Bella humana

—¿Estás jugando de un modo cruel conmigo? —le dije, al cubrirme con la manta que me ofreció.

Estábamos los dos en aquella gran cama, había sido transportada allí por el lobo que me odiaba.

—No entiendo lo que dices. —soltó Mark, con su tono de recelo habitual, brusco.

—Pienso que me has salvado para jugar con tu presa, que ahora me matarás. —respondí, porque era lo que yo creía.

No confiaba en nadie, no después de lo que ocurrió con esa niña que parecía inofensiva.

El no me respondió nada, estaba mirando fijamente a la pared. Volvió a su forma humana, acercándose a mi lado con cautela. Luego, poco a poco, comenzó a olfatearme. Eso me resultó de lo más extraño.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, riendo, porque me estaba causando cosquillas.

—Me doy la razón. No puedes morir hoy, mate. —dijo él, con su voz ronca, olfateando mi cuello.

—Tu no me quieres aquí. —objeté, no quería hacerme falsas ilusiones, ahora solo podía rogar por la supervivencia.

—No, no te quise aquí. —suspiró. —Veo que no tengo opción, no se elige a quien amar.

Su mirada profunda se infiltró en la mía, dejándome expuesta. Veía su atractivo rostro sincero, recordándome al chico que conocí en el pasado antes de toda esta locura. Lo rechacé porque en ese momento solo salía con chicos más rebeldes. Mark era demasiado tímido para una chica como yo. Seguía teniendo esa bondad en su mirada a pesar de que era una bestia aterradora.

—¿Me amas, entonces? —pregunté, tenía que saberlo.

El gruñó, como si todavía fuera un lobo. Se escuchaban las garras tratando de abrir la puerta, debía ser la niña que me atacó.

—Pueden entrar. —dije, sin esperar la respuesta. —Oh, joder.

Mark puso los ojos en blanco.

—Solo están molestos, pero no romperán la puerta de mi cuarto, yo soy el alfa. —su voz de mando era grave, no tenía ni un poco de debilidad.

El sonido de los lobos queriendo entrar fue disminuyendo, pero se los oía gruñir. Mark permaneció a mi lado.

—Me diste una tarjeta. —dije, sonriendo con timidez.

Su mirada se iluminó cuando me escuchó.

—¿Es que… la recuerdas? —preguntó con desconfianza.

—Sí. —respondí, ahora comenzaba a recordar nuestros encuentros en la adolescencia. —Era un cachorro en la tapa, con un ramo de rosas. —dije, sonrojándome.

Ahora podía recordarlo con más claridad, era una tarjeta de tapa dura, con flores en dorado. Era tan bonita, pero al mismo tiempo me pareció tan cursi que la tiré. Pero claro que no iba a decirle eso, lo enfurecería.

—¿Recuerdas lo que escribí allí? —preguntó, mirándome fijamente a los ojos.

Otra vez esa mirada penetrante que me desnudaba solo con un vistazo. Era tan fuerte, su presencia me hacía sentir acorralada y excitada al mismo tiempo. Un peligro que me hacía desear tenerlo más cerca, incluso en mi interior, porque era un misterio total.

—No… Lo siento. —me encogí de hombros, creyendo que se enfadaría más.

—Decía: La luna se refleja en ti, porque eres la dama que baila con las estrellas. —explicó de un modo pausado, en calma.

Me pareció tierno, tanto como lo era él, el Mark que conocí en la escuela. Seguramente me habría reído, porque no recordaba la dedicatoria. Me avergoncé por ello.

—Es muy bonito. ¿Todavía piensas de ese modo sobre mí? —quise saber.

—Te vi bailando un día, cuando estabas en el patio de la escuela. —ignoró mi pregunta, sin dejar de mirarme fijamente con esos ojos de lobo. —Te observé mientras practicabas para el show de fin de año.

—Era pésima bailando. —dije, riendo al pensar en eso. Nunca fui de las mejores de la clase, ni la que tenía más gracia, pero me esforzaba practicando en mis horas libres.

—No para mí, cada movimiento que dabas me parecía hermoso. —contestó, bajando la cabeza.

Hice un silencio, porque dentro de ese lobo seguía escondiéndose ese chico tierno. Me acerqué poco a poco a su rostro, apoyándome en su hombro. El acarició mi cabello, rompiendo esa hostilidad que nos rodeaba. Su tacto era suave y al mismo tiempo, me hacía estremecer. Rozó mis hombros con su mano, bajando lentamente y recorriendo mi piel.

Sus labios estaban tan cerca de tocar los míos, para fundirnos con ese beso que nos daría la paz, para sanar el pasado entre los dos. Sentí como el corazón me latía tan rápidamente, mientras deseaba que estuviéramos fundiéndonos en uno solo. Pasé las yemas de mis dedos por sus amplios brazos musculosos y marcados, para que sintiera mi piel.

El sonido de la puerta nos interrumpió, el hermano de Mark ingresó por la puerta con el rostro mortificado y fastidiado.

—La primera declaración de guerra llegó, alfa. —dijo él, con la voz desdeñosa. —El alfa de la manada contigua ha declarado la enemistad por querer casarte con una humana sin linaje.

Estuvimos tan cerca de hacer las paces y el lo arruinó. Mark se puso de pie para atender ese asunto con su hermano, dejándome sola allí. No tenía miedo, a pesar de lo que sucedió con Kily, porque Mark seguía queriéndome.

Eso me daba la esperanza de que sobreviviría en ese mundo de bestias en el cual todos me odiaban. Habíamos logrado hablar, lo cual era mucho más para nuestra relación.

Mark volvió hacia a mí, cargándome entre sus brazos como si no pesara nada.

—Mi mate. —dijo, mirándome con odio y amor a la vez.

Y con esas palabras, besó mis labios con tal ferocidad que un poco de sangre manchó mi boca. Era adictivo, un calor de otro mundo, una atracción tan fuerte que dominaba todo mi cuerpo, humedeciendo cada parte. El me sostenía con fuerza, sintiéndome como si fuéramos uno solo.

La manada estaba observando, los lobos más fuertes de su manada, ellos veían como me escogía como mate. Los lobos respetarían su decisión. El aullido comenzó e inundó todo el lugar. La luna bañaba la noche, en la cual me convertía en la futura esposa del alfa.

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