Capítulo treinta.

Ha pasado ya medio año desde aquel día tan trágico y ella no despierta, no saben cuanto daría por verla sonreír, por verla correr hacia mí, por verla hacer esos pucheros que tanto me gustan, por ver sus hermosos ojos, pero parece que ella quiere seguir en ese sueño profundo en el que está.

Hoy me quedo con ella, y aunque mañana es un día ajetreado, para mi no me importa, lo único que quiero es estar con ella. Jalo una silla y me siento junto a ella.

— Amor, no sabes cuanto te extraño, me encantaría que abrieras esos hermosos ojitos tuyos, que me dijeras cuanto me quieres — suspiro — daría lo que fuera para que no estuvieras aquí en esta cama.

Veo con tristeza algunas cicatrices que le quedaron, acaricio su cabello con ternura y le doy un beso en su frente. No pierdo las esperanzas de verla despertar, porque como dice un dicho la esperanza es lo último que muere.

Me dio pesar dejarla, pero tenía que estar en este evento tan importante, hoy se inaugura otra joyeria, todos han puesto
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