Malú sacudió la cabeza, le pidió a la empleada que le dijera a Julia que la esperara unos minutos, al cabo de media hora, María Luisa bajó a la sala de su casa, se sorprendió al ver que la madre de Abel charlaba con la suya como dos buenas amigas. —Buenos días —saludó Malú algo inquieta, no conocía a la madre de Abel. —Buenos días —respondió Julia, miró con ternura y melancolía a Malú. Malú observó con atención a la mujer, le calculó aproximadamente más de cincuenta años, su cabello era largo y del color del ébano de la noche, sus ojos eran del mismo tono que los de Abel, sus facciones eran finas, su rostro mostraba varias líneas de expresión, vestía ropas sencillas. —Sería bueno que llevaras a Julia a la terraza de la parte de atrás, no tardan en bajar todos los integrantes de esta familia, y no podrán charlar a gusto —recomendó Paz. —Yo no deseo causar molestias —dijo la señora Julia con voz suave. —Tranquila —mencionó Malú—, venga conmigo —solicitó, y miró que cojeaba al cami
Mafer contemplaba a Eduardo dormido, suspiró profundo. —Eres muy guapo demonio español —susurró, y se acercó con lentitud, deslizó sus dedos por el rostro de él—. Despierta —murmuró. Eduardo se removió en la cama. —Es muy temprano —dijo.—Hace un día maravilloso —comentó ella—, vamos no seas flojo —indicó. Eduardo se acomodó en la cama. —Dejame dormir un rato más, ayer nos quedamos hasta tarde en la playa —comentó. Mafer frunció los labios. —Pareces mi abuelo —bromeó ella. Eduardo abrió los parpados, entonces la miró, ella estaba de pie a un costado de la cama, lucía unos shorts de mezclilla cortos y una blusa tipo top, la garganta se le secó, entonces la tomó de la mano, y la jaló hacía él. Mafer se estremeció cuando su pecho quedó pegado al de él, y sus rostros muy cercanos. —Mejor quédate un ratito más conmigo —susurró la tomó de la nuca y la besó. Mafer sintió de nuevo aquel cosquilleo en toda su piel, correspondió al beso de él, abriendo sus labios, entonces tembló cua
Luego de que Abel se tranquilizara llegaron hasta el edificio de Asoexport Manizales, enseguida luego de identificarse subieron al piso de presidencia. —Buenas tardes, deseo hablar con mi tío —avisó Malú a la asistente de Carlos Duque. —Claro, enseguida le aviso al doctor Duque que usted está aquí. —Sonrió la asistente, y digitó el teléfono, de inmediato Carlos le dijo que la dejara entrar. Malú miró a Abel, inhaló profundo y con la mano lo guio a la oficina de su tío. Ella abrió la puerta y él la estaba esperando, María Luisa se lanzó a los brazos de Carlos, lo abrazó con fuerza. —¡Qué alegría verte con vida! —exclamó él conmovido. —Me da tanto gusto verte —respondió ella con la voz entrecortada—, me han pasado tantas cosas, que no he podido ir a visitarlos. ¿Cómo está mi tía Ely, y mis primos? —indagó. —Resentidos contigo, no has aparecido por la casa —reprochó. Abel desde su lugar observaba aquella interacción, nunca cruzó palabra con Carlos Duque, apenas el saludo, pues Lu
Malú cerró los ojos, tuvo miedo de que algún guardia se acercara y lo llevara preso por profanar la tumba de esa mujer, por suerte nadie se dio cuenta, se vio tentada a impedir que siguiera destrozando aquel sepulcro, pero podía entender su enojo, esa mujer tan solo lo había utilizado. Pasaron varios minutos cuando Abel dejó de llorar, y Malú lo vio más sereno, entonces se acercó a él, y se inclinó a su lado. —Vamos a casa, ya no vale la pena, ella está muerta —dijo Malú y le tocó el hombro. Abel con los ojos rojos, hinchados y el semblante completamente descompuesto, levantó su rostro y se reflejó en la dulce mirada de Malú. —Nos destruyó la vida —susurró sintiendo que el alma le dolía tanto que el pecho le ardía—, perdimos a nuestro bebé, todo fue mi culpa, tienes razón en odiarme, no te merezco, vete Malú, aléjate de mí, yo no soy bueno, soy igual de miserable que Luz Aída, no soy digno de tu perdón —espetó con profundo dolor, cerrando en sus puños un poco de arena de la sepult
Cartagena de Indias, Colombia. Varios jadeos salían de los labios de Mafer, su respiración era agitada, algunas gotas de sudor bañaban su cuerpo. —Ya no más —suplicó a Eduardo—, me duele. —Pero si solo es el comienzo, cariño —rebatió él, sonriente—, vamos, bajaré el ritmo, lo haremos más suave. Mafer negó con la cabeza, se tiró sobre la blanca arena, y empezó a sobar sus pantorrillas. —Ya no más, el ejercicio no se hizo para mí —jadeó—, siento que estoy agonizando. —Cerró sus ojos casi desfalleciendo—, anota en tu iPhone lo que te voy a dictar. Eduardo carcajeó sin poder evitarlo. —Sois la reina del drama, chiquilla, no has trotado ni un kilómetro, yo acostumbro a correr cinco, cada mañana —expresó con orgullo. —¿Qué me vas a dictar?Mafer rodó los ojos, frunció el ceño. —Mi testamento, apunta: Mi ropa, zapatos y demás se lo heredo a mi hermana Majo, las joyas a Malú, mi auto a mi hermano Juan Miguel, mi parte de la hacienda a Juan Andrés. —Se llevó las manos a los labios—, cr
En horas de la noche Malú acompañada de su hermana menor Majo, llegaron a Salento, a la finca de los padres de Sebastián. Durante todo el trayecto María Luisa había permanecido en profundo silencio. —¡Hay un baile! —exclamó Majo y aplaudió con emoción cuando aparcó el auto—, y a mí me fascina bailar. Malú ladeó los labios, fingió sonreír. —¡Diviértete! —recomendó. —Pero con esa cara de tragedia que traes, mejor te hubieras quedado en la hacienda, ya olvidate del diablo, no sufras por él, que tal aquí en este retiro encuentras al hombre de tus sueños. —Sonrió Majo. Malú bufó al escuchar a su hermana menor. —Agradezco tus buenos deseos, pero recuerda lo que dice nuestro padre, un Duque cuando se enamora lo hace para siempre, y creo que ese será mi caso —mencionó con tristeza. —Habiendo tantos hombres guapos en el mundo, que desperdicio —dijo Majo y miró que Sebastián se acercaba a ellas—, como el que viene por allá, ese sí que es un papacito. —Se mordió los labios. —¡Majo
Horas antes, cuando el sol empezaba a caer, Mafer y Eduardo recorrían el castillo de San Felipe, una antigua construcción española, que en el pasado sirvió de fortaleza para proteger a Cartagena de los ataques de piratas. Aquella fortaleza tenía túneles y pasadizos. La feliz pareja, con las manos entrelazadas, caminaban junto a los pocos turistas que quedaban a esa hora, escuchando la explicación que hacía el guía. Sin embargo, Mafer volvió a sentir un escalofrío, fue una extraña sensación que le recorrió la espina dorsal, divisó a sus alrededores, pero no vio nada sospechoso. —¿Todo bien? —indagó Eduardo al notarla intranquila. —Sí —contestó ella y sonrió—, a qué no me encuentras. —Carcajeó y se soltó de la mano de él para correr a esconderse en uno de esos pasadizos. —¡Mafer! —exclamó Eduardo, resopló, aunque el sitio era seguro, tuvo una especie de mal presentimiento, caminó a toda prisa y empezó la búsqueda de su novia. Mafer de vez en cuando asomaba su cabeza entre los túnel
Eduardo buscaba a Mafer con desesperación, percibía una opresión en el pecho, ya la persona encargada había avisado que debían desalojar el castillo, entonces él dio aviso a las autoridades de la desaparición de su novia. —¡Mafer! —exclamaba a gritos Eduardo, buscándola por los pasadizos de aquel castillo. Entre tanto Martín, esperaba que todos se fueran para salir con ella y secuestrarla como lo tenía pensando, Mafer se removía con fuerza intentando soltarse, entonces él la levantó tomándola de la cintura, y ella aprovechó ese momento para golpear la entrepierna de su captor. Martín gruñó adolorido la soltó y Mafer aprovechó para salir corriendo. —¡Auxilio! —gritó con fuerzas, mientras agitada intentaba buscar una salida. —¡M@ldita sea! —vociferó Martín golpeó con uno de sus puños y con todas sus fuerzas uno de los muros—, debo esconderme de las autoridades, me van a buscar —apretó los dientes. Eduardo escuchó el eco de la voz de Mafer, pidiendo ayuda, entonces a prisa caminó s