—No, no estarás solo. Me olvidaba de que tienes a Sylvia.Dulcinea, con una sonrisa vacía, continuó:—Ese día, dijiste que volverías en una semana, pero estuviste fuera un mes. Estabas con Sylvia, ¿verdad? Si tanto la amas, ¿por qué no le das su lugar? ¿Por qué molestarte en decirme que me amas, que quieres pasar el resto de tu vida conmigo?—Pero ¿sabes algo? No quiero verte ni un segundo más.—Ojalá nunca te hubiera conocido.—El único inocente aquí es Leonardo. Me duele que tenga un padre biológico como tú… pero no importa, pronto no tendrán relación alguna. Lo daré en adopción a Ana y Mario. Estoy segura de que crecerá feliz y saludable con ellos.…Dulcinea dijo muchas cosas, cada palabra más dura que la anterior.Luis giró su rostro, sosteniendo su rostro demacrado con sus manos, de repente se volvió loco y la besó con desesperación, murmurando:—Leonardo es mi hijo, tú eres mi esposa, y eso no cambiará jamás.Él estaba desesperado por demostrarlo.Quería probar que ella seguía s
Pero al final, Luis no continuó.Se tumbó a su lado, acurrucándose junto a su frágil cuerpo, su voz llegaba desde el costado, ronca y casi sumisa:—Dulci, ¿podemos empezar de nuevo? No volveré a dejarte, no habrá nadie más, te dedicaré todo mi corazón. Todo lo que deseabas y amabas en tu juventud, te lo daré.—No me dejes, solo no me dejes.Dulcinea escuchaba, confundida…Decía que empezarían de nuevo, qué chiste, ¿cómo podrían empezar de nuevo?¡Nunca habían comenzado!Entre ellos solo había mentiras, engaños, y su amor juvenil no correspondido.Dulcinea yacía plana en la cama del hospital, su ropa estaba medio abierta, revelando su cuerpo extremadamente delgado, pálido bajo la luz, mostrando una frágil belleza.Quería cubrirse, pero no tenía fuerzas.Inútil.Sus ojos negros, desprovistos de vida, murmuraban:—La primavera pasó… el verano también está por terminar, en dos otoños, Leonardo debería empezar la escuela. Escuela… escuela… yo también debería haber continuado mis estudios.—
Luis sostuvo el cigarro, su mano se detuvo.Por un largo rato, con voz áspera, dijo:—¿No es compatible? ¿Cómo puede ser? ¿No son hermanos de sangre, cómo es que no es compatible?Catalina no pudo responder.Las sorpresas, en este mundo, ocurren todos los días.Luis no dijo nada más, simplemente se quedó quieto junto a la ventana, fumando su cigarro lentamente… Cuando terminó, dio instrucciones a Catalina con voz apagada:—Ahora, arregla una prueba de compatibilidad para mí.Catalina quedó atónita:—Señor Fernández, la probabilidad de éxito es muy baja.Luis, como si no la escuchara, desabrochó dos botones de su camisa, mirando su pecho, murmurando:—Somos marido y mujer, las personas más unidas en este mundo, mi… debería ser compatible, ¿no?Catalina pensó que se había vuelto loco:—Señor Fernández, debemos confiar en la ciencia.—Pero ahora, solo puedo confiar en el destino.—Dulcinea no tiene tiempo, no tiene tiempo para esperar un donante, no tiene tiempo para más… Su cuerpo está t
Pero él, él no quería que Dulcinea muriera, quería que se quedara con él.Ella había mencionado que quería estudiar.Así que irían a Ciudad BA, y cuando ella mejorara, podría volver a estudiar, cualquier cosa que la hiciera feliz.……Luis regresó al hospital al amanecer.Dulcinea estaba medio dormida.Él empujó la puerta de la habitación y caminó lentamente hasta su lado para sentarse.Al tomar su mano, ella se sobresaltó.Luis le dijo que no tuviera miedo, susurrando:—Dulci, sé buena, por favor vive. Si necesitas un trasplante de hígado, te daré el mío. Si necesitas un riñón, te daré uno también… Haré cualquier cosa por ti.—Dulci, ¿recuerdas cuando me llamabas amor?—¿Podrías llamarme así una vez más?……Las manos de Dulcinea estaban frías como el hielo,mirándolo, apenas susurró unas palabras:—Yo… no quiero nada.Tampoco quería llamarlo amor.La mirada de Luis se oscureció, acariciando suavemente su rostro con ternura obsesiva, dijo:—Sé que quieres morir, pero no lo permitiré… In
Ana, con lágrimas en los ojos, suplicó:—Hermano, pregúntale a Dulcinea si quiere quedarse. Al mantener la prisionera, ¿en qué se diferencia su vida de la mía antes? Hermano, te lo ruego, déjala libre. Si sobrevive, déjala cuidar de Leonardo, que viva su vida. Ya ha sufrido demasiado… Hermano, nunca te he pedido nada, por favor, hazlo por mí.Era la segunda vez que los hermanos discutían por Dulcinea.Luis quería mucho a Ana y no quería herirla, pero tampoco quería soltar a Dulcinea.Finalmente, colgó el teléfono y levantó la palanca.El helicóptero ascendió hacia el cielo azul…La figura de Ana se hizo más pequeña, ella seguía llamándolo:—Hermano, ¿lo has olvidado? Cuando saliste de la cárcel, ¿cuánto te dolió mi matrimonio? ¡Peleaste con Mario tantas veces! Pero cuando se trata de Dulcinea, ¿por qué no la valoras igual?—Hermano, no solo me duele Dulcinea, también me duele verte.—No quiero que te atrapes en un matrimonio sin amor. Lo de ustedes ya terminó, ella ya no te ama.—No te
Dulcinea de repente se volvió loca. Su emoción era desbordante.En sus ojos ya no había rastro de la ingenuidad y timidez de antes, solo quedaba un profundo resentimiento:—Luis, ¡ya no tengo nada! Mi hermano no puede mantenerse en Ciudad B, está prácticamente arruinado, y dices que te estoy castigando… Luis, ¡no te estoy castigando, estoy pagándote!—¡Una vida por la de Leonardo! ¡Mi vida por la de él!—¿Es suficiente? ¿Es suficiente?—¿Por qué debo seguir viviendo?—¿Por qué tengo que seguir viva si ya no tengo fe… Luis, ¿sabes lo que se siente tener el corazón pisoteado? ¿Sabes lo que es vivir cada día al borde del abismo? Siempre dices que has estado en la cárcel, ¡pero yo también he estado en una!—El primer año en Ciudad BA, por amarte, viví pendiente de tu estado de ánimo. Si me sonreías, mi día era maravilloso. Si estabas serio, además de sentir dolor, reflexionaba sobre qué había hecho mal. En ese amor, poco a poco, sentí que me asfixiaba.—Después supe que no era que estuvier
—¡Voy a llamar al médico!Luis se levantó, pero Dulcinea lo sujetó con una fuerza inesperada en sus dedos delgados y frágiles… Sus pupilas se habían dilatado y su mirada se perdía en el vacío.El cáncer de Dulcinea se había extendido a sus ojos; ya no podía ver.Fue repentino.Pero ella lo aceptó con calma.Una lágrima cayó sobre la mano de Luis, fría como el hielo…Ella le dedicó una sonrisa débil y con movimientos labiales, le dijo unas palabras:—Luis, ya no te amo.—Porque amarte ha sido demasiado doloroso, y esperar demasiado largo…*[Tres años antes, primer encuentro en Ciudad B]*Ese año, Dulcinea tenía 21 años y su hermano Alberto la protegía mucho.Estudiaba en la Academia de Bellas Artes de Ciudad B.Alberto estaba muy ocupado, su vida estaba llena de trabajo, y sus vacaciones las pasaba casi siempre viajando a Ciudad BA, porque se había enamorado de una mujer que no debía… ¡Ana!Había descuidado a Dulcinea.Ella vivía sola en un apartamento de 200 metros cuadrados, con dos s
Colocaron a la compañera en el asiento trasero, acostada.Dulcinea se sentó junto al hombre en la otra fila de asientos, dándole la espalda al chofer. El hombre dio unos golpecitos al frente y dijo con calma:—Vamos al hospital más cercano.—Sí, señor Fernández.El chofer asintió y arrancó el auto.Dulcinea, todavía aturdida, se dio cuenta de lo que pasaba y, medio arrodillada en la alfombra, agarró la mano de su compañera en estado de shock, susurrándole que aguantara…Luis se reclinó en el asiento.Con su peinado impecable y la camisa blanca manchada de sangre, seguía siendo impresionante.Sacó un cigarrillo de la cajetilla, pero no lo encendió, solo lo golpeaba suavemente mientras observaba a la joven confundida…Ella era aún más inocente de lo que había imaginado, como una conejita indefensa.Arrodillada en el suelo, su pequeño trasero levantado, y si tuviera una colita blanca sería adorable.Su piel era muy blanca, y sus piernas, al descubierto, eran tan translúcidas que un hombre