El veredicto final del juicio había llegado. Margaret, se llevó las manos a las sienes. Abatida y desconsolada, escuchó las palabras del juez mientras este pronunciaba su sentencia por boca del juez.—Margaret Hall, basado en las pruebas presentadas y en las declaraciones de los testigos, este tribunal la declara culpable de los cargos de secuestro y homicidio premeditado. Se le condena a cumplir una pena de veinticinco años de prisión sin posibilidad de libertad condicional.Margaret, aturdida, sintió cómo el mundo se le venía abajo. Mientras los oficiales de justicia se acercaban para esposarla y llevarla tras las rejas, una sensación de impotencia e injusticia la invadió mientras todos la veían caminar lejos de la sala.Alexander, con una sonrisa siniestra en el rostro, se acercó a Margaret, con su hijo Ben en brazos, que en cuanto vio a Margaret lanzó un gritito de alegría y llevó sus manitos hacia ella, para que lo cargare. Margaret sintió que su corazón se partía en dos y Alexan
Tatiana y James que habían permanecido escondidos en los arbustos, ansiosos por su próxima acción. De repente, fueron descubiertos por Alexander, quien se acercó con paso firme, lleno de ira en sus ojos.— ¡Vaya, vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? —dijo entre dientes—. Dos pequeños intrusos que se atreven a espiar mi propiedad. Creo que es hora de enseñarles una lección.Tatiana, de inmediato levantó su arma defensivamente. James se sentía petrificado.—No te acerques más, Alexander. Estamos aquí para poner fin a tus injusticias.Alexander se carcajeó con malicia.—¿Creen que pueden enfrentarse a mí? Son solo unos insectos insignificantes que serán aplastados sin piedad.Sin previo aviso, Alexander golpeó con fuerza la muñeca de Tatiana, haciéndola soltar su arma. Uno de los guardias se apoderó de ella rápidamente, dejándolos completamente desarmados.James se enfureció al presenciar la manera en que Alexander seguía siendo un déspota.—¡No te saldrás con la tuya, Alexander! Desde siempre
—¡Así que el buen hermano decide hacer acto de presencia! ¡No escaparás de las consecuencias de tus acciones! —dijo con un tono despectivo.Richard volteó para encarar a Alexander. A los ojos de Margaret ambos se veían tan similares, pero sus esencias eran totalmente diferentes.—Ya fue suficiente de esto, Alexander. No permitiré que sigas haciendo daño a Margaret. Las acusaciones en su contra son falsas, y lo demostraré a como dé lugar.Alexander hizo una mueca de burla y comenzó a reír siniestramente.—Tus palabras no tienen peso aquí. Te aseguro que pagarás por lo que has hecho. Y Margaret, no importa cuánto intentes aferrarte a él, no te salvará de tu destino. Ambos morirán, este es el final para las escorias de mi vida.Mientras Alexander insultaba a Richard, los guardias lo esposaron y lo sacaron de la celda. Margaret observaba con angustia, deseando poder abrazar a Richard y protegerlo de todo eso.—Richard, mejor huye —dijo Margaret entre sollozos—. No sé qué puede hacer Alexa
Con el corazón latiendo rápidamente, Margaret se adentró en los pasillos oscuros de la cárcel, con la esperanza de encontrar a Richard y escapar juntos. De alguna manera la vida le había dado una segunda oportunidad y no pensaba perderla. Sin embargo, para su infortunio, su camino se cruzó con el de Alexander, quien la encontró antes de que pudiera encontrar a su amado.—¡Así que intentaste escapar, Margaret! —decía entre dientes, mientras la tomaba del cabello—. Pero no irás muy lejos.—¡Suéltame, monstruo! —gritó Margaret, forcejeando mientras que con una mano libre le rasguñó el rostro.—¡Maldita perra, ahora verás! —exclamó Alexander para tomarla por las muñecas mientras buscaba una cuerda.Margaret, después de unos minutos y amordazada por Alexander, se resistió con todas sus fuerzas, pero no pudo evitar ser llevada de vuelta a su celda.Ella, frustrada, pero con una pequeña esperanza, se deshizo de la mordaza y comenzó a planear su próxima oportunidad de escapar.Lo que no había
Margaret, James y Tom se dirigieron al apartamento de Richard, por boca de James, ella sabía que allí se encontraban los pequeños.Ella se sentía destrozada por la pérdida de Tatiana y todas las penalidades que hizo pasar a tanta gente, en especial a la familia Clark.Dentro del apartamento, se encontraron con Alice y John, quienes cuidaban amorosamente de Ben y Jack.—¿Ha venido Richard? —inquirió Alice, esperanzada de que pudiera estar allí, pero con el presentimiento de que Alexander le hubiera hecho daño—. Estoy tan preocupada.—Él está bien, Alice, quien no lo está es Alexander, no sé los detalles, espero que Richard te lo cuente en cuanto venga aquí.—Margaret… —musitó Alice—. Hablas como si ya nunca más fuéramos a vernos ¿Qué ocurre?—No me digas que terminaste con Richard después de todo lo que él luchó para rescatarte —John sonaba abatido, pero eso no fue suficiente para hacer recapacitar a Margaret.—Margaret —intervino James—, necesitamos irnos ahora mismo. Alexander podría
Aquella casa, vaya que era un remanso de paz en medio de la naturaleza, rodeada por una exuberante vegetación. Dicha construcción se alzaba como un refugio acogedor en medio del bosque. Los árboles se erguían altos y majestuosos, sus hojas se balanceaban suavemente con la brisa, creando una melodía susurrante que llenaba el aire. El aire estaba impregnado de los ricos olores de la naturaleza. El aroma a tierra húmeda, a musgo y a hojas frescas llenaba los sentidos. El arroyo cercano añadía un toque de humedad al ambiente, creando una atmósfera fresca y rejuvenecedora. El clima en la casa en las montañas de Richard era fresco y templado, incluso en pleno verano. La neblina a menudo se arrastraba entre los árboles por las mañanas, creando una sensación mágica y misteriosa. La casa en sí se mezclaba con el entorno, construida con madera rústica y piedra local. Grandes ventanales permitían que la belleza de la naturaleza entrara en cada rincón. Una chimenea en el centro de la sala princ
El trayecto había sido largo, al igual que la desesperación y aquel sentimiento de terror que parecía perforar su pecho hasta el límite, pero al fin aquello había cesado y la calma se sentía como beber de un oasis en el desierto, tan valiosa como el oro que un suspiro de alivio se escapó de su garganta. Al fin Margaret Hall podía respirar y mientras sostenía a su pequeño Ben en brazos, quien yacía dormido, tan ajeno a todo lo que había acontecido en las últimas cuarenta y ocho horas.Volteó a ver al hombre que permanecía a su lado y que empezaba a cabecear mientras se trataba de hacer el intelectual, pero ella sabía que le aburría leer. James tenía ese efecto de hacerla reír siempre, aunque ni se lo propusiera. Los ojos azules de Margaret expandieron sus pupilas con un asombro inusual y sus comisuras se arquearon hacia arriba por inercia al contemplar lo esponjoso de las nubes, casi tangibles y que hacían un contraste perfecto con los rayos del sol que traviesos se colaban entre ell
Margaret se despertó en una habitación de hospital, desorientada y confundida. Trató de sentarse, pero su cabeza daba vueltas y gimió, recostándose en la cama. Miró alrededor de la habitación, tratando de recordar lo que había sucedido, pero sus recuerdos eran borrosos e indescifrables. Lo último que recordaba era estar en brazos de Alexander y con Ben en brazos... ¡¿Dónde estaba su bebé?!—¿Disculpe? —Margaret llamó a la enfermera que pasaba por su habitación— ¿Dónde está mi bebé? ¿Puedo verlo?La enfermera no respondió, en cambio, sonrió y salió de la habitación. Margaret frunció el ceño y volvió a intentarlo con otra enfermera que entró para comprobar sus signos vitales.—Por favor… ¿puede decirme dónde está mi bebé? —Margaret preguntó, la desesperación arrastrándose en su voz.—Lo siento, no tengo permitido hablar de eso contigo —dijo antes de salir de la habitación.Margaret estaba empezando a sentir pánico. ¿Por qué no le dijeron dónde estaba su bebé? ¿Estaba bien? Trató de l