―Puedes pasar — le respondió Sebastián a Lizbeth cuando ella estaba a punto de tocar por segunda vez la puerta, y al escucharlo alzó las cejas con asombro. ―Le atiné, esta es su habitación — murmuró ella sonriente, ya que no conocía nada allí aparte del camino a su propio cuarto. Disimulando su sonrisa, giró el pomo de la puerta. Al verlo con el torso desnudo, el cierre del pantalón abierto, descalzo, y con el cabello alborotado, se quedó sin palabras. Lo miró fijamente, recorriendo sus pectorales y abdominales. Realmente estaba entretenida con el adonis que tenía enfrente. «Cuerpos así solo los he visto en revistas», pensó sin ningún descaro. Cuando se dio cuenta de su propia reacción, que notó la sonrisa ladina de Sebastián y su ceja alzada, desvió la mirada y se aclaró la garganta. ―Si estabas sin camiseta, ¿por qué me diste permiso para entrar? — simuló quejarse, aunque el sonrojo en sus mejillas no pasó desapercibido para Sebastián, quien no evitó soltar unas cuantas carcajad
—No me ofendes, es la realidad. Mi madre solo es la señora Barrett de título para la sociedad. Como viste, mi familia es clasista, y mi madre es una mujer pobre, no la típica heredera. Cuando me concibió, ella era la secretaria de mi padre, y él estaba casado en ese entonces. Así que mi abuela hizo lo mismo que te hizo a ti, amenazó a mi madre y la sacó de la vida de mi padre, pidiéndole abortar. Sebastián hizo silencio, como si le costara hablar sobre eso. >>Sin embargo, ella no lo hizo, solo me tuvo a mí, y siete años después, mi padre quedó viudo y volvió a buscarla. Por esa razón mis hermanos me llaman el bastardo. Lizbeth se quedó asombrada. Aunque Sebastián no le dio descripciones, con lo poquito que vio de esa familia, entendió el infierno que deben haber vivido él y su madre. —Lo que diré va a sonar loco, pero, nuestras vidas de maneras complejas, tienen similitudes. Tú, como hijo de un hombre rico, vives bajo los insultos e intimidaciones de tus hermanos, y yo, como una
—Pueden instalarse a gusto — dijo la anciana Barrett con una sonrisa de triunfo en los labios; algo que estaba haciendo que Sebastián se quisiera morir.Lizbeth corrió a poner seguridad a la puerta y empezó a caminar como un pájaro enjaulado, de un lado a otro, mientras se comía la uña de su dedo pulgar.—¡Ya detente!, Lizbeth, me estás mareando — le reprendió Sebastián, respirando con dificultad. Odiaba cuando algo no salía como él quería y tenía que hacer lo que los demás disponían.—Esto fue una muy, pero muy mala idea — señaló Lizbeth, —. Esto no es lo que yo pensaba cuando acepté seguirte el juego, esto se está saliendo de control. ¿En qué locura me metí? No debí caer, tanto que insististe — refunfuñaba ella moviendo un pie como signo de nerviosismo.Él no decía nada, solo la veía con interés, acomodándose en la cama con gesto despreocupado, para disfrutar de aquel espectáculo.—Vámonos, dile a tu abuela que no me siento bien con esto y volvamos al departamento, y te prometo que
—Creo que se descontroló mi presión arterial —decía la mujer con voz tan débil que cualquiera caería en la mentira. Incluso Lizbeth se sintió culpable, aunque la miró a distancia.A la mujer le dieron agua y pastillas; luego, pidió ser llevada a su dormitorio para reponerse antes de la cena.—¿No es mejor que ella vaya al hospital? —le preguntó Lizbeth a su suegra, la cual sonrió y negó con la cabeza.—En realidad, eso lo hace cada vez que quiere hacer parecer al otro como villano —le susurró Soraya, cubriéndose la boca con el dorso de una mano.—¡Eso es chantaje emocional! —jadeó Lizbeth, irritada.—Déjame ayudarte con esto —a Lizbeth le dio apuro cuando vio a su suegra agarrar la fruta para pelarla ella misma, y, sin importar su discusión con la abuela Barrett, Lizbeth decidió pelarlas.—¿Por qué es tan obediente? Esa señora se nota abusiva. Eso de calificar a las personas por su riqueza me parece de muy mal gusto. ¿Por qué usted debe estar con los sirvientes, y las esposas de los h
—¡Te lo advertí! Me desafiaste y no te conviene tenerme de enemigo. Te voy a exponer, porque sé que algo está ocurriendo aquí. ¡Todo esto es una mentira!La amenaza de ese hombre, a Lizbeth, la hizo temblar como a un animalito asustado. Ella no tenía ni la más mínima idea de que Nicolás había investigado a cada persona en esa familia. Según lo que Nicolás sabía de Sebastián, era que él seguía amando a Marcela y, por lo tanto, no había tenido otra mujer, luego de su rompimiento con ella. Razón por la que estaba casi seguro de que ese matrimonio no era real. Lizbeth respiró hondo y sonrió, fingiendo que nada de esto le afectaba. —¿Has venido aquí para amenazarme? Debes estar mal de la cabeza.—Te equivocas, no estoy aquí por tu causa. Tengo otros motivos.—¿Cómo cuáles?—lo interrogó con una ceja alzada. —Hacer negocios con la familia Barrett. ¿Qué más podría ser?— largó fastidiado. —¡Te daré un mes para que te divorcies! —Lo siento, pero no te daré ese placer. No sé qué te ha ocur
—Si te provoca miedo estar a mi lado; puedes romper el trato en este mismo instante. No pondré objeción. — le había dicho Sebastián a Lizbeth. —¿Por qué debo temer? —le preguntó ella, dejándolo asombrado y levantó la cabeza para verlo a los ojos, incrédulo.—Reaccionas como si fuera común ver a la gente perder la cordura y volverse violenta. Sabes que te puedo lastimar en cualquier arrebato.—Sin embargo, no lo has hecho frente a mí. Has tenido dos episodios bastante fuertes y me has escuchado. Como maestra de chicos adolescentes, tus arrebatos no me parecen escandalosos. He tenido que lidiar con esto varias veces. No hay nada más complicado y violento que un adolescente de 16 años, créeme.Ella se echó a reír, y él la veía como si le estuvieran saliendo alas. No podía creerlo. Había visto hasta a su propia madre temerle. Era irónico.—¿Pero no piensas que deberías ir con tu médico? Tus episodios están siendo muy frecuentes.Ella lo vio fijamente y sin miedo a que se ofendiera.—En r
Tomando una ducha caliente, Lizbeth pensaba en todo lo sucedido, en cómo prefirió pedirle a Austin regresar con Sebastián porque, después de comunicarse con su amiga, decidió tomarle la palabra. Fue a la empresa para la publicación de su novela; quería hacerlo sola, que solo ella y su amiga supieran que estaba en ese proceso, porque si fracasaba, la vergüenza no sería tanta. Sin embargo, eso dio paso a la malinterpretación. Nunca imaginó que Sebastián se pondría de ese modo, o dudaría de ella, más cuando él conoce todo lo sucedido con su ex.—Será que ya se calmó— murmuraba sola, mientras la lluvia de agua caliente relajaba sus músculos. Lizbeth había decidido guardar silencio a pesar de todas las cosas hirientes que Sebastián le dijo. Prefirió esperar a que se tranquilizara, puesto que lo vio muy alterado y, a su entender, enfrentarlo así sería una pérdida de tiempo. Ni siquiera la escucharía.En el momento en que se estaba secando el pelo, escuchó un pitido de algo sonar en el cua
Todos los Barrett se levantaron de sus lugares en la mesa. No se imaginaban quién se atrevería a hacer un escándalo en su morada. Era muy atrevida esa persona que tenía el valor suficiente para insultarlos.—Papá, llamen a la policía. Que se encarguen ellos. Esa mujer debe ser una loca, quizás solo busca ingresar para robar. ¿Quién sabe si todo eso es una actuación? —argumentó Samuel, con vergüenza ante su gran amigo, aunque más que amistad con Nicolás; lo que ansiaba era asegurar su inversión, quería brindarle la mejor imagen de la familia y de los negocios.—Sí, justo eso haré ahora mismo —el señor Barrett metió la mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y sacó su celular, pero la anciana alzó una mano, como señal para que se detuviera.—Busca la portátil. Déjame ver a esa persona — le ordenó a su asistente personal.Cuando la mujer regresó con la tablet en la mano, ella vio la grabación de las cámaras de la entrada. La anciana miró a Lizbeth y giró la pantalla.—¿Por qué tu m