alejandra! —gritó su madre y la niña se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos, mientras Darío se frotaba la pantorrilla—. ¿Por qué le estás pegando a tu padre con eso?La niña hizo una mueca y luego se encogió de hombros.—¡Pues es cuando papi está en la jaula tú siempre le gritas «dale con la silla»! Y él nunca tiene… pero yo ahora sí tengo —respondió como si eso fuera justificación suficiente.Sammy levantó un dedo y abrió la boca, pero entre la mirada interrogante de la niña y la de su padre, no había argumento posible.—¡Pues o se portan bien, o tú no peleas más —amenazó a Darío—, y tú no vas a ver más a tu padre pelear! —le advirtió a Alejandra.—¿Y si no nos llevas a Ángel y a mí, quién te va a ayudar con las apuestas? —replicó la niña con sorna y Sammy le lanzó a la cara un almohadón que la dejó senta
¿TUYA O MÍA? Un libro de Valeria Adams Bestseller del New York Times Número uno en el ranking de ventas por ocho semanas. La periodista se sentó delante de aquella pantalla y miró la silla vacía a su lado. Valeria debía estar allí. Habían sido grandes amigas por años, y había ayudado a promocionar cada uno de sus libros. Lo normal era que sucediera aquella entrevista chistosa y afable en la que la autora siempre les relataba un poco sobre cómo había sido todo en la vida de sus protagonistas después del maravilloso «felices para siempre». Sin embargo la última vez que alguien había visto a Valeria Adams había sido ocho semanas antes, justo después del lanzamiento de su último libro: ¿Tuya o mía? Salió de sus pensamientos en cuanto el director del programa le hizo una señal de que ya estaban listos para comenzar el programa en vivo, y respiró profundamente antes de enfrentar la cámara. —Queridos televidentes. Sé que esta ha sido noticia de los dos últimos meses, pero cuando una