— ¡El último grito de la moda!, ¡La nueva colección de Katherine Divane ya se encuentra aquí! Disponible en tiendas exclusivas. —
Katherine observaba el último fragmento de aquella publicidad en la sala de juntas, mientras los socios murmuraban y se felicitaban en voz baja. Sus ojos verdes, repasaban con frialdad a cada persona en el lugar, y sonreía para sus adentros. Su nueva colección, resultaría en un nuevo éxito, eso predecían todos los estudios que se habían hecho al respecto.
Las luces se encendieron de vuelta, y los aplausos ovacionando el nuevo logro de Katherine Holmes, no se hicieron esperar.
— ¡Bravísima señora Holmes!, sin duda alguna sus nuevos diseños estarán en los closets de las mujeres más importantes en el mundo, todas se mueren por tener una de sus prendas. Será un gran placer presentarla en la pasarela de New York, finalmente el mundo entero tendrá el placer de conocer el bello rostro de la más famosa diseñadora de los últimos años. — decía un hombre delgado de apariencia elegante.
Katherine sonrió y asintió. De a poco, la sala de juntas se iba quedando vacía, y todos salían de ella hablando de los impresionantes diseños de la afamada diseñadora de modas, que durante muchos años se había mantenido en el anonimato, tan solo bajo el nombre de su marca.
Casi seis años habían pasado desde aquella fiesta de cumpleaños que Katherine sufrió en la mansión Bennett, aquella celebración que había terminado en su terrible humillación. Casi seis años en los que se había esforzado hasta lo último de sus fuerzas, para hacerse de un nombre en el mundo de la moda. Cuatro meses después de ser expulsada de manera cruel de la mansión de su exesposo, su padre había empeñado hasta el último dólar de sus cuentas y su única casa, para apoyarla en iniciar el proyecto de modas que cambio sus vidas para siempre.
Ella ya no era aquella mujer que los Bennett habían humillado y destruido.
Katherine lo había decidido; era el momento de regresar a New York, y enfrentar a todos aquellos que le habían hecho tanto daño sin merecerlo. Katherine recordó con amargura aquellos dólares que Emily Gibson había arrojado sobre ella creyéndola una muerta de hambre, y con la intención de humillarla cruelmente.
Ahora todo era distinto. De la dulce y sumisa Katherine Holmes, ya no quedaba nada. Ahora ella se había convertido en una mujer fría que había ganado suficiente dinero para pagar la risa o las lágrimas de cualquiera…nadie más, nadie nunca jamás, volvería a humillarla.
Tomando su elegante bolso, Katherine dibujó una sonrisa en sus labios, y salió de aquella sala de juntas en su edificio de Divane.
— Es tiempo de volver a vernos, Henry…y Emily. — dijo para sí misma con determinación.
El trayecto en su lujoso auto clásico hacia su mansión en Londres, había sido corto. Su ama de llaves la recibía animadamente como siempre, mientras Katherine daba una mirada hacia el camión de mudanzas que terminaba de subir los últimos muebles que se llevaría a New York.
— Veo que ya tenemos todo prácticamente listo. Por favor, María, revisa que todo esté en orden, y dime, ¿En dónde están ellos? — cuestionó.
La vieja mujer sonrío dulcemente. — Están en el salón de juegos, su padre esta con ellos, no se preocupe. — María respondió.
Caminando altiva y serena, Katherine entró a su hermosa y lujosa mansión de paredes blancas, dirigiendo sus pasos directamente a su salón de juegos. Las risas de niños pequeños llenaban aquel largo pasillo lleno de ventanales. Katherine sonrió. En pocos días seria su cumpleaños número treinta y uno, y se cumplirían exactamente seis años desde que Henry y su familia la expulsaron y humillaron. Entrando a aquel salón, la hermosa rubia vio a su amado padre jugando con aquellos pequeños que eran todo su amor y su mayor orgullo.
— ¡Mamá! — gritaron un par de infantes que no parecían mayores a los seis años, quienes corrieron a abrazar a Katherine.
— Mis niños, ¿Se han portado bien?, ¿No le han dado mucha guerra a su abuelo? — preguntó alegremente la rubia, cambiando su mirada gélida por una llena de amor y de ternura.
— Si mamita, armamos un rompecabezas de quinientas piezas, ¡Ven a verlo! — gritaron ambos demasiado emocionados.
Katherine admiró la belleza única de sus hijos. Gabriel y Emma eran todo su mundo, y aquello que le había dado la fuerza que necesitaba para salir adelante. Ambos niños; gemelos niño y niña, tenían ya seis años, y eran idénticos a Henry…tanto así, que habían heredado el cabello castaño y los ojos increíblemente azules de su padre biológico.
Ella jamás les había dicho a sus gemelos, quien era el hombre que, junto a ella, los había procreado. Tal y como se lo había prometido.
— Bien, es fantástico que lo hayan armado en tan pocas horas, veré que lo enmarquen para colgarlo junto a los otros. Por ahora vayamos a comer, en dos días nos iremos a New York y tenemos que tener todo listo, ¿Terminaron de empacar todos sus juguetes? — les cuestionó Katherine a sus pequeños.
Ambos niños asintieron animadamente, y salieron hacia su habitación.
Antoné Holmes, dio a su única hija una mirada desaprobatoria.
— ¿En verdad vas a hacerlo?, los niños no son ingenuos, si llegan a encontrarse con Henry Bennett, llegarán rápido a la conclusión de que ese hombre es su padre…ya tienes una gran fortuna, eres muy famosa y tus negocios marchan bien, no es necesario que regreses a New York para vengarte de esas personas. Tu madre siempre mencionaba la importancia de perdonar y seguir adelante, y tu Katherine, tienes a dos hermosos niños que te aman, y también me tienes a mi…quizás algún día puedas permitirte conocer a un buen hombre… —
— Por favor, papá. — interrumpió Katherine a su padre. — Ya hemos hablado de esto, y no tengo interés en conocer a nadie…y sé que mamá decía aquello sobre el perdón…pero tú no estuviste allí, tu no viste lo que esos miserables me hicieron…jamás podría perdonarlos. Gabriel y Emma no verán a Henry, no voy a permitirlo…haré pagar a los Bennett y regresaré a Londres, pero no me pidas que me olvide del trato que me dieron y de aquella falsa acusación que esa maldita de Gibson lanzó en mi contra. Quiero que Henry sufra, quiero que el comprenda lo que me hizo…haré que él y los suyos, me paguen cada lágrima que derramé por ellos. — respondió fría y tajante.
Antoné suspiró. Sabía que su hija no cambiaría de idea, por más que él lo deseara.
— Entonces, le pediré a Jackson que vaya contigo y no te opondrás. Si te niegas, le diré yo mismo a Henry que tiene dos hijos. ¿Lo entiendes? — dijo Antoné tajante.
Katherine miró a su padre con resignación, sabía que hablaba en serio.
— Muy bien, se hará como dices…pero no le permitiré entrometerse. — respondió seria.
Dos días más tarde, Katherine Holmes observaba aquel cielo anaranjado del atardecer, desde la ventanilla del avión que la llevaría de vuelta a New York. Su corazón agitado, se estremecía al recordar el rostro de Henry Bennett…aquel rostro tan idéntico al de sus hijos.
Katherine, sin embargo, no había notado la mirada de un hombre extraño que la miraba tan atentamente como si supiera quien era ella. Aquel hombre, con discreción, tomaba una fotografía con su teléfono.
El sonido de la música retumbaba en sus oídos con fuerza, y el calor del whisky lo hacía sentirse levemente mareado. Henry Bennett observaba a aquellas mujeres bailando con sensualidad, luciendo aquellos mini vestidos de colores brillantes que destacaban en la pista de baile de aquel club nocturno de elite en donde había tomado la costumbre de embriagarse hasta casi desfallecer, todos los fines de semana.En dos días más se cumplían seis años desde la última vez que había visto a su exesposa, Katherine Holmes, y aquellos años habían sido para él, un declive entre el alcohol y la culpa que sentía al haberla tratado como si no tuviese valor alguno, debatiéndose también en el rencor de aquella supuesta traición que daba por hecho. Toda su vida había sido el mimado hijo de la familia Bennett, destinado a ser el heredero de una cuantiosa fortuna y el dueño de las importantes empresas internacionales que su abuelo y padre habían levantado para ser el éxito que era. Las mujeres siempre le ha
El aire de New York, se sentía tan denso y pesado como Katherine lo recordaba. La nieve había comenzado a caer, y de a poco, el suelo y las altas copas de los árboles comenzaban a pintarse de blanco hacia el exterior del aeropuerto, mientras esperaban por sus maletas y por María quien había ido a los sanitarios, la habían traído consigo para que cuidase de los gemelos. Hacía frío, aunque quizás, no tanto como en Londres, donde había estado viviendo casi los últimos seis años de su vida…sus hijos, habían nacido en aquel país al que decidió marcharse junto a su padre para comenzar una nueva vida…y para preparar su venganza.— Cielos, los estadounidenses sí que son extravagantes, mira todas esas luces que se ven en la ciudad en esa fotografía, seguro las personas que viven en los departamentos cercanos en el centro de New York, no deben de lograr un sueño reparador por las noches. — dijo Jackson Evans quien sostenía entre sus brazos a la pequeña Emma.Katherine sonrió por el comentario.
—No es un placer volver a verte. — dijo Katherine con una frialdad que hirió a Henry.Aquel apuesto magnate de cabellos castaños y ojos azules, vio a su ex esposa recorriendo con su mirada cada parte de ella sin perder detalle.Katherine había cambiado, admitió. Ella estaba tan hermosa como la recordaba, sin embargo, su porte estaba cargado de una elegancia distinguida y de un orgullo avasallador, y sus ojos verdes esmeralda, no lo miraban con aquella adoración y devoción como siempre lo habían visto…en su lugar, había frialdad, desdén y un desprecio devastador. Henry sintió como un escalofrió lo recorrió por completo, pues, aunque no quería admitirlo ni siquiera para sí mismo, esperaba encontrarse con aquella hermosa y cálida mujer que lo había amado con adoración.—¿Por qué has vuelto?, ¿Esperabas volver a verme? — cuestionó Henry, mientras observaba a aquel hombre junto a su exesposa. —¿Y quién es este hombre? — exigió saber sintiendo los celos carcomerle el pecho.—Jackson Evans.
La nieve ya había cubierto de blanco a la ciudad de New York, y Katherine admiraba el panorama en silencio, desde el último piso de aquel lujoso edificio de departamentos que se hallaba frente al Central Park. Había comprado aquel precioso pent-house, que tenía todos los lujos que cualquiera soñaría con poseer, sin embargo, no se sentía satisfecha…en su corazón, siempre hacía falta algo.La rubia de fríos ojos verdes, aun sentía sus piernas temblorosas después de volver a ver; tan repentinamente, a Henry Bennett, su exesposo, y mil preguntas rondaban por su mente en ese momento, mientras observaba la nieve caer. ¿Cómo era que Henry sabía que ella estaba en el aeropuerto?, ¿Había notado algo de sus hijos?, ¿Por qué a pesar de odiarlo, su corazón latió con fuerza en el momento en que volvió a verlo?Negándose en silencio a responderse esa última pregunta, Katherine suspiró. No sería sencillo realizar su venganza sin contratiempos, ahora que Henry estaba al tanto de que ella estaba en la
Aquella noche, Gabriel y Emma miraban las estrellas de su proyector, que se reflejaban en el techo de su habitación. En la mente de los gemelos, se dibujaba el rostro de aquel misterioso hombre que hablaba con su madre cuando salieron del aeropuerto. Los ojos azules tan raros como los de ellos, y el cabello color café como lo tenían ellos, no dejaban de rondar su inocente mente que había ya retratado mil escenarios ficticios.Nunca habían conocido a su padre, y su madre, jamás les hablaba de él. Ambos niños habían crecido con aquel vacío en sus pequeños corazones, y con el anhelo de algún día conocer a su papá…aquella, era la mayor ilusión que tenían en sus vidas.—Oye Emma, ese señor que estaba con mamá, ¿Crees que se parece a nosotros? — cuestionó Gabriel pensando en ese hombre que lo había deslumbrado.Emma suspiró.—Si, se parece a ti y a mí, pero si le preguntamos a mami, ella va a enojarse como siempre se enoja cuando le preguntamos por papito…pero, yo quiero saber quién es ese
—Esto es un desastre. — dijo María mirando como el agua del sanitario en el baño privado de los gemelos, salía sin control de la misma.—Demonios…se supone que pagué por un maldito mantenimiento antes de mudarme. Lo siento, María, pero tengo que irme para asegurarme que los preparativos para el desfile de esta noche marchen bien…además de que me reuniré con Carl para alistarme para el evento, por favor perdóname por dejarte con este problema. — se disculpó Katherine con María.La vieja nana sonrió. — No se preocupe señora, me encargare de que los plomeros hagan bien su trabajo, usted vaya tranquila, este evento es muy importante, no se preocupe de esta anciana, he sido ama de llaves toda mi vida y se cómo manejar a la demás servidumbre. Aunque, debo de admitir señora, que es un poco extraño lo que ha ocurrido tan repentinamente, quizás algún duendecillo hizo de las suyas. — dijo entre risas María, dando una mirada de reojo a los gemelos que se hallaban ocultos tras la puerta del baño.
La tarde había caído en el salón de belleza, y Katherine sentía como su querido amigo e importante diseñador Carl Valentino, a quien había conocido en una pasarela en Milán y desde entonces habían llevado una hermosa amistad, maquillaba su hermoso rostro con la maestría que solo él podía. Colgado en la pared, se hallaba el hermoso vestido que la hermosa rubia de ojos verdes usaría para esa noche: un largo vestido de terciopelo azul zafiro en corte sirena, que se amoldaría a su cuerpo, de larga cola que caía desde la media espalda como una cascada, y con hermosas incrustaciones de diamantes a lo largo de él. Aquella prenda era un diseño propio de Katherine, y que tan solo ella usaría; no saldría a la venta, ese vestido era único y ella sería la única en el mundo en poseerlo.—Esta noche sin duda alguna vas a brillar mi bella Charlie, nadie podrá igualar la majestuosidad del vestido que diseñaste para este evento, es tan elegante, sofisticado y al mismo tiempo tan dramático, que no pued
—¿Pero que hace esa maldita mujer aquí? — cuestionó Antonella Bennett al mirar a Katherine Holmes, la arruinada ex esposa de su millonario hijo, caminar sobre la alfombra roja de la pasarela Divane, y atravesándole el paso, no le permitió continuar al interior.Emily Gibson no podía creer que estuviese viendo a aquella miserable mujer allí mismo, en donde solo la alta sociedad estaba codeándose.—¡¿Cómo te atreves a presentarte aquí cuando no eres más que una pordiosera?! — cuestionó Emily realmente furiosa, intentando tomar del brazo a Katherine para obligarla a marcharse, sin embargo, la fuerte mano de Henry le impidió tocarla.Henry, también se hallaba genuinamente sorprendido de mirar a su exesposa allí, aunque, recordando el incidente en el aeropuerto y con el gobernador, aquello no era tan descabellado. ¿Con quién se había casado Katherine para tener semejante influencia?, no pudo evitar cuestionarse.—Basta, Emily, es suficiente. — dijo Henry tajante.Emily resopló furiosa, y l