—Comprendo que debes irte pero, no imaginas cuánta falta me haces cuando te vas— Anibal, quién terminaba de ajustar su corbata frente al espejo, se giró hacia la cama, dónde Melina estaba acostada, envuelta en las sábanas, con el cabello despeinado, y los labios hinchados. Él sintió el deseo de desvestirse de nuevo y volver junto a ella, abrazar su cuerpo y quedarse a su lado. Melina se estaba volviendo en alguien muy importante para él, no podía explicar lo bien que lo hacía sentir—¿Podrás quedarte alguna vez?—Puedo intentarlo—le sonrió, acercándose a la jóven, era increíble como ella lograba despertar tantas sensaciones en su cuerpo, sensaciones que creía muertas ya.—realmente me gustaría quedarme es solo que...—No digas nada— sonrió y se levantó, colocándose de rodillas en la cama le hizo una señal para que se acercara, Anibal obedeció llegando hasta ella, se sentó a su lado. Melina le sonrió y acarició sus cienes planteadas... esas hebras de cabellos grises le hacían tan interes
Samuel, se acostó en su pequeña y austera cama, luego de largas horas de oración, buscando tranquilizar su abatida alma, y por más que lo intentaba no podía dejar de pensar en Ámbar, en sus hermosos ojos y en todo lo que había provocado en él, con su boca, en un solo día lo había arrastrado a un mar de sensaciones absolutamente desconocidas y muy placenteras. ¿Era aquello solo un pequeño abre bocas del inmenso placer que podía sentir una persona estando en pareja?Había ido a su casa con la intensión de hablar, pedirle que dejara de insistir y dejar claro que nada de aquello podía continuar. Por el contrario, había terminado cediendo a los deseos de su carne, había Sido débil frente a ella... frente al amor y el deseo que despertaba en su inexperto cuerpo. Batalló con las ganas que tenía de tomar su celular y llamarla, no, no debía hacerlo, además no sabía cómo interpretaría ella el que la llamara. Pero, tenía tantos deseos de al menos escuchar su voz. Sentía deseos de conversar con
Samuel, tembló de pies a cabezas con solo mirarla, algo le gritó que corriera, que al entrar ya no podría dar un paso atrás, pero los hermosos ojos color miel de la pelicastaña lo atrajeron como la polilla a la luz. Fue así como terminó dando los tres pasos que lo dejaron dentro del departamento, en cuanto la puerta se cerró tras él, Ámbar le rodeó el cuello, y se puso de puntillas para besarlo, de inmediato, las manos del sacerdote, reconocieron dónde debían ubicarse, fueron hasta su cintura y la atrajeron hacia él, con la respiración acelerada, ambos se miraron a los ojos un par de segundos, antes de que Ámbar uniera sus bocas... Samuel, quién resultó buen aprendiz, correspondió a aquel beso con más destreza que la última vez, la besó, de aquella manera tan íntima y deliciosa que lo estremecía hasta los cimientos, cuándo Ámbar gimió y deslizó la lengua dentro de la masculina boca del sacerdote, el hombre lanzó su propia lengua a la batalla, una danza de maravilloso placer...Así, e
Ante su mudez, Ámbar le rodeó el cuello para besarlo, se sentía ansiosa, necesitada de él, aquella clase de anatomía no había sido suficiente, ella necesitaba más, ansiaba más, necesitaba tenerlo por completo... Samuel, en cambio temblaba, debatiéndose entre la ansiedad y la indecisión, ante el deseo y la razón, caminando sobre la delgada línea que separaba la cordura y la ausencia de la misma.Ámbar lo besaba desesperada, mientras sus ansiosas manos se movían por el cuerpo de él, llegando a su virilidad palpitante y caliente, Samuel era delicioso, sólo bastaba un solo toque para encenderlo, encerraba dentro de él tanta pasión y era normal, para un hombre que aún no conocia el placer de hundirse en el paraíso femenino, un solo roce bastaba para encender su piel. —¿Cariño...?—le preguntó separándose de él, mirándolo fijamente a los ojos. —Si...—fué lo que se atrevió a decir mirando a aquellos ojos que lo enloquecían, incapaz de pronunciar mas palabras o admitir abiertamente que estab
Era ya muy tarde cuando Samuel regresó a la iglesia, llegó directo al altar donde se colocó de rodillas y avergonzado no podía elevar la mirada al Cristo crucificado que estaba allí, frente a él. —¡Padre!—gimió con voz ahogada —¡He pecado, he pecado contra tí, Dios mío!... no puedo contra ésto señor, el amor que siento por ella es más grande que mis fuerzas humanas, no puedo mentirte señor, la pasión que siento por ella me consume. He pecado señor pero, no estoy seguro de sentir arrepentimiento... debería estar flagelando mi carne, ansiando la expiación de mis culpas, pero... la amo Dios mío, amo a Ámbar y no sé si pueda vivir lejos de ella ...— sin poder controlarlas, las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas, parecía imposible poder sentirse tan dividido, tan feliz de haberla tenido entre sus brazos y tan culpable por haberle fallado a Dios. Ámbar por el contrario estaba disfrutando su sensación de plenitud, ella estaba en la gloria, no podía dejar de sonreír... ¡Había
Ámbar, sonrió con ternura.—¡Esa sonrisa!— gimió Amy— ¡realmente estás enamorada, Ámbar, y yo que creía que era solo deseo!—Han pasado muchas cosas desde la última vez que hablamos— volvió a sonreír— ciertamente todo comenzó como algo puramente carnal, ese deseo de tenerlo, pero... conocerlo más, ver lo inocente que es... resulta abrumador en cierto sentido, soy una mujer experimentada y por lo general me atraen hombres fuertes, seguros de su poder sexual, es algo que me transmiten y me engancha, pero con Samuel es diferente. Es su inocencia lo que me resulta tan tierno, verlo sonrojarse, ese pudor...—Un momento —intervino Melina— dices que lo haces ruborizar, ¿Has estado de traviesa diciéndole cosas cochinas al cura?—Ay Meli, insistía en qué me confesara, yo me negaba porque realmente no quería incomodar lo con lo que me hacía sentir, hasta que un día decidida a arriesgarme entré al confesionario y le conté de mi deseo, de mis sueños eróticos, de cómo me hacía sentir. —Pobre padr
—¡Ahora sí perdiste el juicio Ámbar!—gimió Jessie, mirándola a través de la pantalla— ¡No te lo puedo creer!—Nos amamos Jessie, no se trata únicamente de pasión. Nos amamos realmente, merecemos ser felices. —¡Pero es un sacerdote!— le dijo agitada. —Como si no lo supiera— rió.— es un hombre Jessie, el hombre que amo. No necesito nada más. —Ámbar, sé que dije que necesitabas acción, pero creo que te pasaste. —Jess, yo estoy feliz, él me hace feliz. Es lo único que debería importarte, eres mi mejor amiga.— le reprochó. —Y de verdad soy feliz con tu felicidad Ámbar, es solo que esto es un poco... extraño, turbio, eso se acostarte con un clérigo. —Es lo más normal del mundo, también es un hombre. ¡Y qué hombre, Jess!— dijo mordiéndose el labio inferior— resultó ser un excelente aprendiz, existe tal grado de excitación que un solo roce basta para encendernos a ambos— de inmediato se escuchó el sonido del celular. —una llamada. —Bien, yo debo ocuparme de algunas cosas que me encargó
Ámbar despertó sumamente emocionada, ansiaba el regreso de Samuel y esperaba darle el recibimiento que él se merecía. Salió de compras muy temprano, en busca de todo lo que necesitaría para realizar las recetas que busco por internet, volvió a casa en un taxi y cargada de bolsas de compras. Encendió el computador y se dedicó toda la mañana a preparar unos exquisitos platillos para recibirlo, se sentía muy feliz haciendo su maximo esfuerzo, en cocinar para él, era como gritarle lo especial que se habia vuelto para ella.Pasado el medio día, tenía todo listo, así como una buena botella de vino tinto enfriando, deseaba que todo fuese perfecto. Tomó una larga ducha y se puso un lindo vestido. Lindos zapatos de tacón y secó su cabello, dejó sus preciosos rizos sueltos, cayendo libres más allá de su media espalda. Serían poco más de las dos y treinta, cuándo el timbre sonó, Ámbar sonrió nerviosa mientras su corazón se aceleraba, se apresuró a abrir la puerta y si, allí estaba él, quería e