Un cuento eterno.

La habitación del hotel estaba decorada con pétalos de rosa, velas encendidas y una suave música de fondo.

Y la luz tenue de las velas danzaba suavemente en la habitación, iluminando los rostros de los recién casados con un brillo cálido y acogedor.

Ella lo miraba con ojos llenos de amor y deseo, su corazón latiendo fuertemente en su pecho mientras él se acercaba lentamente, con una sonrisa encantadora en sus labios.

Anaís estaba sintiendo mariposas en el estómago y Gerald también la miraba con amor y ternura, sus manos temblaban ligeramente al tomar las suyas, sintiendo la electricidad de su contacto.

Él la atrajo suavemente hacia sí, sintiendo cómo su cuerpo respondía de inmediato a su cercanía, anhelando sus caricias y sus besos. Acaricio suavemente su rostro y sus labios se encontraron en un beso dulce y apasionado, sus lenguas explorando con avidez el sabor y la textura del otro.

Ella suspiró contra sus labios, permitiéndose perderse en la calidez de su abrazo, en la seguridad
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