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Capítulo 25; Anatomía del placer.

Samuel, tembló de pies a cabezas con solo mirarla, algo le gritó que corriera, que al entrar ya no podría dar un paso atrás, pero los hermosos ojos color miel de la pelicastaña lo atrajeron como la polilla a la luz.

Fue así como terminó dando los tres pasos que lo dejaron dentro del departamento, en cuanto la puerta se cerró tras él, Ámbar le rodeó el cuello, y se puso de puntillas para besarlo, de inmediato, las manos del sacerdote, reconocieron dónde debían ubicarse, fueron hasta su cintura y la atrajeron hacia él, con la respiración acelerada, ambos se miraron a los ojos un par de segundos, antes de que Ámbar uniera sus bocas... Samuel, quién resultó buen aprendiz, correspondió a aquel beso con más destreza que la última vez, la besó, de aquella manera tan íntima y deliciosa que lo estremecía hasta los cimientos, cuándo Ámbar gimió y deslizó la lengua dentro de la masculina boca del sacerdote, el hombre lanzó su propia lengua a la batalla, una danza de maravilloso placer...

Así, e
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