Mafer había intentado durante toda la mañana escabullirse de su encuentro con Jorge, pero ya no puedo retrasar más esa charla, cuando él la tomó del brazo. —Tenemos que hablar —dijo él con firmeza, la miró a los ojos con profunda seriedad. Mafer soltó un respingo, tembló sin poder articular una frase, luego de cortos segundos reaccionó. —Está bien, pero aquí en el hospital no podemos —recalcó.Entonces juntos salieron del edificio y se dirigieron a una cafetería cercana. —No entiendo, ¿qué haces aquí? —cuestionó Mafer con curiosidad—, jamás dejas a tus pacientes, y ahora menos a tu novia, estás comprometido. —Apretó los labios. —Me preocupas, jamás has hecho cosas como estas, no quiero que ese español te lastime como lo hizo Abel con tu hermana —recalcó. Mafer lo observó con profunda seriedad. —No creo que alguien pueda lastimarme más de lo que tú lo has hecho —declaró y la voz se le cortó—, siempre has sabido cuáles son mis sentimientos hacia ti, pero jamás te ha interesado lo
Paz salió hasta el bar cafetería del consorcio, sonrió al ver a su hija más animada. —Parece que la charla está muy amena —comentó. —Solo le contaba un chiste a Malú —respondió Sebastián, y saludó con cortesía a la señora Duque—, ha sido una tarde muy gratificante, pero debo irme —expresó, frunció los labios. —Permíteme llevarte hasta tu hotel —dijo Malú, enseguida se despidió de su mamá, y lo mismo hizo Sebastián, de inmediato ambos abandonaron el piso de presidencia. Y cuando María Paz giró para avisarle a Abel que ya podía irse, él ya había salido de la oficina. —Le agradezco por la confianza, no se va a arrepentir. —Besó la mano de la señora Duque, y salió a prisa. Sus intenciones eran seguir a Malú, y saber hasta dónde iba a llegar o había llegado con Sebastián. Con cuidado de no ser visto, conducía a distancia prudente de su exesposa, entonces miró como ella aparcaba el jeep frente a un lujoso hotel. —Ya bajate Sebastián —susurraba Abel apretando con fuerza el volante de
Malú lo empujó con todas sus fuerzas, elevó su mano decidida a abofetearlo. «¡Por cada bofetada, recibirás un beso mío!» Desistió de darle su buena cachetada, al recordar su sentencia. —¡Atrevido! —exclamó con profunda molestia. Abel sonrió al escucharla, se mojó los labios, saboreando el beso que le dio a ella. —Veo que ya aprendiste la lección —bromeó. —No estoy para tus chistes, no vuelvas a besarme —ordenó con profunda seriedad. Abel se aclaró la garganta. —Está bien, haré las cosas como me pides —expuso y se dirigió a su camioneta. Malú se quedó estática esperando que él moviera el auto, pero no lo hizo, por el contrario, volvió a ella sosteniendo un folder en las manos—, hoy estuve buscando a tu tío Carlos, pero no pude entrevistarme con él, por favor entregale esto. —Extendió los documentos. Malú arrugó el ceño, miró el folder, y luego observó a Abel, extrañada. —¿Y ahora a qué juegas? —indagó colocando sus manos en la cintura. La mirada de Abel se llenó de
Malú intentando no hacer ruido ingresó a su casa, el corazón le dio un vuelco cuando las luces del amplio salón se encendieron. —¡Mamá! —exclamó llevándose la mano al pecho. María Paz abrió sus ojos con sorpresa, la miró de pies a cabeza. —¿Qué te pasó? —indagó—, parece que te has peleado con un gato callejero. —Ladeó los labios. Malú se observó en el espejo de la consola, tenía el cabello enmarañado, los labios hinchados de tantos besos que se dio con Abel, la blusa la traía mal abotonada, la falda mal puesta. —¿Me estabas esperando? —indagó con seriedad. —No me agrada que me respondas con otra pregunta —dijo Paz—, pero no, no era a ti a quien esperaba, sino a tu hermano: Juan Andrés, creo que tomaré medidas drásticas con ese muchacho —enfatizó negando con la cabeza. —¿De dónde vienes? O más bien ¿con quién estabas?Malú se aclaró la garganta, inspiró profundo. —Estuve con Abel —contestó, y resopló—, debes pensar que estoy loca, que soy una tóxica, que no tengo dignidad. —Se c
María Paz la observó con todo el cariño de una madre, y se dirigió a ella con calidez. —Desde niñas les enseñé a amarse y respetarse, porque nadie está a merced de que llegue a sus vidas un hombre que quiera destrozarlas, de esos hay muchos, tampoco creo en los cambios, el hombre que aprendió a ser machista, y a maltratar a una mujer, jamás dejará de hacerlo, la vida real como te he dicho no es un cuento de hadas, ni tampoco es como los libros de ficción en los que disfrazan la violencia con el amor —expresó con firmeza María Paz—, sé que todas las personas tienen un pasado, y que eso marca el presente y el futuro, la historia de Abel es muy triste, pero Luz Aída a pesar de que lo hizo por utilizarlo, lo salvó, eso es algo que no lo vamos a negar, sin importar las malas intenciones de la bruja, lo rescató de ese infierno, se convirtió en su ángel guardián, le debía lealtad, y lamentablemente te arrastró en esa absurda venganza, pero si tú lo amas, debe ser que has visto en él cosas b
Mafer parpadeó en repetidas ocasiones, un cálido estremecimiento le recorrió el cuerpo, su azulada mirada se clavó en los ojos de Eduardo. —Pero… yo no soy igual a las mujeres con las que sales —dijo ella suspirando profundo—, además sabes que mi corazón tiene dueño, yo no deseo lastimarte, me agrada tu amistad —declaró—, además mencionaste que no te gustan los compromisos, que andas de un lugar a otro —rebatió, miró sobre la mesa dos botellines de agua y tomó uno, abrió y bebió varios sorbos. Eduardo respiró profundo, la tomó de la mano y sintió que ella temblaba. —Por eso me gustas, porque no eres igual a las mujeres que acostumbro a tratar, eres especial, diferente, y eso me fascina —expuso con sinceridad—, con respecto a Jorge, pienso que es una ilusión de adolescente, no has conocido el verdadero amor, o te da miedo experimentar con otras personas, pero te aseguro que no deseo lastimarte, y que asumiré las consecuencias —mencionó sin dejar de reflejarse en los ojos de ella—, c
Malú sacudió la cabeza, le pidió a la empleada que le dijera a Julia que la esperara unos minutos, al cabo de media hora, María Luisa bajó a la sala de su casa, se sorprendió al ver que la madre de Abel charlaba con la suya como dos buenas amigas. —Buenos días —saludó Malú algo inquieta, no conocía a la madre de Abel. —Buenos días —respondió Julia, miró con ternura y melancolía a Malú. Malú observó con atención a la mujer, le calculó aproximadamente más de cincuenta años, su cabello era largo y del color del ébano de la noche, sus ojos eran del mismo tono que los de Abel, sus facciones eran finas, su rostro mostraba varias líneas de expresión, vestía ropas sencillas. —Sería bueno que llevaras a Julia a la terraza de la parte de atrás, no tardan en bajar todos los integrantes de esta familia, y no podrán charlar a gusto —recomendó Paz. —Yo no deseo causar molestias —dijo la señora Julia con voz suave. —Tranquila —mencionó Malú—, venga conmigo —solicitó, y miró que cojeaba al cami
Mafer contemplaba a Eduardo dormido, suspiró profundo. —Eres muy guapo demonio español —susurró, y se acercó con lentitud, deslizó sus dedos por el rostro de él—. Despierta —murmuró. Eduardo se removió en la cama. —Es muy temprano —dijo.—Hace un día maravilloso —comentó ella—, vamos no seas flojo —indicó. Eduardo se acomodó en la cama. —Dejame dormir un rato más, ayer nos quedamos hasta tarde en la playa —comentó. Mafer frunció los labios. —Pareces mi abuelo —bromeó ella. Eduardo abrió los parpados, entonces la miró, ella estaba de pie a un costado de la cama, lucía unos shorts de mezclilla cortos y una blusa tipo top, la garganta se le secó, entonces la tomó de la mano, y la jaló hacía él. Mafer se estremeció cuando su pecho quedó pegado al de él, y sus rostros muy cercanos. —Mejor quédate un ratito más conmigo —susurró la tomó de la nuca y la besó. Mafer sintió de nuevo aquel cosquilleo en toda su piel, correspondió al beso de él, abriendo sus labios, entonces tembló cua