Capítulo 118
—Sí, ya lo entiendo… —le sonreí.

Mis ojos ya se llenaron de lágrimas. Al levantar la mirada, vi una estrella brillante. Esa parecía tener la fuerza de liberarme del deprimido estado de ánimo.

Enzo me entregó un pañuelo que había sacado del carro.

—Llora, llora todo lo que quieras hoy, pero después ya no más. Llorar demasiado te lastimará los ojos —me dijo con suavidad.

No me dejó quedarme mucho rato en la montaña y me llevó de vuelta a la ciudad. Después de dudar un poco, le pregunté con cautela:

—Enzo, la muchacha que te ha gustado por tantos años debe ser una persona muy, muy especial, ¿verdad?

—Sí —asintió sin titubear, con una mirada cada vez más llena de cariño—, es la misma niña que te mencioné hace rato.

No pude evitar quedar perpleja:

—Pero eso fue... hace muchos años.

—Sí, han pasado veinte años —lo dijo sin rodeos.

Aparentemente, era un cariño genuino, profundo e inquebrantable, sin duda.

Suspiré y no dije nada más. Hasta que llegamos al edificio donde vivía Olaia, le agradec
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