Malú recorría las calles estrechas y adoquinas del barrio el Born, frotaba sus brazos, hacía frío en esa época en Barcelona, miró una mesa libre, afuera frente a una cafetería tomó asiento en una silla y cuando el mesero se acercó tan solo solicitó un café. Los recuerdos aún abombaban su mente, la tristeza le embargaba el alma, inhaló aquel humeante aroma y recordó su casa, extrañaba a su familia. Mientras seguía sumida en sus pensamientos, unos jóvenes músicos se aproximaron a ella. El uno sostenía en sus manos un violín, entonces la vocalista habló. —Nos han pedido dedicaros esta canción. Malú frunció el ceño, extrañada, miró a su alrededor, pero no vio a nadie, asintió y sonrió. Enseguida las notas de «Nunca te olvidaré by Enrique Iglesias» fueron rasgadas en las cuerdas del violín, la vocalista empezó a cantar. «Pueden pasar tres mil años. Puedes besar otros labios. Pero nunca te olvidaré…» Malú cerró los parpados, inspiró profundo, escuchaba atenta la melodía y su corazón
Manizales - Colombia. (Meses antes)Al día siguiente Abel marcaba el móvil de Malú en repetidas ocasiones, pero no obtenía respuesta, recordó que ella salía a trotar desde temprano por los alrededores de la finca, así que de inmediato se movilizó para la hacienda. Malú se ejercitaba, trotando más fuerte que el ritmo normal que solía tener, había escuchado los repliques de su teléfono, pero no quiso responderle a Abel. Cuando cumplió con su hora reglamentaria de hacer ejercicio empezó a volver a la finca, hasta que el chillido de las llantas de un auto detuvo su paso. —¡Malú, cariño! —escuchó en la voz de Abel. Ella bufó, elevó una de sus cejas, se quedó estática y lo miró con seriedad. Abel la recorrió con la vista, ella vestía unos leggins entallados a sus perfectas y firmes piernas, un body ceñido a su esbelta cintura, varias gotas de sudor bajaban de su cuello y recorrían en medio de sus senos. La garganta se le secó y su cuerpo reaccionó. —¿Qué quieres? —respondió ella con a
Barcelona - España. El rostro de Malú se hallaba empañado de lágrimas al rememorar las palabras de sus padres, el pecho le dolió, regresando al presente. —Mi papá presentía algo, por eso me dijo que volviera a casa cuando los necesitara —sollozó—, nunca confió en ti, juraste ante Dios que me amarías, y todo fue mentira —vociferó gimoteando. Abel la tomó de la mano, deglutió la saliva con dificultad, sintió un pinchazo en su pecho al escucharla. —Seré el hombre que te mereces, me ganaré la confianza de tu papá, lo prometo —expresó mirándola a los ojos—, no juré en vano, porque te amo. —Inhaló profundo—, ya no llores más, disfrutemos esta noche, está maravillosa —solicitó señalando las estrellas que iluminaban el firmamento—, si te vas a marchar, déjame disfrutar de estas horas a tu lado. —La voz se le quebró y los ojos se le llenaron de lágrimas. Malú no soportaba verlo tan abatido, el corazón se le achicaba en el pecho, pero era más grande el dolor que él le causó. —Lo lamento,
Barcelona - España. Abel contemplaba el sueño de Mateo, el niño descansaba tranquilo, no así el alma y la conciencia de él, los recuerdos del daño que le hizo a Malú y su familia, bombardeaban su mente, su corazón se achicaba en el pecho. —¿Por qué no escuché los consejos de Eduardo? —se cuestionó—, en este momento, seríamos tan felices, con nuestro bebé. —El alma le sangró, recargó su cabeza en el sillón, y rememoró esos dolorosos instantes. **** Manizales - Colombia. (Meses antes) Al volver de aquella corta luna de miel que tan solo duró un fin de semana, Malú frunció el ceño al darse cuenta de que tomaban la vía que conducía a la Momposina. —¿Acaso vamos a visitar a mis papás? —indagó con curiosidad. Abel negó con la cabeza, ladeó los labios. —Te tengo una sorpresa. La mirada de Malú se iluminó por completo, ella adoraba las sorpresas. —Sabes que eso me fascina —expresó y se mojó los labios. Abel inhaló profundo, ahora más que nunca debía ser fuerte ante la ten
CAPÍTULO 65: ¡De regreso a casa!Manizales - Colombia. Malú limpió el gran torrente de lágrimas que mojaron su rostro al revivir esos dolorosos recuerdos, miró desde afuera su casa, suspiró profundo. —Ya no vas a derramar una lágrima más por él, tú eres fuerte, eres valiente María Luisa Duque, nadie te va a vencer —sentenció, se armó de valor y entonces abrió el portón de madera. Eran las cuatro de la tarde del día siguiente cuando entró a su residencia. —¡Malú! —exclamó Majó la menor de la familia, corrió a abrazarla, sollozando. —¿Qué haces aquí? —balbuceó. María Luisa abrazó a su hermana, derramó varias lágrimas de alegría al estar junto a su familia. —Los extrañé tanto —declaró, luego de besar la mejilla de su hermanita, miró a sus hermanos gemelos. —Tan guapos como siempre —expresó sonriente. —¿Se van a quedar ahí estáticos? El primero en reaccionar fue Juan Andrés, estrechó a su hermana con fuerza, y luego hizo lo mismo Juan Miguel.—¡Nos alegra tanto verte con vida! —exc
Malú volvió al presente, el corazón de nuevo lo tenía estrujado. —Si tan solo hubiera hablado en ese entonces, lo habríamos comprendido, y demostrado lo equivocado que estaba con respecto a la bruja —susurró—, pero no, Abel, tiene ese espíritu rebelde, indomable, similar a ti. —Acarició al caballo, al verlo tranquilo, abrió la puerta del cubículo, lo tomó de las riendas, y lo sacó a pasear. —¡Señorita Malú! —exclamó horrorizado Aureliano, el capataz—, tenga cuidado con el diablo, desde que usted no está, se ha vuelto peor, no hay nadie que lo pueda montar, ni tranquilizar. «¡El diablo!»Malú sacudió su cabeza. —Yo no le tengo miedo al diablo, además está así porque pasa encerrado, él es un espíritu libre como yo. —Sonrió—, más bien trae la montura, y ayudame. Aureliano negó con la cabeza, y obedeció, instantes después Malú montó a aquel salvaje potro al que todos tenía miedo, pero el animal con ella era dócil, María Luisa tenía la capacidad de calmar sus miedos y temores, cuando
—¡Habla Leticia! —vociferó Abel, las vena de su frente saltaba a la vista. —Yo… si te puse una sustancia —balbuceó, y apretó los ojos—, pero no pasó nada entre nosotros, lo único que hacías era llamarla a ella —gruñó—, aproveché ese momento para besarte y hacerte creer que era Malú, pero te quedaste dormido —explicó sollozando, y temblando. Abel la soltó con fuerza, la miró con desprecio, negando con la cabeza. —¡Estás enferma! ¿Con qué fin hiciste eso? ¿Por qué? —gritó Abel furioso. Leticia presionó los parpados. —Quería un bebé contigo —sollozó—, de esa forma te quedarías a mi lado, y no correrías de nuevo a los brazos de esa maldita mujer, mira en lo que te convirtió, ya no eres el de antes —vociferó Leticia. Abel resopló, negó indignado, apretó los puños.—¡Estás loca! ¡Un hijo no me hubiera atado a ti! ¡Necesitas ayuda urgente! Abel empezó a vestirse con rapidez. —¡No te vayas! ¡No me dejes! ¡Era el único recurso que se me ocurrió para retenerte!—¡El más bajo! —vociferó
Eduardo se encontraba revisando la condición de la carretera que iban a repavimentar, ya que requería movilizar la maquinaria adecuada, entonces recibió una llamada de Abel. —¿Cómo van las cosas por allá? —indagó Abel, y se aclaró la voz. —Justamente estoy revisando la carretera, empezaremos mañana mismo —comunicó Eduardo. —¿Cuándo vuelves?—Me alegro por eso. —Guardó silencio—, no lo sé, Leticia está muy mal de la cabeza —empezó a narrarle lo acontecido—, se la llevaron a una clínica de reposo, estoy con el niño, mientras se relaciona con su verdadero padre. —¿Te hiciste exámenes? —cuestionó preocupado por su amigo—. A mí nunca me cayó bien Leticia, te la recomendé porque Margarita me rogó que le diéramos empleo —indicó—, lo importante es que te liberaste por fin de esa carga. Abel inhaló profundo. —Así es, claro que me hice exámenes, me drogó, pero por suerte no se atrevió a más. —Inhaló profundo—. ¿Cómo van las cosas en el hospital? ¿Has sabido algo de Malú? —cuestionó con cur