Paolo frunció el ceño al ver las rejas abiertas. Apresuró el pasó con un mal presentimiento. Loredana nunca se habría olvidado de cerrarlas, algo más debía de estar pasando. Usó las llaves que ella le había dado para abrir la puerta y entró. Su visión se tornó roja en cuanto vio a Aurelio sobre Loredana. Ambos estaban sobre el sofá y él la estaba besando. Desde su posición no podía ver el rostro de Loredana. Tan solo un segundo la idea de que ella lo estuviera engañando se cruzó por su mente, pero la descartó de inmediato. Un gruñido escapó de sus labios antes de lanzarse a atacar a Aurelio. Lo tomó del hombro y le dio la vuelta, sin pensarlo dos veces le propinó un puñetazo. El hombre tuvo el descaro de sonreír. —Ella siempre fue mía —musitó Aurelio. Lo golpeó otra vez solo para borrarle la sonrisa. Él cayó en el suelo. Sus ojos se desviaron a Loredana y, al verla, terminó de perder el control. Tenía el labio partido, un moretón comenzaba a formarse en su mejilla y sus ojos esta
La enfermera llevó a Loredana hasta una de las habitaciones. Una vez allí la ayudó a cambiarse con una bata y le pidió que se acomodara sobre la cama. Luego la conectó a una maquina por medio de cables.Loredana se quedó con la mirada perdida pensando en lo que había sucedido. Todavía esperaba que todo se tratara de una pesadilla. Si Paolo no hubiera llegado cuando lo hizo, no estaba segura de cómo hubiera terminado las cosas. Se llevó la mano al vientre con la mano temblorosa.—Tranquila, todo está bien. Estás segura aquí —dijo la enfermera alcanzándole un pañuelo de papel.Ella la miró confundida, solo cuando algunas lágrimas cayeron sobre su mano se dio cuenta de que estaba llorando. Tomó el pañuelo y se limpió el rostro con cuidado. Aún sentía dolor en el lado que Aurelio la había golpeado.Agradecía a la mujer por tratar de consolarla, pero solo una persona podía hacerla sentir mejor en ese momento y ese era Paolo. —¿Cuánto tiempo le tomará a mi novio llenar los papeles?—No de
El silencio estaba volviendo loco a Paolo. No comprendía porque el doctor se estaba tomando tanto tiempo en darle una respuesta. Usualmente eso significaba malas noticias y eso lo ponía aún más nervioso. —¿Hay algo malo con ella? —preguntó tratando de obtener una respuesta cuanto antes.Después de todo lo que había pasado se sentía al borde. Ver el rostro de Loredana era un recordatorio constante de lo indefensa que la había encontrado y se prometió que nunca más dejaría que algo como eso sucediera.—No, para nada. Como le dije antes, las lesiones externas no son de gravedad.—Entonces ¿de qué se trata? —insistió.—Ordené una prueba de embarazo para su novia —explicó el doctor.—¿Prueba de embarazo?Miró a Loredana. Eso no era lo que estaba esperando escuchar.—Esta tarde antes de que Aurelio interrumpiera en mi casa, me di cuenta de que llevo algunos días de retraso.—¿Estás embarazada?Loredana se mordió el labio inferior.—Eso creo.—De hecho —intervino el doctor—, según los resu
Loredana soltó una carcajada cuando Paolo la levantó en brazos. Parecía que su única misión era impedir que hiciera cualquier tipo de esfuerzo. No es que se quejara, por el contrario, estaba disfrutándolo bastante.—Me vas a malacostumbrar si sigues así.—Esa es la idea.—Pero no es necesario que me cargues, puedo caminar.—Lo sé —dijo él sin detenerse. No parecía interesado en las miradas divertidas que le lanzaban sus hermanas. Para sus cuñados, sin embargo, no parecía nada fuera de lo común.Su padre tampoco lucía nada sorprendido. Es más, cualquiera podía decir que la mirada en sus ojos era de respeto.Los niños pasaron corriendo por sus costados, al llegar a la puerta saludaron a Anna y Angelina, que los esperaban, y desaparecieron.—Solo falta que te ponga dentro de una bola de hámster para protegerte del mundo.—No le des ideas, en estos momentos lo creo capaz de eso y mucho más —comentó con sorna.Anna soltó una carcajada.—Estoy feliz de que estés bien. —Ella miró a su hijo a
Paolo no se había sentido tan nervioso desde que estaba en la escuela. Ni siquiera cuando le tocó cerrar su primer trato importante, se había sentido así. Casi esperaba ponerse a hiperventilar en cualquier momento. Tenía un discurso preparado para la ocasión, pero no era capaz de recordar cómo empezaba. Si no fuera porque estaba tan tenso, era muy probable que se hubiera reído de sí mismo. Volvió a la realidad y sus ojos se encontraron con los de Loredana. Eso le dio el valor suficiente para empezar a hablar. —Loredana —empezó—, tuve bastante suerte el día en que te conocí, aunque quizás no lo supe en ese entonces. —Respiró profundo y continuó—: Eres la mujer con la que me imagino despertar todos los días. Te amo y amo la familia que estamos por comenzar. ¿Me harías el honor de convertirse en mi esposa? Loredana lo miró en completo silencio. Sus ojos se humedecieron y las lágrimas no tardaron en deslizarse por sus mejillas. Empezó a creer que ella diría que no cuando continuó sin
Paolo siguió al oficial a través de los pasillos. A cada paso se preguntaba qué demonios estaba haciendo allí, pero era muy tarde para darse la vuelta. Además, pese a sus dudas, sabía que era lo mejor.La última vez que había visto a Filippo, había sido muchos años atrás en el juicio llevado en su contra. Se había sentado en la última fila de la sala de tribunal y, mientras lo miraba, había pensado en lo mucho que lo odiaba.El tiempo había pasado y el sentimiento se había quedado grabado en él, así como su deseo de demostrar que era mucho mejor de lo que Filippo nunca había sido. Tantos años dejándose arrastrar por la ira. Había tenido que pasar mucho para comprender que no podía seguir viviendo de aquella manera.Estaba comenzando una nueva vida y quería que el pasado se quedara atrás. Dejar ir la culpa que lo ataba a Fiorella, había sido solo uno de los pasos. Ahora era el turno de enfrentarse a Filippo.—Espere aquí —ordenó el oficial que lo acompañaba. Se hizo a un lado y lo dejó
—Creo que me confunde con alguien más —dijo la mujer con calma—. Es un honor conocerlo al fin, señor Giordano. —Ella se acercó a Paolo con la mano extendida—. Mi nombre es Bibiana Testa, dueña de Beauty cosmetics. Paolo tardó algunos segundos en reaccionar y entender lo que la mujer le acababa de decir. Su cerebro parecía haber sufrido un cortocircuito. Observó a Bibiana en silencio. El parecido con Fiorella era increíble. El mismo color de cabello y de ojos y de piel. La misma pequeña nariz. Era como si su amiga de la infancia estuviera en frente a él, o al menos como creía que hubiera sido de haber podido llegar hasta esa edad. —El gusto es mío, señorita Testa —se las arregló para decir. Tomó su mano y la saludó sin quitarle los ojos de encima. Ella le dio una sonrisa demasiado dulce y otra vez se encontró recordando a su amiga. La situación se había tornado muy extraña. Todo en él le decía que se trataba de Fiorella, pero no podía ser. Su amiga llevaba muerta más de una década.
Loredana giró la cabeza hacia a la recién llegada con una sonrisa amable. De inmediato, perdió la sonrisa y abrió los ojos como platos. Sus ojos regresaron a Paolo. Él la miraba algo preocupado, pero para nada sorprendido y debería de estarlo. Delante de ellos estaba una mujer que solo había visto en fotos. Aunque lucía mayor que en aquellas imágenes, habría jurado que eran la misma persona de no ser porque se suponía que estaba muerta.Una sola pregunta le vino a la mente: ¿Qué demonios estaba sucediendo?Paolo se levantó y saludó a la recién llegada con cordialidad. No escuchó lo que se dijeron porque estaba demasiado absorta tratando de recuperarse del impacto.—Amor, ella es Bibiana Testa. Dueña de Beauty Cosmetics —presentó Paolo—. Señorita Testa, ella es Loredana, mi prometida.Loredana reconoció el nombre de la empresa y poco después el nombre de la mujer. Bibiana. No Fiorella. Incluso con esa nueva información, le tomó tiempo superar la sorpresa inicial.Se puso de pie para sa