—No tengo nada de tiempo —dijo Diego, colocándose los auriculares mientras revisaba unos documentos con aire despreocupado.—¿Tan ocupado estas? —Julio no le creía.—Ajá —Diego estaba por colgar, pero recordó algo—. ¿Qué se le regala a una mujer para hacerla feliz?Lo preguntó con total indiferencia.—Vaya, eso sí es raro en ti —Julio, experto en el tema, respondió—. Regálale diamantes, algo de lujo, una casa quizas...Antes de que terminara, Diego ya había colgado.—¿Qué dices...? —Julio se quedó perplejo.Lo entendió enseguida: Diego había despreciado su consejo....Mientras tanto, en TechNova.Marina acababa de salir de la oficina del presidente cuando su celular sonó.—Señorita Marina, un caballero llamado Daniel le ha dejado algo en recepción.¿Daniel, acaso el asistente de Diego?—Voy enseguida, dígale que me espere, por favor.Tomó su celular y bajó en el ascensor.Al salir, vio a Daniel, impecable y con su habitual porte serio.Le entregó una caja elegantemente envuelta, con u
Mafalda pensó en ir al Residencial El Paraíso para esperar a Marina y confrontarla, pero rápidamente desechó la idea.—Teresa, no te apresures —le dijo a su hija mientras revisaba el celular—. Si no está en casa, debe haber otro lugar. Enviaré un mensaje para averiguarlo.Un rato después, recibió una respuesta de un contacto anónimo:[La señorita Marina trabaja en TechNova, es la secretaria del presidente.]Mafalda se sorprendió. Así que Marina estaba en TechNova. Perfecto.—Iré a buscarla entonces.—Mamá, ¿y si no quiere darnos el dinero? —preguntó Teresa, nerviosa.—Lo hará —dijo Mafalda con una sonrisa astuta—. No tendrá otra opción si no quiere quedar en evidencia.Por su hija, Mafalda haría cualquier cosa.Teresa, llorosa, se acurrucó en su hombro.—Mamá, siempre me proteges....Cuando Marina recibió la notificación de recepción avisándole que una señora Díaz la buscaba, no se sorprendió. Sabía que Mafalda tarde o temprano descubriría dónde trabajaba.Al ver salir a Marina del as
Mafalda respiró hondo. Quedaba claro que apelar a la gratitud no funcionaría con Marina.—Marina, Teresa es tu hermana. Si no la ayudas, tendrá que casarse con un hombre treinta años mayor. ¿De verdad no puedes hacer nada por ella?—De cualquier forma no es mi hermana. Casarse con un hombre mayor le hará bien, la cuidará —respondió Marina con una sonrisa sarcástica, sin inmutarse.Mafalda, visiblemente molesta, endureció el gesto.—¿Te niegas a ayudarnos?—Así es —afirmó Marina sin rodeos.—Entonces no me culpes por ser despiadada —dijo Mafalda, con una mirada sombría—. Si no quieres que todos se enteren de que el director del orfanato te violó, será mejor que entregues setecientos millones de dólares a la familia Vásquez.La expresión relajada de Marina desapareció al instante.—¿Qué es lo que has dicho?—Aunque hayas perdido la memoria, los hechos siguen ahí. Lo que pasó, pasó —respondió Mafalda con tono amenazante.Marina la miró en silencio. Por suerte, no había olvidado todo: so
Marina percibió la mirada inquieta de Mafalda.—¿Te envió esa foto el viejo verde director del orfanato? —preguntó Marina con frialdad.Mafalda evitó una respuesta directa.—No te preocupes por los detalles. Lo importante es si ¿ya lo has pensado bien?—Primero, respóndeme tú —dijo con una sonrisa.—No sé quién me la envió —respondió Mafalda, con indiferencia—. Ni siquiera recuerdo cuándo la recibí.Marina bajó la vista.—Dame un par de días entonces.Al ver que Marina parecía ceder, Mafalda sonrió, satisfecha.—Incluso si me das ese dinero, aún te sobrará para vivir cómodamente. No te preocupes, no voy a divulgar la foto.—Puedes irte, tengo trabajo —dijo Marina con expresión sombría.Mafalda, complacida por haber conseguido lo que quería, recogió su bolso y salió, dejando la foto sobre la mesa.La sala quedó en silencio, solo Marina permanecía.De pronto, dejó escapar una pequeña risa.En realidad, tenía otra sospecha, pero ya no importaba.¿Amenazarla con esa foto? Era absurdo.¿Qué
Las dos apenas se conocían.Al principio, Eloy lucía algo molesta, pero su actitud cambió cuando Marina pagó cada artículo que elegía.Yadira no esperaba encontrarse con Marina.—Señorita Marina, quiero comprar este vestido. ¿Te importaría pagarlo?Mientras Marina realizaba el pago, Eloy se miraba repetidamente en el espejo, sosteniendo el vestido.Yadira sonrió al observar el vestido en manos de Eloy.—Es precioso.Eloy giró la cabeza y reconoció a una mujer con gafas de sol.—Muchas gracias.—¿Eres amiga de Marina?—¿Conoces a la señorita Marina? No, no somos amigas. Ella es solo la secretaria de mi novio.Los ojos de Yadira brillaron.Pensó: Marina realmente ha caído en desgracia, ahora solo acompaña a la novia del jefe.Cuando Marina volvió tras pagar y vio a Yadira, fingió no reconocerla.—Señorita Eloy, ¿quieres comprar algo más?Eloy quería seguir comprando, pero sabía que gastar demasiado podría comprometer su relación con Luis.—No, con esto es suficiente por hoy —respondió, a
Diego apenas había desabrochado el sostén de Marina cuando sonó su celular.Intentó apagarlo, pero ella lo detuvo.Era Yolanda.La invitaba a jugar billar.Pensó Marina: Las amigas primero. Los hombres pueden esperar.Aceptó la invitación y, tras colgar, calmó a Diego con una sonrisa y lo convenció de marcharse.Se cambió rápidamente, tomó las llaves del auto y se dirigió al billar para encontrarse con Yolanda.—Marina, ya te esperábamos —dijo Yolanda, saludándola con la mano.Yolanda había reservado toda la sala.Jóvenes vestidos de lujo, llenaban el lugar.Eran los hijos de las familias más ricas.Marina reconoció a algunos de ellos. Los había visto acompañando a Camilo en eventos.De hecho, al llegar, dos hombres fueron informados: Diego, a quien había enviado de vuelta al Hotel Regal, y Camilo.Algunas mujeres ricas la observaban con curiosidad y desdén.Pensaron: ¿Una secretaria divorciada? ¿Y conoce a Yolanda?Para ellas, Marina no significaba nada.Ella, por supuesto, notó las m
Llevaba una camiseta negra y pantalones a juego. En su brazo, se destacaba un tatuaje de cobra negra. Diego giró la cabeza hacia Marina.—¡Señor Diego, pero qué travieso eres! —dijo ella con una sonrisa.Aunque había logrado convencerla de regresar al hotel, él volvió a buscarla. La luz de la farola iluminaba su rostro radiante.Dentro del auto, el corazón de Camilo latía con fuerza.—Arráncale ya —ordenó al conductor, girando la cabeza.El auto se puso en marcha, pasando frente a un billar, donde un tipo llevaba a una mujer a cuestas. Diego sostenía a Marina firmemente por las caderas, su cuerpo cálido contra su amplia espalda. El aliento de Marina le acariciaba la oreja.—¿Vamos a casa? —preguntó él, mirándola de reojo.—Primero, dame un beso antes de todo—Marina dijo haciendo un puchero.Diego soltó una risa profunda y seductora.Su mano en sus nalgas se tensó un instante antes de relajarse.—No juegues conmigo.Marina se tapó la boca y se rio.Diego continuó caminando con ella
Diego, al sentir un dedo en su pecho, abrió los ojos con una mezcla de resignación y pereza. Despertó a Marina, que seguía acurrucada junto a él.—Llegaremos algo tarde al trabajo.La noche anterior había sido agotadora. Marina, sin fuerzas, había inventado una excusa sobre una reunión importante para que él se detuviera. Aunque quería seguir en la cama, una llamada de Luis la obligó a levantarse. Le había pedido que llegara temprano. Ese día, recibirían la visita del Grupo Jurado, y TechNova tenía con ellos una relación de competencia y colaboración.—Si no quieres trabajar, puedo mantenerte yo —dijo Diego, mientras abotonaba su camisa y la miraba de reojo.—No es muy necesario —respondió Marina, entre bostezos y con los ojos entrecerrados.Se sentó, aún envuelta en las sábanas. Diego, tras ponerse el reloj, se acercó y ajustó el tirante de su camisón que se le había deslizado. Sus dedos rozaron suavemente su hombro desnudo, provocando un estremecimiento en Marina, que se levan