Siempre supe que nadie en la manada me respetaba como su Luna, pero hasta ahora, nadie excepto Lisa había tenido el valor de faltarme el respeto en mi cara.
Por lo general, murmuraban y se reían de mí a mis espaldas, pero no se atrevían a ponerme las manos encima.
Pero eso cambió en el momento en que Lisa les dio a los guerreros una orden que no sabía que cambiaría mi vida para siempre...
—¿¡Qué estás haciendo!? ¡No pueden hacer esto! —grité mientras luchaba por liberarme de la fortaleza de los guerreros cuyas manos me aplastaban el hombro mientras intentaban sacarme de la cocina.
Mis luchas fueron inútiles, por supuesto.
Los guerreros me sacaron de la cocina como si fuera un papel liviano, a pesar de mis gritos de protesta.
—¿Qué planean hacer conmigo? —me pregunté si me estaban secuestrando, pero rápidamente solté otra pregunta—. ¿Qué te da derecho a tocarme? ¡Pertenezco a alfa y él querría tu cabeza por poner tus manos sobre mí!
Lisa se rió histéricamente. Les hizo una seña a los guerreros e hicieron una pausa por un minuto, mostrando su rostro deformado ante el mío.
—¿De verdad crees que significas algo para él? Él te desprecia, perra, y todos lo hacemos...
Esas eran noticias viejas.
—Dime algo que no me hayas dicho antes, Lisa. ¿Qué te da derecho a tratarme como a una simple esclava?
No estaba tan segura de poder manejar la respuesta que daría Lisa, pero ¿qué diablos estaba pasando?
—¿Te refieres a quién me dio el derecho, eh? —me corrigió Lisa, enfatizando el "quién" como si estuviera tratando de demostrar algo.
En realidad, lo era.
Mi corazón se encogió de repente al darme cuenta de que solo había una persona que podía darles ese derecho a Lisa y a los guerreros. Pero él no lo haría.
—Alfa quiere que te vayas del castillo. Ordenó que te sacara, Luna.
—Y para que quede claro, no eres más que una simple esclava, Luna —dijo Lisa, con un tono burlón.
Mi corazón dio un vuelco, en ese instante sentí el mundo derrumbarse ante mis pies.
Al menos eso fue lo que pensé que me estaba pasando mientras los guerreros volvían a sacarme del castillo.
Aunque sus palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez, se me hizo difícil luchar contra los guerreros.
¿Alfa Rastus quería que me fuera?
¿Por qué? ¿Por qué haría eso?
Sabía que no me amaba, pero aun así me necesitaba. Necesitaba nuestro vínculo para seguir siendo el alfa más fuerte y uno de los más prometedores de nuestro mundo.
Aunque me hice algunas preguntas para entender la situación, no pude. Así que le hice otra pregunta a Lisa justo cuando me arrastraban a la entrada del castillo:
—¿A dónde me llevas?
Nina me miró brevemente. —Adonde perteneces. Donde realmente perteneces —murmuró.
Su respuesta tenía como objetivo burlarse y destrozarme aún más, pero desafortunadamente para Lisa, ni siquiera yo sabía a dónde pertenecía sin alfa Rastus.
El miedo y la curiosidad que recorrieron mi cuerpo se intensificaron cuando Lisa dio órdenes a algunos de los sirvientes que estaban afuera del castillo, esperando presenciar mi caída en desgracia.
—¿Por qué están ahí parados? Entren y saquen toda la basura que posee.
Me subió la bilis a la garganta, pero la reprimí.
Me costaba no llorar. Me escocían los ojos y el hecho de que algunos miembros de la manada me estuvieran observando no ayudaba.
Me sentía avergonzada. Que me sacaran a rastras del hogar de mi pareja de esa manera no era nada menos que una vergüenza.
—¿Por qué dejaste que me hicieran esto?
Esa pregunta era para mi compañero, pero me la hice a mí misma, con lágrimas en los ojos.
Dejé que mi mirada se dirigiera al suelo y ya no luché con los guerreros.
Perdí la voluntad de luchar, la tristeza se apoderó de mi cuerpo como si hubiera sido creada para ser parte de mí.
El alfa Rastus del que me enamoré no dejaría que nadie me tratara así. Solía ser un amor, una persona de buen corazón.
Hace cinco años, cuando tenía apenas dieciséis años, alfa Rastus les gritó a algunos de mis acosadores: "La tratarán con respeto a menos que deseen morir"
En aquel entonces, él era el príncipe alfa y siempre me defendió a pesar de que yo era la sirviente sin raíces ni loba de la manada.
Me enamoré de ese chico de dieciocho años, pero claramente, el alfa Rastus ya no era ese chico.
Conteniendo las lágrimas, solo pude preguntarme qué había cambiado.
Como si fuera un saco de estiércol, me arrojaron a una de las celdas de calabozo donde era encerrados los criminales.
—¿¡Qué hago aquí!? —pregunté llena de ansiedad.
Estaba perdida en mis pensamientos que ni siquiera me di cuenta de que Lisa ya no estaba con nosotros hasta ahora.
—Es donde has pertenecido siempre. —Uno de los guerreros, el más alto de los dos, respondió con brusquedad, sus ojos brillaron con picardía mientras recorrían mi cuerpo—. Tú y yo podríamos divertirnos un poco, ¿sabes? Ya que alfa ha terminado contigo. Sabes que siempre he querido sentir esas mejillas tuyas...
El guerrero siguió parloteando. Ni siquiera lo conocía... ¿Cómo iba a saber qué tenía esos pensamientos sobre mí? ¿Su supuesta Luna?
El segundo guerrero se rió entre dientes. —Entonces debería darles algo de privacidad a ambos.
—¡NO! ¡NO TE VAYAS! —grité, asustada por mí misma mientras mis ojos se desviaban de un rincón a otro.
—¡Oh! ¿Quieres que me quede? Ella quiere que me una a la diversión, Leo. ¿Quién iba a decir que Luna era una perra pervertida? —replicó de forma divertida el segundo guerrero, cuyo nombre no conocía.
El guerrero más alto, que debe ser Leo, se rió a carcajadas. —Es bueno que el alfa ya no la quiera, Mateo, porque yo la deseo tanto...
—¡Quiero ver al Alfa, AHORA! —grité con miedo y lágrimas corriendo por mi rostro.
Leo y Mateo comenzaron a dar pasos hacia mí, sus lenguas rodando sobre sus labios y sus ojos oscureciéndose con lo que sabía que era deseo.
Con cada paso que daban hacia adelante, yo daba tres hacia atrás, pero sabía que no tenía a dónde correr.
—Pero alfa no quiere verte. Es una pena —Mateo dijo finalmente.
Mi corazón se llenó de dolor y rabia. Esas dos emociones se confabularon entre si mientras me limpiaba la cara con fuerza, deshaciéndome de las lágrimas que me traicionaban y que habían estado rodando por mi rostro.
—¡Aléjate! ¡Aléjate de mí! —grité, odiando lo débil e inútil que me sentía por no poder transformarme y defenderme.
Los guerreros se acercaron a mí y, mientras yo estaba atrapada entre sus cuerpos apestosos y la pared lisa de la habitación, se rieron entre dientes y extendieron los brazos hacía mí.
Cerré los ojos, esperando lo peor que pudiera pasar, mientras las lágrimas brotaban de mis ojos.
Mira a lo que me has sometido, Rastus... ¿Cómo pudiste? ¿Qué hice yo para merecer...?
—¿Qué creen que están haciendo? —gritó una voz familiar a los guerreros cuando la puerta se abrió.
A tiempo para salvarme justo cuando sentí los dedos callosos de Mateo y Leo sobre mí.Desafortunadamente, la voz que me salvó no fue la de alfa Rastus. Cuando abrí los ojos de nuevo, no vi a mi compañero furioso con los guerreros. En cambio, vi a la jefa de servicio, parada en la silla con sus ojos disparando dagas a los guerreros. —¡¿Perdieron la cabeza?! ¿Quieren que los arrastre por el infierno con sus bolas incontrolables? —Lisa gritó enojada.Uno habría pensado que ella se preocupaba por mí mientras gritaba a los dos hombres que estaban a punto de agredirme y abusar sexualmente de mí.Sin decir ni mirar, Mateo y Leo salieron corriendo de la habitación. Me limpié la cara de nuevo y preparé mi mente para más.Lisa simplemente sacudió la cabeza antes de estirar su mano derecha hacia adelante, revelando una pila de papeles.—Esto es para ti. Haz lo necesario y devuélvemelo.Junto con los papeles también me dio un bolígrafo.Fruncí el ceño y la curiosidad se apoderó de mi mente mie
La conocía.Aunque todavía no había visto su rostro, ya que estaba encerrada en los brazos de mi compañero y me daba la espalda mientras su rostro recibía el amor del hombre suponía que era mío, el hombre que no me dio ni un beso en la mejilla a pesar de estar casada y emparejada con él durante los últimos tres años.Primera vez que entré a su oficina y esto fue lo que vi. ¿Eh?El familiar cabello rubio largo y brillante fue suficiente para permitir que mi yo desplomado supiera que la mujer en los brazos de mi compañero no era otra que la princesa Larisa Wellington.Su exnovia.Mis labios temblaban, todo mi cuerpo se sacudía mientras cada parte de mi corazón ya destrozado se rompía en pequeños pedazos y mis ojos hinchados se llenaban de lágrimas calientes una vez más. No solía ser una llorona, aunque todos a mi alrededor pensaban que lo era, pero ¿cómo podía dejar de llorar cuando estaba presenciando el final de mi vida?¡Diablos! Nunca me había besado.Nunca había tenido la oportuni
Yo había querido toda su atención y ahora que me la estaba dando, no quería nada más que correr en dirección contraria.—¿¡Cómo te atreves a intentar romper el vínculo que compartimos, mujer!? —preguntó de nuevo.—¿No es eso lo que quieres? —pregunte con voz temblorosa.—¿¡Quién eres tú para decidir lo que quiero o incluso cuestionarlo!? —gritó alfa Rastus en mi cara, haciendo que mi cuerpo temblara como si estuviera siendo enterrada en hielo.Mi mente no lograba comprenderlo. Tampoco podía encontrar una respuesta porque me estaba confundiendo.Romper el vínculo era necesario si quería estar con Larisa y si quería que yo me fuera. Entonces, ¿por qué estaba...?—¡Guerreros! —gritó alfa a los hombres que estaban fuera de su oficina y dos de ellos entraron corriendo, cayendo de rodillas para evitar enfrentarse a su furia—. Agarrad a esta mujer insolente, devolvedla a donde pertenece y dejadme advertiros... —Los guerreros podían sentir su ira en sus huesos, aunque la ira de alfa Rastus es
AGNES-—No.Dejé escapar esa palabra a pesar de saber que solo avivaría su ira.Él podía enojarse, pero yo tenía derecho a decirle que no. Había terminado con él. Había terminado de darle cada parte de mí sin pedirle partes de él a cambio. Había terminado de amarlo con todo mi ser, aunque mi corazón se resistiera a esa idea.Había terminado de esperar algo de él.—¿¡Qué fue eso!? —exclamo, con voz baja y desafiante.Inhalé con fuerza y me resultó difícil repetir esa única palabra. Aparté la mirada y me alejé unos pasos de él y de la colchoneta vieja. Queria rescatar un poco de dignidad para mí.—¡¿Necesitó que lo repita, mujer?! —gruñó con impaciencia y casi salté de mi propia piel cuando infundió miedo en mi torrente sanguineo.Empezó a quitarse la camisa sin importarle yo y, enojado, siseó, con sus ojos quemándome la cara: —¡Quítate la ropa!Eso fue una orden.—No lo haré —respondí con voz temblorosa—. Si quieres sexo, consíguelo de la mujer que te apasiona. Ya no soy tu esposa y,
Los siguientes días transcurrieron como un borrón.Para mi gran alivio y consternación, alfa Rastus no volvió a tortúrame.Tampoco tenía energía para hacer nada.Por lo general, mis comidas me las traían los sirvientes que empujaban mi bandeja de comida casi repugnante a través del espacio que al despertarme encontraba debajo de la puerta. El espacio era lo suficientemente grande para que la bandeja entrara y saliera de la habitaciónEstaba claro que había estado viviendo la vida de una prisionera, pero no me atrevía a rechazar a alfa Rastus y liberarme del tormento al que me estaba sometiendo. El miedo a lo que era capaz de hacerme si intentaba rechazarlo de nuevo seguía interponiéndose en mi camino... o tal vez tenía tanto miedo de perderlo como de no significar nada para él.Me perdí en mis pensamientos cuando la puerta del dormitorio se abrió, interrumpiendo mis pensamientos mientras la esperanza brillaba dentro de mí.—Alfa Rastus... —susurré, estúpidamente emocionada de que me
Me quedé acostada... en agonía.—¡Ayuda! —gemí por milésima vez, pero esta vez mí voz no era más que un susurro.En la madrugada por fin había logrado adormecerme, pero cuando desperté estaba sudando y toda la celda está llena por una bola de humo, fue entonces cuando me di cuenta que se estaba incendiando los calabozos.Grite por ayuda, pero, no hubo respuesta de ninguna alma. Mis ojos estaban hinchados y mi cuerpo ardía por el intenso e insoportable dolor.Era un nuevo día, el día en que Larisa seria coronada Luna de la manada Bosque Lunar.Parecía que todos estaban ocupados en la gran celebración. Mientras yo estaba a punto de ser consumida por llamas…. El aire dentro del calabozo era denso, asfixiante, y cada respiración me dejaba con la garganta ardiendo, como si estuviera tragando brasas. El humo, espeso y tóxico, ya me había hecho los ojos acuosos y la visión borrosa, y el calor era tan insoportable que mis ropas se sentían como si se estuvieran pegando a su piel.El sonido
—Si, niña. Lo sentí en ti en el momento en que entré en esta habitación. Es una pena que tu compañero, el padre de este niño, sea demasiado superficial como para percibir el crecimiento de su hijo —siseó Dakota cuando habló de alfa Rastus—. Puede que esté cegada por la rabia, pero eso no cambia el hecho de que estás embarazada, y que vivirás por el bien de ese niño.—Estoy embarazada madre... —susurré, saboreando esas palabras en mi lengua. Un sentimiento desconocido comenzó a extenderse desde la muerte de mi corazón destrozado y por un minuto, olvidé que se suponía que debía sentir dolor y ser miserable.Dakota me confirmó, sonriéndome: —Si, mi niña. Vas a ser madre.Y le devolví la sonrisa, la felicidad floreció en mi alma oscura y miserable.No recuerdo la última vez que fui tan feliz. ¡No! No, de verdad que sí. La última vez que fui extremadamente feliz fue el día que descubrí que el encantador Príncipe Alfa que me había salvado de los abusadores incontables veces era mi compa
Alfa Rastus…Sin previo aviso, mi corazón se apretó y mi respiración se entrecortó, lo que me hizo jadear de dolor y conmoción mientras el viento llevaba esas palabras de rechazo a mis oídos.... Te rechazo, alfa Rastus de la manada Bosque Lunar como mi compañero y Aafa.Sus palabras de rechazo.Los escuché en mi alma y sentí el impacto en mis huesos instantáneamente.El dolor recorrió mi cuerpo y diosa, odiaba la forma en que mi alma gritaba por perder su otra mitad, pero estaba furioso.—¿Estás bien? —preguntó Larisa, su voz sonaba muy lejana a pesar de que había estado a mi lado, aferrándose a mí desde que comenzó la fiesta—. Rastus —exclamó con lo que supuse que era preocupación genuina.—¡¿Cómo se atreve?! —grité ferozmente, ignorando a Larisa.Mi arrebato fue provocado por la rabia y el dolor que rápidamente se apoderaban de mi cuerpo y aunque todo era culpa de Agnes, terminé arruinando la fiesta.—¡Traedla ante mí! —grité órdenes a mis guerreros.No tuve que mencionar su nombre