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—Señorita Clark, permítame comprobar su temperatura, no tiene fiebre, me pregunto qué es lo que la pone tan nerviosa.

Se quedó mirándome con esos hermosos ojos que parecían un par de luceros, se acercó un poco más, los nervios me estaban ganando, el olor de su perfume me desagradaba, me daban ganas de salir corriendo al baño, pero lo estaba controlando.

—Señorita Clark, no soy médico, pero presiento que puede ser algo, permítame intentar hacer algo por usted, no se vaya a desmayar ni vaya a salir corriendo, por favor.

Se acercó un poco y empezó a desabrochar mi camisa, le pregunté que qué estaba haciendo, mi piel se había erizado y los nervios me estaban matando, me dijo que no me preocupara, que solo me haría un masaje, había descubierto mis hombros dejando mi camisa hasta la mitad de ellos.

Me pidió ponerme de lado y eso hice con su ayuda, empezó a masajear mi cuello, mi piel se había erizado a un punto que no comprendía, me estaba pareciendo algo de otro planeta.

El masaje que
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