—Madre… — musitó Sergio, impotente, después de unos segundos de silencio. — De verdad te convertiste en un monstruo— soltó a través de sus dientes apretados y la anciana se estremeció. En ese momento Sergio no pensó en que sus palabras podrían afectar a su madre y hacerla recaer, estaba tan indignado que no se aguantó.—Aunque solo conocía parte de la historia, si en ella había un villano, era tu padre, y te convertiste en él, al hacernos la vida difícil a nosotros. No nos protegiste, nos asfixiaste haciendo lo que te daba la gana. Arruinaste a mis hijos, acabaste con lo que te hacía poderosa, incluso contigo misma, ¿Estás feliz? ¡Eh, monstruo, estás feliz! ¡Mi padre no está aquí para ver cuán perversa eres!—Sergio… hijo…— decía la anciana en medio de su llanto, las palabras de rabia de su propio hijo la estaban apuñalando como espadas en su corazón.—Fue suficiente, madre, hasta hoy te tendré consideración, dejaré que todo lo que ambicionaste se convierta en ceniza, trataré de recu
Estando frente al espejo, peinando su cabello, Lizbeth no dejaba de pensar en la náusea matutina que apenas había empezado y se llenaba de recriminaciones. Sus cejas se fruncían ligeramente, y su expresión reflejaba un torbellino de emociones que iban desde la preocupación hasta la frustración.«No debo adelantarme al proceso, tal vez solo estoy paranoica. Si eso es, estamos pasando por tantas cosas que los nervios me pueden estar traicionando», justificó para sí misma en un momento, tratando de alejar las inseguridades. Sin embargo, un destello de duda cruzó por sus ojos, que se fijaban intensamente en su reflejo.«Solo dos meses, debí cuidarme durante dos meses para empezar con el método anticonceptivo, pero no, me enfoqué tanto en ser feliz que olvidé lo más importante», volvió a pelear consigo. Sus labios se apretaron, reflejando su autorreproche.—Liz, estás hermosa, ahora no quiero dejarte salir. Ella se estremeció al sentir el cálido aliento de Sebastián en su piel, su corazó
—Vine en cuanto vi tu mensaje. Dime que todo está bien— susurró Milena a Lizbeth con una voz que mezclaba preocupación y alivio, al encontrarla en la sala de espera de la clínica privada. Lizbeth, echa un manojo de nervios, aguardaba su turno para la consulta con el ginecólogo.—Sé que es tonto, y debes tener mil cosas que hacer, pero no quiero enfrentar esto sola— confesó Lizbeth, su voz tan frágil como el batir de alas de una mariposa, y justo entonces, una enfermera pronunció su nombre.—Lilius, no seas tonta. Aunque estoy furiosa contigo por haberme sido infiel con tu esposo, te amo tanto que siempre estaré aquí para ti, soy tu exclusiva— bromeó Milena, inyectando humor en la tensión del momento con un teatral movimiento de cejas y extendiendo una mano hacia Lizbeth.—Gracias, Mile. Eres la mejor amiga que alguien podría desear. Y lo siento, de verdad, por lo que pasó. Sé que cometí un error imperdonable— admitió Lizbeth, llevándose una mano al pecho y formando un puchero tan tie
— ¿Quieres que llame a la policía? Aunque parezca exagerado, es mejor prevenir. Lizbeth asintió con la cabeza, agradecida. — Hagámoslo. No me gusta esta sensación de sentir que nos miran desde esa furgoneta. Milena no dudó, pero cuando las sirenas se escucharon al fondo, al mismo tiempo, la furgoneta arrancó bruscamente, desapareciendo antes de que la policía llegara. — Tal vez nos hemos equivocado y solo fue parte de nuestra paranoia —le dijo Milena a Lizbeth, sintiendo pena al ver los ojos curiosos de los otros clientes y el personal de la repostería. — No es paranoia, te aseguro que ese debía ser Nicolás. El día que me llevó a la fuerza apareció de la nada —le respondió firme pese a la incertidumbre de la situación. — Me dijiste que tu suegra le puso un alto, tal vez eso lo hizo desistir —insistió Milena, intentando calmarla. — Recuerdas que no debes preocuparte, eso fue lo primero que recomendó el doctor. — Tengo la fuerte corazonada de que aparecerá cuando menos lo espere.
— Al fin se comportan como nuera y suegra, ya me parecía raro que se llevaran tan bien — comentó Sebastián con una voz ronca por el reciente despertar, y con una sonrisa apenas contenida.— ¡No seas tonto! — replicó Lizbeth, bostezando y estirándose como un gato al sol.— Pero acabas de expresar lo fastidiosa que es, ¡te escuche!— insistió Sebastián, provocando que ella hiciera una serie de gestos cómicos y disfrutando claramente de molestarla un poco con sus insinuaciones.— Esposo, oíste mal, adoro a mi suegra — alegó ella, intentando arreglar las cosas, aunque su tono sugería lo contrario y a sabiendas de que Sebastián disfrutaba del pequeño caos.— No lo creo, le diré que te parece irritante — Sebastián fingió un tono pensativo, tocándose el mentón.— No te atrevas, o tendrás que volver a dormir en el suelo, como cuando éramos un matrimonio falso — lo contraatacó Lizbeth, recordando días pasados.El desafío pareció calar en Sebastián, quien simplemente se encogió de hombros, incap
Soraya sentía acelerados los latidos de su corazón, ya que no había tenido una experiencia similar con Sergio en mucho tiempo. Su vida se había vuelto rutinaria; solamente vivían el día a día, con escasos momentos íntimos como pareja. Ambos habían dejado de esforzarse en su relación, especialmente ella. Y en ese instante se cuestionaba «¿Cuándo fue que empezó a dejar pasar los días, dedicándose únicamente a los demás?». Su rutina se enfocaba en controlar a su hijo frente a situaciones de ira, ahora tan escasas, lidiar con las repetidas ofensas de su suegra, hijastros e incluso de sus esposas, y encargarse de las labores domésticas para todos.El amor por su esposo no se había extinguido, simplemente sentía que se había quedado en un segundo plano, olvidándose de cuidar también su aspecto de mujer, además de ser una esposa; se había limitado a ser una nuera sumisa.Salieron al mediodía y ella no tuvo que preocuparse por la comida ni por atender a los demás, ya que Sergio solo le dijo
Lizbeth sintió cómo el mundo se derrumbaba a su alrededor una vez más. La vida parecía empeñarse en golpearla cuando menos lo esperaba. Con las manos temblorosas y el corazón latiendo furiosamente por el estrés y la angustia, guardó su teléfono en el bolso que la oficial acababa de devolverle.Sin mirar atrás, atravesó los pasillos del centro penitenciario que tanto la habían intimidado minutos antes. Ahora, esos mismos pasillos parecían interminables, cada paso resonaba con el eco de su urgencia. Al salir al exterior, el aire frío la golpeó en el rostro, como un brutal recordatorio de la realidad que enfrentaba.Lizbeth corrió hacia su coche, las llaves temblaban en su mano mientras intentaba, sin éxito, calmarse por el bien de los bebés que llevaba dentro. Arrancó el motor en un intento de escapar no solo de ese lugar sino también de las emociones que la oprimían. Sabía que el hospital no estaba lejos, pero cada semáforo en rojo era una tortura, y cada minuto una eternidad.Al llega
Lizbeth se encontraba en el sombrío cementerio de su antiguo barrio, bajo un cielo nublado que parecía llorar junto a ella. A su alrededor, una multitud de rostros conocidos le devolvían la mirada. Amigos, familiares y conocidos llenaban el pequeño espacio entre las tumbas desgastadas, todos reunidos para despedirse de Ángela.Su esposo la sostenía suavemente por los hombros, en un esfuerzo por transmitirle su fortaleza y amor sin palabras. El susurro de la multitud se desvanecía en un trasfondo apenas perceptible mientras ella los observaba, incrédula, sin poder asimilar que tantas personas la valoraran y mitigaban en algo su sensación de desolación y vacío.Mientras acariciaba su pecho con desesperación para aliviar la opresión que sentía, reflexionaba sobre cómo, al vivir con su familia, nunca experimentó verdadera compañía; solo eran extraños bajo un mismo techo. Sin embargo, seguían siendo su familia. En lo más profundo de su ser, a pesar de afirmar que no deseaba tener cerca a