129. Te juro que te disparo.

Los gritos de Sophie y James resonaban por la casa en lo que parecía una batalla campal que llegó hasta los oídos de los bebés, haciéndolos llorar.

Shirley, quien se había quedado a dormir esa noche en la habitación con los niños, no podía seguir ignorando el escándalo. Salió de la habitación para ver qué ocurría. El amor que antes sentía por James se había convertido en miedo, a pesar de seguir siendo su amante por conveniencia y, en cierto modo, para proteger a Sophie y a los niños, a quienes había cogido un cariño inesperado.

Al llegar al pasillo, se encontró con James, de pie frente a la puerta de una de las habitaciones de invitados, con el rostro enrojecido por la ira.

—¡Basta ya! —gritó Shirley—. ¿Qué está pasando aquí?

James la miró con desprecio y una mirada que era capaz de helar el mismo infierno.

—No te metas en lo que no te importa, Shirley —le espetó.

—¡Esto me importa! ¡Soy la niñera de tus hijos y no puedo permitir que trates así a su madre! —respondió Shirley con firm
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