Capítulo 2

Siempre supe que nadie en la manada me respetaba como su Luna, pero hasta ahora, nadie excepto Lisa había tenido el valor de faltarme el respeto en mi cara. 

Por lo general, murmuraban y se reían de mí a mis espaldas, pero no se atrevían a ponerme las manos encima.

Pero eso cambió en el momento en que Lisa les dio a los guerreros una orden que no sabía que cambiaría mi vida para siempre...

—¿¡Qué estás haciendo!? ¡No pueden hacer esto! —grité mientras luchaba por liberarme de la fortaleza de los guerreros cuyas manos me aplastaban el hombro mientras intentaban sacarme de la cocina.

Mis luchas fueron inútiles, por supuesto.

Los guerreros me sacaron de la cocina como si fuera un papel liviano, a pesar de mis gritos de protesta.

—¿Qué planean hacer conmigo? —me pregunté si me estaban secuestrando, pero rápidamente solté otra pregunta—. ¿Qué te da derecho a tocarme? ¡Pertenezco a alfa y él querría tu cabeza por poner tus manos sobre mí!

Lisa se rió histéricamente. Les hizo una seña a los guerreros e hicieron una pausa por un minuto, mostrando su rostro deformado ante el mío. 

—¿De verdad crees que significas algo para él? Él te desprecia, perra, y todos lo hacemos...

Esas eran noticias viejas.

—Dime algo que no me hayas dicho antes, Lisa. ¿Qué te da derecho a tratarme como a una simple esclava?

No estaba tan segura de poder manejar la respuesta que daría Lisa, pero ¿qué diablos estaba pasando?

—¿Te refieres a quién me dio el derecho, eh? —me corrigió Lisa, enfatizando el "quién" como si estuviera tratando de demostrar algo.

En realidad, lo era.

Mi corazón se encogió de repente al darme cuenta de que solo había una persona que podía darles ese derecho a Lisa y a los guerreros. Pero él no lo haría.

—Alfa quiere que te vayas del castillo. Ordenó que te sacara, Luna. 

—Y para que quede claro, no eres más que una simple esclava, Luna —dijo Lisa, con un tono burlón.

Mi corazón dio un vuelco, en ese instante sentí el mundo derrumbarse ante mis pies. 

Al menos eso fue lo que pensé que me estaba pasando mientras los guerreros volvían a sacarme del castillo. 

Aunque sus palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez, se me hizo difícil luchar contra los guerreros.

¿Alfa Rastus quería que me fuera?

¿Por qué? ¿Por qué haría eso?

Sabía que no me amaba, pero aun así me necesitaba. Necesitaba nuestro vínculo para seguir siendo el alfa más fuerte y uno de los más prometedores de nuestro mundo.

Aunque me hice algunas preguntas para entender la situación, no pude. Así que le hice otra pregunta a Lisa justo cuando me arrastraban a la entrada del castillo: 

—¿A dónde me llevas?

Nina me miró brevemente. —Adonde perteneces. Donde realmente perteneces —murmuró.

Su respuesta tenía como objetivo burlarse y destrozarme aún más, pero desafortunadamente para Lisa, ni siquiera yo sabía a dónde pertenecía sin alfa Rastus.

El miedo y la curiosidad que recorrieron mi cuerpo se intensificaron cuando Lisa dio órdenes a algunos de los sirvientes que estaban afuera del castillo, esperando presenciar mi caída en desgracia.

—¿Por qué están ahí parados? Entren y saquen toda la basura que posee.

Me subió la bilis a la garganta, pero la reprimí. 

Me costaba no llorar. Me escocían los ojos y el hecho de que algunos miembros de la manada me estuvieran observando no ayudaba. 

Me sentía avergonzada. Que me sacaran a rastras del hogar de mi pareja de esa manera no era nada menos que una vergüenza.

—¿Por qué dejaste que me hicieran esto?

Esa pregunta era para mi compañero, pero me la hice a mí misma, con lágrimas en los ojos. 

Dejé que mi mirada se dirigiera al suelo y ya no luché con los guerreros. 

Perdí la voluntad de luchar, la tristeza se apoderó de mi cuerpo como si hubiera sido creada para ser parte de mí.

El alfa Rastus del que me enamoré no dejaría que nadie me tratara así. Solía ser un amor, una persona de buen corazón.

Hace cinco años, cuando tenía apenas dieciséis años, alfa Rastus les gritó a algunos de mis acosadores: "La tratarán con respeto a menos que deseen morir"

En aquel entonces, él era el príncipe alfa y siempre me defendió a pesar de que yo era la sirviente sin raíces ni loba de la manada. 

Me enamoré de ese chico de dieciocho años, pero claramente, el alfa Rastus ya no era ese chico.

Conteniendo las lágrimas, solo pude preguntarme qué había cambiado.

Como si fuera un saco de estiércol, me arrojaron a una de las celdas de calabozo donde era encerrados los criminales. 

—¿¡Qué hago aquí!? —pregunté llena de ansiedad.

Estaba perdida en mis pensamientos que ni siquiera me di cuenta de que Lisa ya no estaba con nosotros hasta ahora.

—Es donde has pertenecido siempre. —Uno de los guerreros, el más alto de los dos, respondió con brusquedad, sus ojos brillaron con picardía mientras recorrían mi cuerpo—. Tú y yo podríamos divertirnos un poco, ¿sabes? Ya que alfa ha terminado contigo. Sabes que siempre he querido sentir esas mejillas tuyas...

El guerrero siguió parloteando. Ni siquiera lo conocía... ¿Cómo iba a saber qué tenía esos pensamientos sobre mí? ¿Su supuesta Luna?

El segundo guerrero se rió entre dientes. —Entonces debería darles algo de privacidad a ambos.

—¡NO! ¡NO TE VAYAS! —grité, asustada por mí misma mientras mis ojos se desviaban de un rincón a otro. 

—¡Oh! ¿Quieres que me quede? Ella quiere que me una a la diversión, Leo. ¿Quién iba a decir que Luna era una perra pervertida? —replicó de forma divertida el segundo guerrero, cuyo nombre no conocía.

El guerrero más alto, que debe ser Leo, se rió a carcajadas. —Es bueno que el alfa ya no la quiera, Mateo, porque yo la deseo tanto...

—¡Quiero ver al Alfa, AHORA! —grité con miedo y lágrimas corriendo por mi rostro.

Leo y Mateo comenzaron a dar pasos hacia mí, sus lenguas rodando sobre sus labios y sus ojos oscureciéndose con lo que sabía que era deseo. 

Con cada paso que daban hacia adelante, yo daba tres hacia atrás, pero sabía que no tenía a dónde correr.

—Pero alfa no quiere verte. Es una pena —Mateo dijo finalmente.

Mi corazón se llenó de dolor y rabia. Esas dos emociones se confabularon entre si mientras me limpiaba la cara con fuerza, deshaciéndome de las lágrimas que me traicionaban y que habían estado rodando por mi rostro. 

—¡Aléjate! ¡Aléjate de mí! —grité, odiando lo débil e inútil que me sentía por no poder transformarme y defenderme.

Los guerreros se acercaron a mí y, mientras yo estaba atrapada entre sus cuerpos apestosos y la pared lisa de la habitación, se rieron entre dientes y extendieron los brazos hacía mí. 

Cerré los ojos, esperando lo peor que pudiera pasar, mientras las lágrimas brotaban de mis ojos.

Mira a lo que me has sometido, Rastus... ¿Cómo pudiste? ¿Qué hice yo para merecer...?

—¿Qué creen que están haciendo? —gritó una voz familiar a los guerreros cuando la puerta se abrió.

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