Levantarla y llevársela a la pequeña cueva era lo de menos. El problema era que ni Darío tenía idea de por qué se había desmayado, ni Sammy parecía tener mucha intención de recuperar el conocimiento. Eventualmente su respiración se acompasó como si estuviera durmiendo, y él intentó tranquilizarse diciéndose que solo era el estrés.Y por más que se peleaba con ella, no podía culparla. Lo que habían vivido en los últimos dos días era digno de una novela de terror, no podía imaginar nada peor. Y si para él, que estaba acostumbrado a ponerse en situaciones extremas por diversión, aquello era difícil, no quería imaginar cómo era para ella, que probablemente tenía un séquito de nanas para consentirla cuando se rompía una uña.La acomodó en un rincón de la cueva, entre dos mantas térmicas. El lugar no era muy grande, apenas unos tres metros de ancho por otros cinco de profundidad, lo bastante alta como para que Darío no necesitara inclinar la cabeza al caminar adentro. La poceta donde goteab
Sammy sentía que los nervios le ganaban. Solo quería que llegara la noche lo más rápido posible, y Darío tuvo que protestar con convicción, porque con su apuro iba a quemarles la comida.Fue el día que más rápido la vio comer, incluso con tan pocos modales que se chupó los dedos y hasta suspiró, y el Diablo Rivera pasó saliva porque era un gesto normal, cualquiera se chupaba los dedos, él mismo lo hacía, pero cuando la veía hacerlo a ella… era como si esa parte menos dócil de su cuerpo se despertara.—¡Bueno, ya, ya! ¡Solo es comida! —le gruñó cuando la oyó suspirar por tercera vez, y Sammy levantó una ceja curiosa cuando lo vio tan ofuscado. Sin embargo no le dio tiempo a decir nada, porque él ya estaba levantándose y rebuscando en la bolsa por las cosas que iban a llevarse.Preparó la pistola de bengalas, se echó en uno de los bolsillos del pantalón cargo uno de los cohetes de señales, y salió andando en dirección al otro extremo del islote apenas el sol cayó. En contraste con su ce
—¡Sammy!Aquello no servía mucho para darle confianza. La lluvia empezó a caer con tanta fuerza que apenas podían ver dos metros delante de ellos, así que los treinta metros hasta la orilla se convirtieron en un suplicio para la muchacha.En los seis metros entre el mar y la cueva, la lluvia les quitó de encima el agua salada, y el viento provocaba tanto frío que Sammy ni siquiera se proecupó de que él la estuviera mirando, solo se dio la vuelta hacia una de las paredes y se quitó la ropa mojada, poniéndose otra que no le tapaba mucho el frío pero al menos estaba seca.—La única razón por la que no nos demos cuenta de lo fuerte que es el viento, es porque no tenemos con qué compararlo —murmuró Darío mirando afuera con gesto preocupado.—¿Qué quieres decir? —preguntó Sammy y él se levantó, haciéndole una señal para que la siguiera cerca de la entrada.Sacó apenas su mano y la muchacha lo imitó, pero enseguida tuvo que meterla de nuevo, la lluvia golpeaba furiosamente su antebrazo, al p
Sammy sonrió, no podía hacer otra cosa cuando veía la tierra tan cerca.—¡Casi llegué! —gritó emocionada, golpeando el pecho de Darío, que se hundió un poco bajo su peso.—Casi llegaste, princesa —murmuró él, mirándola con aquellos ojos penetrantes que le aceleraron a Sammy el corazón—. ¡Vamos!La muchacha reunió sus últimas fuerzas a pataleó con él hasta la orilla. Fue la primera en salir, mientras Darío remolcaba las cosas que habían llevado, cuando un grito suyo lo hizo reaccionar.—¡Diabloooooo! —lo llamó y él corrió a su lado, como si ir a salvarle el trasero fuera algo elemental. Pero su tono estaba lejos de ser de miedo—. ¡Mira! ¡Un camino! ¡Es un camino! —gritó ella saltándole al cuello y enredando las piernas alrededor de su cintura—. ¡Es un camino!—¡Gracias a Dios! —murmuró él con alivio mientras la abrazaba de vuelta. Definitivamente era algo hecho por los hombres, así que no habían caído en un lugar completamente deshabitado.Regresó por la bolsa negra y se la echó a la e
—¿Lista princesa?A Sammy le había durado dos segundos la estupefacción porque iban a estar tres meses en aquel lugar antes de que llegara un alma a rescatarlos, pero de repente ese pedacito de ella que se estaba volviendo fuerte solo había asentido con firmeza.—No pasa nada… ¡No pasa nada! ¡Tres meses no son nada! —había sonreído con entereza—. Tenemos una casa, comida, agua, camas, ¡champú!... Solo son unas vacaciones exóticas, ¿cierto?En cualquier otro momento habría puesto el grito en el cielo, pero después de los días que acababan de pasar, a la intemperie, entre temporales, cuevas y arena, aquello le parecía una bendición.—Bueno, técnicamente todavía no tenemos luz ni agua —había respondido él, tratando de no sonreír de oreja a oreja porque ella parecía a punto de ir a la batalla y sin miedo—. Hay que ir a buscar un generador en el supermercado y ver cómo hacemos andar la planta de agua para que salga algo por las tuberías.—¿Y a qué estamos esperando? —se había animado Sammy
Sammy apoyó la frente en las losas frías de la pared mientras abría la ducha sobre su cabeza. Odiaba haber reaccionado así, no era una niña de dos años para estarse asustando con un pen3… ¡Pero es que aquello no era un pen3, era un maldit0 monstruo!Apretó los ojos cerrados y se rio, parecía una adolescente, pero era que hacía tanto tiempo que nada ni nadie le despertaba un sentimiento como ese… una necesidad como esa…La piel se le erizó recordando la forma en que la había tocado, todo lo que había sentido. Había sido el orgasmo más monumental de su vida y lo más terrible era que sabía muy bien que no era algo que podría volver a lograr sola.Podía tocar exactamente los mismos puntos, a exactamente la misma velocidad, pero jamás lograría sentirse de la misma manera, porque el origen de todo aquello era él. Bajó una mano indecisa hasta su clítoris y lo masajeó con suavidad, estremeciéndose. Su otra mano fue a uno de sus senos, y suspiró solo de recordar su boca allí, chupando, mordien
Tenía frío, pero más que frío tenía una sensación de soledad y de desamparo que la hicieron incorporarse en la cama de golpe. Probablemente hubiera estado teniendo alguna pesadilla que no podía recordar, pero tenía la piel helada y la respiración convulsa.Miró alrededor tratando de ubicarse y recordó dónde estaba. La habitación estaba solo iluminada por una lámpara baja de luz amarilla, y debía pasar de las doce de la noche, porque el ambiente estaba pesado. Frente a ella, el Diablo dormía encogido sobre el sofá porque era demasiado grande para ese o cualquier otro mueble.La culpabilidad la aguijoneó. ¿Por qué ella tenía que estar cómodamente acostada en la cama cuando él estaba como caracol con contracturas solo por no molestarla?Se levantó en modo zombi y fue hasta él, quitándole el edredón, y lo oyó rezongar un poco, pero era evidente que él también estaba muy cansado.—Ven… vamos… —murmuró moviéndolo y tiró de su brazo para hacer que se levantara.Darío estaba en la nebulosa de
—¡Oye, eso no huele mal! —dijo Darío pasando a su lado en la pequeña cocina mientras se sacudía el cabello mojado sobre Sammy. —¡Odioso! ¡Quita! ¡La salsa va a saber a champú! —rezongó Sammy empujándolo, pero él volvió solo para meter un dedo en la salsa y llevárselo a los labios. —No está mal, pero le falta algo. —¿Qué? —¡Sal! —exclamó Darío quitándole la espátula y agarrando el salero. —¡Oye, la sal es mala para el corazón! —aseguró Sammy poniéndose las manos en las caderas. —Princesa, ahora todo es malo —bufó él con frustración—. La leche es mala, la sal es mala, la grasa es mala… ¡todo es malo! ¡Incluso el vino que vas a fabricar es malo, así que más vale que aprendas a defender lo bueno que tienen las cosas malas! Yo, muy particularmente, ¿para qué quiero vivir hasta los cien si no puedo disfrutar la comida? Le agregó la sal que llevaba y ella puso los ojos en blanco. —OK, OK, pero quítate que estoy cocinando yo… —¿Y no me vas a dejar ayudarte? —preguntó él apoyando la ba