En horas de la noche Malú acompañada de su hermana menor Majo, llegaron a Salento, a la finca de los padres de Sebastián. Durante todo el trayecto María Luisa había permanecido en profundo silencio. —¡Hay un baile! —exclamó Majo y aplaudió con emoción cuando aparcó el auto—, y a mí me fascina bailar. Malú ladeó los labios, fingió sonreír. —¡Diviértete! —recomendó. —Pero con esa cara de tragedia que traes, mejor te hubieras quedado en la hacienda, ya olvidate del diablo, no sufras por él, que tal aquí en este retiro encuentras al hombre de tus sueños. —Sonrió Majo. Malú bufó al escuchar a su hermana menor. —Agradezco tus buenos deseos, pero recuerda lo que dice nuestro padre, un Duque cuando se enamora lo hace para siempre, y creo que ese será mi caso —mencionó con tristeza. —Habiendo tantos hombres guapos en el mundo, que desperdicio —dijo Majo y miró que Sebastián se acercaba a ellas—, como el que viene por allá, ese sí que es un papacito. —Se mordió los labios. —¡Majo
Horas antes, cuando el sol empezaba a caer, Mafer y Eduardo recorrían el castillo de San Felipe, una antigua construcción española, que en el pasado sirvió de fortaleza para proteger a Cartagena de los ataques de piratas. Aquella fortaleza tenía túneles y pasadizos. La feliz pareja, con las manos entrelazadas, caminaban junto a los pocos turistas que quedaban a esa hora, escuchando la explicación que hacía el guía. Sin embargo, Mafer volvió a sentir un escalofrío, fue una extraña sensación que le recorrió la espina dorsal, divisó a sus alrededores, pero no vio nada sospechoso. —¿Todo bien? —indagó Eduardo al notarla intranquila. —Sí —contestó ella y sonrió—, a qué no me encuentras. —Carcajeó y se soltó de la mano de él para correr a esconderse en uno de esos pasadizos. —¡Mafer! —exclamó Eduardo, resopló, aunque el sitio era seguro, tuvo una especie de mal presentimiento, caminó a toda prisa y empezó la búsqueda de su novia. Mafer de vez en cuando asomaba su cabeza entre los túnel
Eduardo buscaba a Mafer con desesperación, percibía una opresión en el pecho, ya la persona encargada había avisado que debían desalojar el castillo, entonces él dio aviso a las autoridades de la desaparición de su novia. —¡Mafer! —exclamaba a gritos Eduardo, buscándola por los pasadizos de aquel castillo. Entre tanto Martín, esperaba que todos se fueran para salir con ella y secuestrarla como lo tenía pensando, Mafer se removía con fuerza intentando soltarse, entonces él la levantó tomándola de la cintura, y ella aprovechó ese momento para golpear la entrepierna de su captor. Martín gruñó adolorido la soltó y Mafer aprovechó para salir corriendo. —¡Auxilio! —gritó con fuerzas, mientras agitada intentaba buscar una salida. —¡M@ldita sea! —vociferó Martín golpeó con uno de sus puños y con todas sus fuerzas uno de los muros—, debo esconderme de las autoridades, me van a buscar —apretó los dientes. Eduardo escuchó el eco de la voz de Mafer, pidiendo ayuda, entonces a prisa caminó s
Al día siguiente Majo se vistió de mala gana, lanzaba las cosas en su maleta con evidente molestia. —Amanecimos de mal humor —advirtió Malú, observando como lanzaba las cosas. —¿Qué te sucede? —investigó colocando su mano en el equipaje. —Sebastián es un… Imbécil —gruñó, apretujó una de sus camisetas con fuerza. Malú arrugó el ceño, su rostro mostró profunda seriedad. —¿Se sobrepasó contigo? —cuestionó con la respiración agitada—. Dime para ir a reclamarle —vociferó. Majo negó con la cabeza. —No, él es un caballero —resopló y se sentó en la cama, entonces empezó a narrarle a Malú lo del beso—, me rechazó —vociferó conteniendo las ganas de llorar—, jamás antes me había ocurrido algo así, me dijo que yo era una niña, que él no podía darme esperanzas, ni aprovecharse, que está muy interesado en ti —resopló y soltó las lágrimas—, quedé como una atrevida. Malú la abrazó para consolarla. —Sebastián tiene razón, no puedes forzar las cosas, agradece que es un caballero, otro en su lug
Malú se aclaró la garganta, tomó asiento en una banca, bajo un frondoso árbol que le daba sombra. —Cuando no sabía quién era yo, se comportó muy bien conmigo, no todo era color de rosa, porque teníamos nuestras diferencias, ambos tenemos el temperamento fuerte, pero jamás me faltó el respeto —comentó frunciendo los labios—, pero cuando empezó con su venganza, todo cambió, me humilló, le hizo daño a mi familia; sin embargo, estuve leyendo las cartas que me mandaba a dejar cuando me creyó muerta, son realmente conmovedoras, sé que son palabras que fueron escritas desde el fondo de su alma, se ve arrepentido y muy enamorado —declaró suspirando profundo. Matilde la miró con ternura. —Si quieres llorar hazlo, aquí estás para desahogarte —recomendó—, yo no te puedo decir lo que debes hacer, mi deber es solo darte pautas para seguir adelante, y que tu corazón sane —expresó—, tampoco estoy para juzgarte, sabes he conocido gente que les ha hecho bien el divorcio, se han separado un tiempo,
—La señora Julia ha despertado —fue el aviso que dio el médico—, está fuera de peligro, la vamos a pasar a otra habitación, pero no pueden cansarla, recuerden, aún está delicada. Rosaura se abrazó a su padre y sollozó emocionada. Abel presionó los parpados y agradeció a Dios por aquella buena noticia. —¿Ya podemos verla? —indagó Abel con la voz entrecortada. —En unos minutos contestó el médico. Instantes más tarde, Abel ingresó a la alcoba de su madre, Julia estaba con los ojos cerrados, su rostro estaba blanco como una hoja de papel, él se conmovió al verla, deglutió la saliva con dificultad. —Mamá —susurró bajito, se acercó a ella, tomó asiento en una silla, y la agarró de la mano, y la besó. Julia parpadeó lentamente, y abrió sus ojos. —Abel —carraspeó tenía la garganta seca.—No te agites —dijo él—, debes recuperarte, estuviste delicada. —La miró con ternura, y le acarició la frente. Julia se conmovió ante la dulzura de su hijo, el corazón se le estremeció. —Creo que tení
Días después. Malú observaba con la mirada brillante como los cafetales que sembraron en las parcelas que se quemaron, empezaban a crecer, aunque las matas aún estaban pequeñas, y sabía que en esa cosecha no obtendrían la misma cantidad de café de siempre, estaba satisfecha con su labor. —¿Cómo van las cosas por acá? —investigó Joaquín, miró con regocijo como empezaban a nacer los nuevos cafetales—, me dijo tu mamá que no desayunaste, ¿te sientes bien?Malú sonrió como hacía mucho no lo hacía. —Estoy tan feliz, papá —expresó sintiendo una infinita emoción—, aunque sé que esta cosecha no será como la de años anteriores, ver florecer de nuevo la hacienda me llena de felicidad, es algo que no puedo explicar —manifestó y abrazó a su progenitor—, no tuve hambre, ya me conoces, lo único que ansiaba era venir a mirar las parcelas. —Suspiró profundo—, debo pedirle a mi primo Gabo que nos ayude a conseguir el café que nos hará falta para cumplir con nuestros pedidos, antes de irme a España,
Días después. —Tu ausencia destruye todo mi ser, no encuentro, como volverte a tener, te pediría déjame mostrarte, que soy tu aliado, amigo, siempre amante…—entonaba Abel: «Tu respiración by Chayanne» mientras conducía hacia la Momposina. Suspiró profundo, y lo único que se le vino a la mente fue el rostro de Malú, sabía que ella se había ido a Bogotá a arreglar unos asuntos con unos clientes y luego partiría a Mompox, y así él aprovecharía esos meses de ausencia para remodelar: Rayito de luna, y convertir esa finca en el hogar que siempre ella soñó. —Espero conseguir mi propósito —susurró y aparcó la camioneta frente a la entrada principal. —¿Qué haces aquí? —cuestionó Juan Miguel, el hermano menor de Malú, lo miró con profunda seriedad. —Tengo una cita con tu padre —respondió Abel con la misma seriedad. —Sabes bien que no eres bienvenido en esta hacienda —dijo con molestia el joven, apretó sus puños. —No vine a hablar contigo, ni me interesa saber si soy bienvenido, teng