Richard aun no podía creerse lo que estaba viviendo. Su cuerpo temblaba por la conmoción. Ver a Miriam en aquel estado alarmante de por sí le disparaba todas sus alarmas rojas, pero saber que ahí estaba su pequeño de tres años, ahí en ese tétrico lugar, vulnerable y rompiendo en llanto, de seguro era lo más espeluznante de todo. —¡Jack! ¡Mi pequeño Jack! ¿Estás bien, hijo? — exclamó eufórico y las lágrimas querían agolparse en sus ojos y le comenzaban a nublar la vista. El pequeño lloraba a gritos y parecía azonzado por el impacto, pero Richard no estaba seguro de qué tan grave había sido aquel trauma para él. James llegó al lado de Richard y entre los dos jalaron fuerte para poder abrir la compuerta del piloto y Tatiana corrió para ayudar a sacarla. La mujer estaba perdiendo sangre. Mientras tanto, Richard abrió la puerta del asiento trasero y en cuanto la abrió, su pequeño hijo seguía llorando y se hizo hacia atrás, como si hubiese visto un monstruo. —Hijo… Soy yo, tu papá.
El ambiente en el hospital era una mezcla de movimiento constante y silencio inquietante. Los pasillos estaban iluminados por luces fluorescentes, y el olor a desinfectante flotaba en el aire. El sonido amortiguado de los pasos de médicos y enfermeras se entrelazaba con los suspiros de los pacientes y los susurros de sus familiares preocupados.La enfermera llevó a Richard por un pasillo largo y lo condujo a una habitación tranquila y serena. Allí, en una cama, yacía Miriam, con aspecto pálido y una evidente intervención en donde tenía la herida, pero a pesar de eso, con una mirada intensa en sus ojos.—Richard —susurró Miriam débilmente mientras estiraba su mano temblorosa hacia él—. Necesito hablar contigo, hay tantas cosas que debes saber.—¿Eh?... ¿Qué clase de cosas, Miriam? Es extraño que me llames, si hasta me amenazaste con una orden de alejamiento.Richard se inclinó un poco más hacia ella, para encontrarse con el rostro de ella, quien lo veía de una manera indescifrable ¿Por
Aquella habitación de hospital cada vez se sentía más pequeña y fría. Richard vio detenidamente a Miriam recostada en la camilla, con los ojos enrojecidos y una expresión mezcla de tristeza y resentimiento. Ella seguía a la expectativa, como si estuviese viendo una novela y se muriera por ver la reacción del personaje en aludido. Un escalofrío recorrió su espalda mientras se acercaba, cauteloso pero lleno de interrogantes.—Richard, habla ya —pronunció Miriam con voz débil pero cargada de emoción. Sus palabras resonaron en el aire, dejando un silencio incómodo.Richard se inclinó un poco más hacia Miriam, su rostro reflejaba una mezcla de incredulidad y confusión. —Es que no… No puede ser —murmuró, buscando respuestas en los ojos de Miriam.Ella lo miró fijamente y, con una mezcla de tristeza y frustración, respondió: —Es verdad, Richard. Alexander me lo contó todo. Margaret no es la madre de Ben. Ella fue la responsable de aniquilar a la verdadera madre.Richard sintió como si el
Richard comenzó a quejarse de dolor mientras Alice se asustaba al darse cuenta de que él era la persona a la que había golpeado con tanta fuerza en la oscuridad de su alcoba. Con preocupación en sus ojos, Alice rápidamente comenzó a aplicar primeros auxilios a Richard, disculpándose y culpándolo por haber entrado en su habitación a esas horas de la noche.—¡Ay no, Richard! Lo siento mucho, no tenía idea de que eras tú ¿Quién en su sano juicio entra por la ventana a horas de la madrugada? ¡No me culpes! Por favor, déjame ayudarte — gritó Alice, angustiada.— Duele, Alice. Pero no tuve opción, no tenía las llaves conmigo desde que me mudé a mi apartamento ¿Sabes?... Descubrí algo importante, Miriam, mi ex novia, estaba con Alexander. Sí tuviste razón todo este tiempo. Eso significa que mis padres han estado tratando con él indirectamente.Alice se sintió emocionada al escuchar las palabras de Richard y no pudo contener su alegría.— ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Tenía razón! ¡Miriam está invo
La mansión de Alexander estaba envuelta en una atmósfera de misterio y ocultamiento. La mañana comenzaba a filtrar los primeros rayos de luz en el lujoso comedor, donde Margaret, inquieta y preocupada, bajó con Ben en brazos para desayunar. La pesadez se hacía cada vez menos soportable, había sido una noche muy… intensa. Las sirvientas, siempre atentas a las órdenes de Alexander -quien aún no se había dignado a aparecer-, se acercaron de inmediato para servir a Margaret, pero ella intentó rechazar su ayuda. —No, gracias, Catrina. Puedo servirme yo misma hoy —dijo Margaret levantando su mano con delicadeza —. No se preocupen, tengo manos y pies como todos los demás. —Lo siento, señora Margaret, pero es una orden rotunda del señor Alexander. Debo asegurarme de que usted y el pequeño Ben estén bien atendidos. —Y, ¿acaso ustedes no se cansan de recibir tantas órdenes? — Margaret bufó, ante ella, que la miraba un tanto sorprendida con la pregunta. Catrina y Sheila se voltearon a ve
Margaret, desesperada y temerosa por la situación, observaba impotente cómo Alexander continuaba desahogando su furia arremetiendo contra los objetos de la habitación. Su voz se llenó de veneno mientras profería insultos y reproches hacia Margaret que a ella le costaba escuchar, o quizás, no deseaba hacerlo. — ¡No puedo creer que te hayas metido en mis asuntos! ¡Te odio por esto, Margaret! Te di todo y así me pagas, cuestionando a mis sirvientas y husmeando en lo que no te incumbe ¡¿No aprendiste como soy?! —exclamó, mientras arremetía con la pesada y deslumbrante mesa de noche.—Si me dejaras explicarte —dijo Margaret con firmeza, pero aquel monstruo no escuchaba palabra alguna.Margaret, tratando de contener la situación, intentó acercarse a Alexander y zarandearlo por los hombros, buscando calmarlo y hacerle ver la irracionalidad de su reacción. Sin embargo, en su furia, Alexander la empujó con brusquedad, haciendo que cayera sobre la cama.La habitación de Alexander era suntuosa,
Margaret, con el corazón latiendo desbocado, sentía que las paredes se cerraban a su alrededor; no se consideraba claustrofóbica, pero en definitiva esa situación ameritaba sentirse así y peor. Intentó calmarse mientras seguía arrullando a Ben. Fue así como, viendo hacia todas partes, descubrió la ventana del dormitorio de Alexander, buscando desesperadamente una posible vía de escape. Recordó cómo Richard, la madrugada anterior, había trepado por un gran árbol de los que adornaban los alrededores, hasta el segundo piso de la mansión. «Richard, no tienes idea de lo bien que me hace pensar en ti… Mi amor», pensó, enviándole en ese pensamiento todo el amor y admiración que sentía por él en esos momentos. Una sonrisa se dibujó en el rostro de ella, e inspirada por ese recuerdo, comenzó a buscar un objeto que pudiera utilizar como palanca para abrir la ventana. Margaret, con su mano libre apartó algunas cosas que habían caído sobre la cama cuando el monstruo de Alexander había
Alexander, acompañado por las nuevas sirvientas, Camila e Isabella, terminó de dar el tour por la mansión y se dirigió directamente hacia Margaret, quien sostenía a Ben en brazos. Una mirada de desprecio se reflejó en sus ojos mientras que él comenzaba a dictar las restricciones y limitaciones que las nuevas sirvientas tendrían con respecto a Margaret. —Escuchen atentamente, señoritas —dijo Alexander, con voz autoritaria—. A partir de ahora, hay reglas estrictas que deben seguir en relación a Margaret. No se permitirá ninguna comunicación personal entre ustedes y ella. Margaret tendrá acceso restringido a ciertas áreas de la mansión, y es su deber vigilarla en todo momento. Cualquier incumplimiento de estas directrices no será tolerado. Camila esbozó una sonrisa siniestra y maliciosa que le puso los pelos de punta a la joven madre. —Sus deseos son órdenes, señor Alexander. Cumpliremos con todas las restricciones que ha impuesto. Isabella asintió con cierta complicidad hacia Camila