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Capítulo 4. La oportunista.

POV: William.

«Es una oportunista», pienso enfadado.

Una desilusión que no sabía podía sentir, me embarga. Tres años, tres malditos años visitando este lugar. Un mes. Un mes desde que decidí dar un paso. Uno que ahora, dudo que sea el correcto.

Ashley Moon, la chica que me trae embobado, no puedo determinar desde cuándo, es una oportunista. Me lo acaba de confirmar esa dichosa nota.

«¡Se busca un millonario!», recuerdo que decía. Con una letra fina, alargada y adornada con muchos colores, que muestra un carácter insuficiente e infantil.

Tal vez, ella no pretendía mostrar esa información, pero yo tuve la desdicha, o la dicha, de encontrarla. Gracias a ella misma pude evitarme muchos dolores de cabeza. Hasta hoy, pensaba que era una chica trabajadora y emprendedora. Por lo poco que conozco sobre ella, sus estudios y responsabilidades, no la creía ese tipo de mujer, pero me equivoqué. Al parecer, sus expectativas de vida, se basan únicamente en encontrar a alguien que le entregue lujos y le quite trabajos. Y ese, no seré yo.

«Hasta aquí llegó mi fascinación por ella».

—Ricardo, nos vamos —digo con enfado a mi chófer.

Sin esperarlo, abro la puerta trasera del auto y me subo.

—Enseguida, señor —responde él y, en pocos segundos, salimos del lugar.

En el camino, durante toda la media hora que dura el traslado hasta la ciudad, no dejo de pensar en ella. A pesar de todo, no soy capaz de olvidar su rostro mientras estábamos cerca, el brillo esperanzador en su mirada, la energía crepitante flotando entre nosotros. Pero todo se sintió frío cuando le entregué ese mensaje, cuando su hermoso y delicado rostro mostró una pena profunda. Sé que fue algo bajo lo que hice, al darle una excesiva propina por sus supuestos servicios de mensajería de forma tan déspota. No debería haber sido tan imbécil, pero me frustraron tanto sus ambiciones que no pude evitar darle una lección.

Sus ojos color café, los más sinceros que hasta el momento había tenido la oportunidad de disfrutar, me demostraron que nada es lo que parece.

—Llegamos, señor. —Ricardo interrumpe mis pensamientos y yo reacciono. Miro por la ventanilla y veo el complejo de apartamentos donde vivo.

Sacudo mi mente para despejarme y me bajo del auto cuando el chófer abre mi puerta. Una ligera llovizna cae sobre nosotros y yo apuro el paso para no mojarme. Cuando entro al edificio, sacudo las solapas de mi chaqueta mientras saludo al guardia. Sin más, me dirijo al ascensor y en el panel, coloco la llave para que me lleve directo a mi apartamento en el último piso, el 32.

El penthouse donde vivo es, si me preguntan, el mayor logro de todos. O por lo menos, el que más significado tiene para mí. Desde que tengo uso de razón, recuerdo que soñaba con vivir en un lugar así. Un lugar mío.

«Y lo logré», pienso satisfecho, mientras las puertas se abren y entro a lo que considero mi hogar.

Me costó trabajo llegar hasta aquí. Aunque ahora se me considere como uno de los hombres más ricos de la ciudad y también, de todo el país, no niego ni oculto mis verdaderos orígenes. Estoy orgulloso de ser quien soy y de todo lo que aprendí cuando era un don nadie. Mis padres, trabajaron toda su vida para darme la oportunidad de ganarme un futuro. Mis hermanos y yo, fuimos más que bendecidos con la familia que nos tocó. Todos luchamos. Todos cumplimos metas. Todos logramos cambiar nuestra vida, por una más confortable, más fácil.

Y no es que el trayecto haya sido fácil, porque nada que ver. Lo sencillo llega cuando se ha forjado todo un imperio. Cuando cada uno de los O' Sullivan completó sus sueños por separado, para luego unirlos en uno solo.

O' Sullivan Enterprises es nuestro mayor logro; la respuesta a tanto sacrificio entregado por nuestros padres, que hoy en día, se pueden dar el lujo de vivir como quieren. Para eso, nosotros, sus hijos, estamos trabajando.

—Bienvenido, señor —exclama con voz cantarina Martha, el ama de llaves, cuando me ve llegar. La pequeña mujer, rechoncha y con sonrisa amable, es mi mano derecha en cuestiones de hogar.

—Buenas tardes, Martha —devuelvo el saludo con una sonrisa—. ¿Ya está...?

—Sí, señor —interrumpe ella la pregunta que pretendía hacerle—. Ya está todo listo para la cena de hoy con sus familiares.

Agradezco con una sonrisa y un gesto de la cabeza. Me dirijo primero hacia mi despacho, para dejar el portafolio y luego, voy hasta la habitación. Por seguir mi rutina de cada día, estoy atrasado; mis padres y mis hermanos deben llegar en menos de una hora. No es que tenga que hacer mucho, pero me gusta revisarlo todo cuando tengo invitados.

Tomo un baño de agua fría, pero ni el efecto de esta en mi piel, puede llevar mis pensamientos lejos de la chica. Me causa tanta impresión este descubrimiento, porque de verdad, no creía que fuera de ese tipo de personas. Su amiga sí, tiene pinta de eso. Y no es que esté juzgando sin conocer a mi supuesta cita de mañana, es que a la morena de ojos verdes se le nota hasta en la voz, que está acostumbrada a vivir en los lujos. Solo me bastó una mirada, para darme cuenta.

Y ahora, por molestar a Ashley y darle una lección, tendré que cumplir mi palabra e invitar a salir a su amiga; porque mi intención no era invitar a su amiga, sino a ella.

Resoplo, irritado, cuando soy consciente del problema en que yo mismo me he metido. Pero ahora no puedo quedar mal, además, de que un pedacito bien pequeñito dentro de mí, quiere seguir molestando a la rubia de ojos café.

Salgo del baño y escucho mi teléfono sonar. Con una toalla envuelta en mis caderas, atravieso la habitación hasta dónde dejé colgada la chaqueta. En uno de los bolsillos, encuentro mi teléfono y al sacarlo, una bola de papel cae al suelo.

—Diga —respondo, sin mirar quién es, tan ensimismado observando el papel que me tiene tan alterado.

—Eh... —escucho la voz de una mujer, pero no dice nada más.

—Oigo, ¿quién habla? —repito, para ver si reacciona.

—Hola, soy Steph —dice, ahora con una voz más segura y decidida, que no creo haya sido la misma voz del principio—. Tu cita de mañana.

Y… justo acaba de explotarme en la cara mi metida de pata.

—Umm, ¿vale? —pregunto, porque no sé cómo reaccionar.

—Mi amiga Ash me dejó tu mensaje y pensé en llamarte, para saber, tú sabes, lo que haremos. A dónde iremos, que debo ponerme, si me recogerás, a qué hora, si pue....

—Mira, mira, creo... —interrumpo su diatriba, porque en solo un segundo me volvió loco. Pellizco el puente de mi nariz y tomo una respiración profunda, antes de añadir—: Ahora no puedo responderte porque estoy ocupado, ¿este es tu número?

Escucho silencio del otro lado de la línea, pero luego su chillona voz me confirma mi pregunta.

—Sí, lo es —murmura, con una risita que me hace pensar que esta chica está un poco loca.

—Vale, te mando un mensaje con todos los detalles —continúo y rasco mi cabeza, intentando pensar en algo que me saque de este lío.

—Mejor me llamas, no importa que sea tarde —interrumpe ella, con voz divertida—. Estaré esperando. ¡Bye!

—Ok —respondo, pero un pitido del otro lado me informa que ha colgado.

«Joder, que intensa».

Miro el teléfono sin entender nada. Me llama para ponerse de acuerdo conmigo y luego me cuelga. Espero que no sea una de esas estrategias de artículos de revistas, donde marcan y cuelgan solo para llamar la atención. Eso sería lo último.

«Al parecer me arrepentiré mucho de haber sido tan impetuoso», pienso, resignado con mi nueva situación.

Lo que me recuerda...

Me agacho, para recoger la bola de papel a mis pies. Lo abro y siento otra vez mi sangre hervir. Pero ahora también, siento un ligero pinchazo en el pecho; una sensación que me pone un poco incómodo. Ruedo los ojos, porque tengo que dejar de sentirme así por culpa de alguien que no vale la pena. Mi obsesión con ella debería acabarse, pero ahora es peor, porque me dan ganas de hacerle una propuesta indecente. Todo puede quedarse en un simple disfrute, una noche que me haga olvidar todas esas tonterías que pensaba podía vivir con ella. Una noche nada romántica, pero sí emocionante; con ella debajo de mí y gimiendo mi nombre. Luego, que se busque por otros medios con quién cumplir sus expectativas de conseguir un millonario.

El timbre suena y yo me sobresalto; maldigo en voz baja porque, por estar pensando en quien no debo, no he comenzado a vestirme y no pude verificar los arreglos para la cena de hoy.

Más frustrado que antes, me niego a consolidar mi última idea. A la larga, esa mujer traerá problemas a mi vida; ya me tiene de cabeza y ni siquiera, la he dejado entrar.

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