Capítulo 252
Cuando Mario se presentó impecablemente vestido, Ana aún estaba sentada en el lavabo, helada hasta los huesos.

Conocía el temperamento de Mario y sabía que él no la dejaría escapar fácilmente, pero si le preguntaban si se arrepentía, su respuesta sería... ¡no, no me arrepiento!

¡No había lugar para arrepentimientos!

En aquel momento, Mario la había llevado al límite, y ella no tenía la lucidez para mentir.

Frente a su desorden, Mario era la encarnación de la elegancia.

Apoyado en la pared opuesta, sostenía un cigarrillo blanco entre sus dedos largos.

El humo ascendía, difuminando sus miradas.

Con voz ronca, le preguntó: —¿Cuándo te enamoraste de él?

Ana, con su pijama desaliñado, se cubría tímidamente, pero eso no le proporcionaba calor alguno. Su rostro estaba pálido.

Tras una larga mirada a Mario, le respondió: —Fue cuando María fue atropellada. En ese momento, pensé en estar con él. Pero cuando María despertó... no pude seguir adelante con él. Mario, tú sabes mejor que nadie
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