Mompox - Colombia. Cerca de las seis de la tarde Mafer por fin tuvo un respiro, se acercó a la oficina principal a despedirse del padre Teo, entonces miró un hermoso arreglo floral de rosas rojas. —¡Qué lindo! —exclamó a la secretaria. La señora se llevó la mano a la frente. —Señorita Mafer, usted se va a molestar, este arreglo le llegó desde temprano, pero como usted estaba ocupada y yo también, se me olvidó avisarle. La mirada de Mafer brilló, sus ojos se abrieron con amplitud, esbozó una amplia sonrisa. —¿Para mí?—Sí —contestó la mujer. Mafer se aproximó al arreglo, tomó la tarjeta en las manos. —No sé cuál sea tu flor favorita, por eso escogí las rosas, espero te guste el presente, atentamente: Eduardo. —Suspiró profundo. «No puedo creer que ese demonio me haya enviado flores, está hermoso el arreglo»Se mordió los labios. —Me lo llevo a casa, gracias —dijo y tomó entre sus brazos el presente. Justo cuando salía chocó con un corpulento tórax, elevó su vista, y su coraz
—¿Jorge? —indagó y los ojos le brillaron, pero luego recordó como él le rompió el corazón. —¿Qué haces aquí? Jorge se aproximó a la pareja, miró con desdén a Eduardo, y el caballero español, le plantó la vista, irguiendo la barbilla. —Estamos angustiados por ti en Manizales, por eso vine a saber cómo estás, ¿te encuentras bien? —cuestionó. Mafer no supo qué hacer en ese momento, parpadeó, inhaló profundo, y se armó de valor. —Estoy de maravilla, no te preocupes, mi novio Eduardo me cuida —explicó, y miró al español suplicante. Eduardo comprendió el mensaje, la tomó por la cintura. —Así es, y si nos permites nosotros nos retiramos, tenemos urgencia por llegar a casa. Jorge apretó los puños al escucharlo, notó como las mejillas de Mafer se encendieron. —No tan rápido, mi prima es una chica de casa, no te la vas a llevar, así como si fuera una cualquiera a la casa —recriminó. —Tu prima es mayor de edad —refutó Eduardo con evidente molestia—, y lo que nosotros hagamos no tiene po
Mafer había intentado durante toda la mañana escabullirse de su encuentro con Jorge, pero ya no puedo retrasar más esa charla, cuando él la tomó del brazo. —Tenemos que hablar —dijo él con firmeza, la miró a los ojos con profunda seriedad. Mafer soltó un respingo, tembló sin poder articular una frase, luego de cortos segundos reaccionó. —Está bien, pero aquí en el hospital no podemos —recalcó.Entonces juntos salieron del edificio y se dirigieron a una cafetería cercana. —No entiendo, ¿qué haces aquí? —cuestionó Mafer con curiosidad—, jamás dejas a tus pacientes, y ahora menos a tu novia, estás comprometido. —Apretó los labios. —Me preocupas, jamás has hecho cosas como estas, no quiero que ese español te lastime como lo hizo Abel con tu hermana —recalcó. Mafer lo observó con profunda seriedad. —No creo que alguien pueda lastimarme más de lo que tú lo has hecho —declaró y la voz se le cortó—, siempre has sabido cuáles son mis sentimientos hacia ti, pero jamás te ha interesado lo
Paz salió hasta el bar cafetería del consorcio, sonrió al ver a su hija más animada. —Parece que la charla está muy amena —comentó. —Solo le contaba un chiste a Malú —respondió Sebastián, y saludó con cortesía a la señora Duque—, ha sido una tarde muy gratificante, pero debo irme —expresó, frunció los labios. —Permíteme llevarte hasta tu hotel —dijo Malú, enseguida se despidió de su mamá, y lo mismo hizo Sebastián, de inmediato ambos abandonaron el piso de presidencia. Y cuando María Paz giró para avisarle a Abel que ya podía irse, él ya había salido de la oficina. —Le agradezco por la confianza, no se va a arrepentir. —Besó la mano de la señora Duque, y salió a prisa. Sus intenciones eran seguir a Malú, y saber hasta dónde iba a llegar o había llegado con Sebastián. Con cuidado de no ser visto, conducía a distancia prudente de su exesposa, entonces miró como ella aparcaba el jeep frente a un lujoso hotel. —Ya bajate Sebastián —susurraba Abel apretando con fuerza el volante de
Malú lo empujó con todas sus fuerzas, elevó su mano decidida a abofetearlo. «¡Por cada bofetada, recibirás un beso mío!» Desistió de darle su buena cachetada, al recordar su sentencia. —¡Atrevido! —exclamó con profunda molestia. Abel sonrió al escucharla, se mojó los labios, saboreando el beso que le dio a ella. —Veo que ya aprendiste la lección —bromeó. —No estoy para tus chistes, no vuelvas a besarme —ordenó con profunda seriedad. Abel se aclaró la garganta. —Está bien, haré las cosas como me pides —expuso y se dirigió a su camioneta. Malú se quedó estática esperando que él moviera el auto, pero no lo hizo, por el contrario, volvió a ella sosteniendo un folder en las manos—, hoy estuve buscando a tu tío Carlos, pero no pude entrevistarme con él, por favor entregale esto. —Extendió los documentos. Malú arrugó el ceño, miró el folder, y luego observó a Abel, extrañada. —¿Y ahora a qué juegas? —indagó colocando sus manos en la cintura. La mirada de Abel se llenó de
Malú intentando no hacer ruido ingresó a su casa, el corazón le dio un vuelco cuando las luces del amplio salón se encendieron. —¡Mamá! —exclamó llevándose la mano al pecho. María Paz abrió sus ojos con sorpresa, la miró de pies a cabeza. —¿Qué te pasó? —indagó—, parece que te has peleado con un gato callejero. —Ladeó los labios. Malú se observó en el espejo de la consola, tenía el cabello enmarañado, los labios hinchados de tantos besos que se dio con Abel, la blusa la traía mal abotonada, la falda mal puesta. —¿Me estabas esperando? —indagó con seriedad. —No me agrada que me respondas con otra pregunta —dijo Paz—, pero no, no era a ti a quien esperaba, sino a tu hermano: Juan Andrés, creo que tomaré medidas drásticas con ese muchacho —enfatizó negando con la cabeza. —¿De dónde vienes? O más bien ¿con quién estabas?Malú se aclaró la garganta, inspiró profundo. —Estuve con Abel —contestó, y resopló—, debes pensar que estoy loca, que soy una tóxica, que no tengo dignidad. —Se c
María Paz la observó con todo el cariño de una madre, y se dirigió a ella con calidez. —Desde niñas les enseñé a amarse y respetarse, porque nadie está a merced de que llegue a sus vidas un hombre que quiera destrozarlas, de esos hay muchos, tampoco creo en los cambios, el hombre que aprendió a ser machista, y a maltratar a una mujer, jamás dejará de hacerlo, la vida real como te he dicho no es un cuento de hadas, ni tampoco es como los libros de ficción en los que disfrazan la violencia con el amor —expresó con firmeza María Paz—, sé que todas las personas tienen un pasado, y que eso marca el presente y el futuro, la historia de Abel es muy triste, pero Luz Aída a pesar de que lo hizo por utilizarlo, lo salvó, eso es algo que no lo vamos a negar, sin importar las malas intenciones de la bruja, lo rescató de ese infierno, se convirtió en su ángel guardián, le debía lealtad, y lamentablemente te arrastró en esa absurda venganza, pero si tú lo amas, debe ser que has visto en él cosas b
Mafer parpadeó en repetidas ocasiones, un cálido estremecimiento le recorrió el cuerpo, su azulada mirada se clavó en los ojos de Eduardo. —Pero… yo no soy igual a las mujeres con las que sales —dijo ella suspirando profundo—, además sabes que mi corazón tiene dueño, yo no deseo lastimarte, me agrada tu amistad —declaró—, además mencionaste que no te gustan los compromisos, que andas de un lugar a otro —rebatió, miró sobre la mesa dos botellines de agua y tomó uno, abrió y bebió varios sorbos. Eduardo respiró profundo, la tomó de la mano y sintió que ella temblaba. —Por eso me gustas, porque no eres igual a las mujeres que acostumbro a tratar, eres especial, diferente, y eso me fascina —expuso con sinceridad—, con respecto a Jorge, pienso que es una ilusión de adolescente, no has conocido el verdadero amor, o te da miedo experimentar con otras personas, pero te aseguro que no deseo lastimarte, y que asumiré las consecuencias —mencionó sin dejar de reflejarse en los ojos de ella—, c