Ámbar contuvo una risita al observar el rostro del sacerdote, se sentía como una niña que acababa de ser pillada en una travesura, allí sentada sobre el regazo del hombre, aún con el sabor de su boca en los labios, y la excitación latente en su bajo vientre. —Ave María purísima...— nuevamente se escuchó, entonces Ámbar con cuidado de no hacer ruido se puso de pie y con un dedo sobre sus labios, le indicó a Samuel que guardara silencio. —¿Padre?...— Ámbar, se agachó, colocándose de rodillas frente a él, en un ambiente extremadamente reducido, debía agacharse para evitar ser vista, pero la verdad era que el espacio era diminuto, a penas y cabía, no lo pudo evitar, sonrió con picardía al imaginarse que podría estar en aquella posición... con finalidad diferente. —¿Padre, está usted bien?—Si, si hija... Sin pecado concebida — abrió la ventanilla para llevar a cabo la confesión, sintiendo que todo él temblaba... había pecado, él era quien necesitaba una confesión, había cedido a sus enca
—Te di mi palabra de que vendría, ¿Puedo... pasar?—Por supuesto —Ambar se hizo a un lado, para que el sacerdote entrara, cerró la puerta tras él, intentando controlar sus deseos de arrojarse y besarlo de nuevo, sintió como sus lábios hormigueaban, recordándole el deseo que él despertaba en ella. — aunque hayas dado tu palabra, lo dudé, realmente lo hice, y sé que quizás estuvo mal presionarte para obtener ese juramento, pero me alegra que estés aquí. Preparé algo delicioso, según yo —sonrió— Me gustaría que comieramos juntos. —Lo siento, pero eso no es posible. Cenaré en casa de mis padres. —Oh...bien...entonces tomemos asiento, por favor —Samuel asintió, nervioso, intentando batallar con la ansiedad que aquella situación le producía. Se sentaron en el mueble, uno junto al otro. —¿Quieres tomar algo?—No, estoy bien. Yo... Ámbar, quiero que entiendas que lo de hoy no puede repetirse. —la miró directamente a los ojos, como hipnotizado por su mirada.—¿Te refieres a que te acorrale e
Samuel estaba aturdido ante las palabras de ella, Ámbar estaba volviéndolo loco. Desvió su mirada abajo comprendiendo de lo que ella hablaba, aún así tenía la fuerte necesidad de salir huyendo de ella, antes de flaquear y lanzarse contra su boca o pedirle que siguiera besándolo, qué Dios lo perdonara pero le.gustaba demasiado la forma en la que ella la besaba y... todo lo que había hecho antes, el hecho de frotarse contra él... aquello lo había enloquecido, quería más, que Dios lo perdonara pero si quería más, su carne le pedía dejarse arrastrar y entregarse al pecado. —Yo... debo irme, como sea debo irme— respondió el hombre nervioso, moviéndose inquieto buscando aliviar la presión en sus pantalones. —Es obvio que no puedes salir así, imagínate si alguien llega a verte—sonrió traviesa— además el trayecto es largo... debe ser muy doloroso caminar con semejante erección— le dijo mordiéndose el labio inferior.— déjame hacer mi buena obra del día— argumentó mientras se arrodillaba fren
—Comprendo que debes irte pero, no imaginas cuánta falta me haces cuando te vas— Anibal, quién terminaba de ajustar su corbata frente al espejo, se giró hacia la cama, dónde Melina estaba acostada, envuelta en las sábanas, con el cabello despeinado, y los labios hinchados. Él sintió el deseo de desvestirse de nuevo y volver junto a ella, abrazar su cuerpo y quedarse a su lado. Melina se estaba volviendo en alguien muy importante para él, no podía explicar lo bien que lo hacía sentir—¿Podrás quedarte alguna vez?—Puedo intentarlo—le sonrió, acercándose a la jóven, era increíble como ella lograba despertar tantas sensaciones en su cuerpo, sensaciones que creía muertas ya.—realmente me gustaría quedarme es solo que...—No digas nada— sonrió y se levantó, colocándose de rodillas en la cama le hizo una señal para que se acercara, Anibal obedeció llegando hasta ella, se sentó a su lado. Melina le sonrió y acarició sus cienes planteadas... esas hebras de cabellos grises le hacían tan interes
Samuel, se acostó en su pequeña y austera cama, luego de largas horas de oración, buscando tranquilizar su abatida alma, y por más que lo intentaba no podía dejar de pensar en Ámbar, en sus hermosos ojos y en todo lo que había provocado en él, con su boca, en un solo día lo había arrastrado a un mar de sensaciones absolutamente desconocidas y muy placenteras. ¿Era aquello solo un pequeño abre bocas del inmenso placer que podía sentir una persona estando en pareja?Había ido a su casa con la intensión de hablar, pedirle que dejara de insistir y dejar claro que nada de aquello podía continuar. Por el contrario, había terminado cediendo a los deseos de su carne, había Sido débil frente a ella... frente al amor y el deseo que despertaba en su inexperto cuerpo. Batalló con las ganas que tenía de tomar su celular y llamarla, no, no debía hacerlo, además no sabía cómo interpretaría ella el que la llamara. Pero, tenía tantos deseos de al menos escuchar su voz. Sentía deseos de conversar con
Samuel, tembló de pies a cabezas con solo mirarla, algo le gritó que corriera, que al entrar ya no podría dar un paso atrás, pero los hermosos ojos color miel de la pelicastaña lo atrajeron como la polilla a la luz. Fue así como terminó dando los tres pasos que lo dejaron dentro del departamento, en cuanto la puerta se cerró tras él, Ámbar le rodeó el cuello, y se puso de puntillas para besarlo, de inmediato, las manos del sacerdote, reconocieron dónde debían ubicarse, fueron hasta su cintura y la atrajeron hacia él, con la respiración acelerada, ambos se miraron a los ojos un par de segundos, antes de que Ámbar uniera sus bocas... Samuel, quién resultó buen aprendiz, correspondió a aquel beso con más destreza que la última vez, la besó, de aquella manera tan íntima y deliciosa que lo estremecía hasta los cimientos, cuándo Ámbar gimió y deslizó la lengua dentro de la masculina boca del sacerdote, el hombre lanzó su propia lengua a la batalla, una danza de maravilloso placer...Así, e
Ante su mudez, Ámbar le rodeó el cuello para besarlo, se sentía ansiosa, necesitada de él, aquella clase de anatomía no había sido suficiente, ella necesitaba más, ansiaba más, necesitaba tenerlo por completo... Samuel, en cambio temblaba, debatiéndose entre la ansiedad y la indecisión, ante el deseo y la razón, caminando sobre la delgada línea que separaba la cordura y la ausencia de la misma.Ámbar lo besaba desesperada, mientras sus ansiosas manos se movían por el cuerpo de él, llegando a su virilidad palpitante y caliente, Samuel era delicioso, sólo bastaba un solo toque para encenderlo, encerraba dentro de él tanta pasión y era normal, para un hombre que aún no conocia el placer de hundirse en el paraíso femenino, un solo roce bastaba para encender su piel. —¿Cariño...?—le preguntó separándose de él, mirándolo fijamente a los ojos. —Si...—fué lo que se atrevió a decir mirando a aquellos ojos que lo enloquecían, incapaz de pronunciar mas palabras o admitir abiertamente que estab
Era ya muy tarde cuando Samuel regresó a la iglesia, llegó directo al altar donde se colocó de rodillas y avergonzado no podía elevar la mirada al Cristo crucificado que estaba allí, frente a él. —¡Padre!—gimió con voz ahogada —¡He pecado, he pecado contra tí, Dios mío!... no puedo contra ésto señor, el amor que siento por ella es más grande que mis fuerzas humanas, no puedo mentirte señor, la pasión que siento por ella me consume. He pecado señor pero, no estoy seguro de sentir arrepentimiento... debería estar flagelando mi carne, ansiando la expiación de mis culpas, pero... la amo Dios mío, amo a Ámbar y no sé si pueda vivir lejos de ella ...— sin poder controlarlas, las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas, parecía imposible poder sentirse tan dividido, tan feliz de haberla tenido entre sus brazos y tan culpable por haberle fallado a Dios. Ámbar por el contrario estaba disfrutando su sensación de plenitud, ella estaba en la gloria, no podía dejar de sonreír... ¡Había