Barcelona - España. El rostro de Malú se hallaba empañado de lágrimas al rememorar las palabras de sus padres, el pecho le dolió, regresando al presente. —Mi papá presentía algo, por eso me dijo que volviera a casa cuando los necesitara —sollozó—, nunca confió en ti, juraste ante Dios que me amarías, y todo fue mentira —vociferó gimoteando. Abel la tomó de la mano, deglutió la saliva con dificultad, sintió un pinchazo en su pecho al escucharla. —Seré el hombre que te mereces, me ganaré la confianza de tu papá, lo prometo —expresó mirándola a los ojos—, no juré en vano, porque te amo. —Inhaló profundo—, ya no llores más, disfrutemos esta noche, está maravillosa —solicitó señalando las estrellas que iluminaban el firmamento—, si te vas a marchar, déjame disfrutar de estas horas a tu lado. —La voz se le quebró y los ojos se le llenaron de lágrimas. Malú no soportaba verlo tan abatido, el corazón se le achicaba en el pecho, pero era más grande el dolor que él le causó. —Lo lamento,
Barcelona - España. Abel contemplaba el sueño de Mateo, el niño descansaba tranquilo, no así el alma y la conciencia de él, los recuerdos del daño que le hizo a Malú y su familia, bombardeaban su mente, su corazón se achicaba en el pecho. —¿Por qué no escuché los consejos de Eduardo? —se cuestionó—, en este momento, seríamos tan felices, con nuestro bebé. —El alma le sangró, recargó su cabeza en el sillón, y rememoró esos dolorosos instantes. **** Manizales - Colombia. (Meses antes) Al volver de aquella corta luna de miel que tan solo duró un fin de semana, Malú frunció el ceño al darse cuenta de que tomaban la vía que conducía a la Momposina. —¿Acaso vamos a visitar a mis papás? —indagó con curiosidad. Abel negó con la cabeza, ladeó los labios. —Te tengo una sorpresa. La mirada de Malú se iluminó por completo, ella adoraba las sorpresas. —Sabes que eso me fascina —expresó y se mojó los labios. Abel inhaló profundo, ahora más que nunca debía ser fuerte ante la ten
CAPÍTULO 65: ¡De regreso a casa!Manizales - Colombia. Malú limpió el gran torrente de lágrimas que mojaron su rostro al revivir esos dolorosos recuerdos, miró desde afuera su casa, suspiró profundo. —Ya no vas a derramar una lágrima más por él, tú eres fuerte, eres valiente María Luisa Duque, nadie te va a vencer —sentenció, se armó de valor y entonces abrió el portón de madera. Eran las cuatro de la tarde del día siguiente cuando entró a su residencia. —¡Malú! —exclamó Majó la menor de la familia, corrió a abrazarla, sollozando. —¿Qué haces aquí? —balbuceó. María Luisa abrazó a su hermana, derramó varias lágrimas de alegría al estar junto a su familia. —Los extrañé tanto —declaró, luego de besar la mejilla de su hermanita, miró a sus hermanos gemelos. —Tan guapos como siempre —expresó sonriente. —¿Se van a quedar ahí estáticos? El primero en reaccionar fue Juan Andrés, estrechó a su hermana con fuerza, y luego hizo lo mismo Juan Miguel.—¡Nos alegra tanto verte con vida! —exc
Malú volvió al presente, el corazón de nuevo lo tenía estrujado. —Si tan solo hubiera hablado en ese entonces, lo habríamos comprendido, y demostrado lo equivocado que estaba con respecto a la bruja —susurró—, pero no, Abel, tiene ese espíritu rebelde, indomable, similar a ti. —Acarició al caballo, al verlo tranquilo, abrió la puerta del cubículo, lo tomó de las riendas, y lo sacó a pasear. —¡Señorita Malú! —exclamó horrorizado Aureliano, el capataz—, tenga cuidado con el diablo, desde que usted no está, se ha vuelto peor, no hay nadie que lo pueda montar, ni tranquilizar. «¡El diablo!»Malú sacudió su cabeza. —Yo no le tengo miedo al diablo, además está así porque pasa encerrado, él es un espíritu libre como yo. —Sonrió—, más bien trae la montura, y ayudame. Aureliano negó con la cabeza, y obedeció, instantes después Malú montó a aquel salvaje potro al que todos tenía miedo, pero el animal con ella era dócil, María Luisa tenía la capacidad de calmar sus miedos y temores, cuando
—¡Habla Leticia! —vociferó Abel, las vena de su frente saltaba a la vista. —Yo… si te puse una sustancia —balbuceó, y apretó los ojos—, pero no pasó nada entre nosotros, lo único que hacías era llamarla a ella —gruñó—, aproveché ese momento para besarte y hacerte creer que era Malú, pero te quedaste dormido —explicó sollozando, y temblando. Abel la soltó con fuerza, la miró con desprecio, negando con la cabeza. —¡Estás enferma! ¿Con qué fin hiciste eso? ¿Por qué? —gritó Abel furioso. Leticia presionó los parpados. —Quería un bebé contigo —sollozó—, de esa forma te quedarías a mi lado, y no correrías de nuevo a los brazos de esa maldita mujer, mira en lo que te convirtió, ya no eres el de antes —vociferó Leticia. Abel resopló, negó indignado, apretó los puños.—¡Estás loca! ¡Un hijo no me hubiera atado a ti! ¡Necesitas ayuda urgente! Abel empezó a vestirse con rapidez. —¡No te vayas! ¡No me dejes! ¡Era el único recurso que se me ocurrió para retenerte!—¡El más bajo! —vociferó
Eduardo se encontraba revisando la condición de la carretera que iban a repavimentar, ya que requería movilizar la maquinaria adecuada, entonces recibió una llamada de Abel. —¿Cómo van las cosas por allá? —indagó Abel, y se aclaró la voz. —Justamente estoy revisando la carretera, empezaremos mañana mismo —comunicó Eduardo. —¿Cuándo vuelves?—Me alegro por eso. —Guardó silencio—, no lo sé, Leticia está muy mal de la cabeza —empezó a narrarle lo acontecido—, se la llevaron a una clínica de reposo, estoy con el niño, mientras se relaciona con su verdadero padre. —¿Te hiciste exámenes? —cuestionó preocupado por su amigo—. A mí nunca me cayó bien Leticia, te la recomendé porque Margarita me rogó que le diéramos empleo —indicó—, lo importante es que te liberaste por fin de esa carga. Abel inhaló profundo. —Así es, claro que me hice exámenes, me drogó, pero por suerte no se atrevió a más. —Inhaló profundo—. ¿Cómo van las cosas en el hospital? ¿Has sabido algo de Malú? —cuestionó con cur
Mompox - Colombia. Cerca de las seis de la tarde Mafer por fin tuvo un respiro, se acercó a la oficina principal a despedirse del padre Teo, entonces miró un hermoso arreglo floral de rosas rojas. —¡Qué lindo! —exclamó a la secretaria. La señora se llevó la mano a la frente. —Señorita Mafer, usted se va a molestar, este arreglo le llegó desde temprano, pero como usted estaba ocupada y yo también, se me olvidó avisarle. La mirada de Mafer brilló, sus ojos se abrieron con amplitud, esbozó una amplia sonrisa. —¿Para mí?—Sí —contestó la mujer. Mafer se aproximó al arreglo, tomó la tarjeta en las manos. —No sé cuál sea tu flor favorita, por eso escogí las rosas, espero te guste el presente, atentamente: Eduardo. —Suspiró profundo. «No puedo creer que ese demonio me haya enviado flores, está hermoso el arreglo»Se mordió los labios. —Me lo llevo a casa, gracias —dijo y tomó entre sus brazos el presente. Justo cuando salía chocó con un corpulento tórax, elevó su vista, y su coraz
—¿Jorge? —indagó y los ojos le brillaron, pero luego recordó como él le rompió el corazón. —¿Qué haces aquí? Jorge se aproximó a la pareja, miró con desdén a Eduardo, y el caballero español, le plantó la vista, irguiendo la barbilla. —Estamos angustiados por ti en Manizales, por eso vine a saber cómo estás, ¿te encuentras bien? —cuestionó. Mafer no supo qué hacer en ese momento, parpadeó, inhaló profundo, y se armó de valor. —Estoy de maravilla, no te preocupes, mi novio Eduardo me cuida —explicó, y miró al español suplicante. Eduardo comprendió el mensaje, la tomó por la cintura. —Así es, y si nos permites nosotros nos retiramos, tenemos urgencia por llegar a casa. Jorge apretó los puños al escucharlo, notó como las mejillas de Mafer se encendieron. —No tan rápido, mi prima es una chica de casa, no te la vas a llevar, así como si fuera una cualquiera a la casa —recriminó. —Tu prima es mayor de edad —refutó Eduardo con evidente molestia—, y lo que nosotros hagamos no tiene po