54. Tonta, deja de llorar.
Debía irse, todo había Sido, una completa locura y un sin sentido, ella no debería haber aceptado viajar hasta Francia, ciertamente era muy inconsciente, como podía haber ni siquiera aceptado la idea de acompañar a un hombre que apenas conocía a la otra punta del mundo y pensar que saldría bien.

«No, no debí aceptar jamás sus estúpidas condiciones, ni su estúpido contrato.»

Se recriminó, mientras llegaba por fin, a la habitación donde estaban todas sus cosas y que había compartido con él.

Solo recordar las palabras de la exmujer de Marius, la hizo desear ir al baño y devolver todo lo que había comido, pero no lo haría. Ella no dejaría que esa mujer le ganara. No de esa manera. Pero tal vez Lucrecia no fuera su mayor enemiga, sino su propia mente que le hacía evocar lo que había visto o creído ver entre sueños la noche antes de la fiesta, como si pretendiera castigarla por estar allí, como si pretendiera dejar claro que si en ese instante sufria era únicamente por su culpa, por no haber
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