Rosas.

*Tres días después.*

Anaís llegó a la empresa, se sorprendió al ver que aún no llegaba su jefe, luego se recriminó internamente por estar pensando en él.

«No tienes por qué estar, pensando en ese ser tan engreído».

Se cambió la ropa, su uniforme lo amó, ya que no era un diseño tan feo como se lo había imaginado.

Un par de horas después, una de las secretarias tocó la puerta del laboratorio.

—¡Adelante!

—Doctora, han dejado esto para usted.

Anaís, al girarse, se encontró con la sorpresa de un pequeño ramo de rosas rojas, con un sobre color dorado. En su interior sentía una alegría al pensar que fuera su amor anónimo; sí, tenía que admitir que le estaban haciendo falta esos detalles que siempre le llegaban a su trabajo o su casa en París. Aunque se preguntaba quién era, se había enamorado de él. Pero sintió tristeza cuando pensó que no sería su amor secreto.

—¿Quién me ha enviado eso?

—No lo sé, solo dijeron que es para usted, ya el chico de la encomienda se fue.

—Gracias.

Después de q
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