En el estacionamiento subterráneo de Grupo De JesúsYa daban las once de la noche cuando Daisy, exhausta tras su jornada, por fin puso un alto a su trabajo. Sin embargo, la verdad era que no había tantísimo que hacer. Faltaba algún tiempo para que el proyecto iniciara oficialmente, y casi todos los preparativos estaban listos y contaban con personal de confianza. Ella, no obstante, prefería mantenerse ocupada. Cada vez que dejaba la mente libre, la imagen de Javier exhalando su último aliento frente a ella volvía para atormentarla. Esa escena se había convertido en una pesadilla recurrente, tan espeluznante como los recuerdos de cuando sus padres y hermanos fueron brutalmente asesinados. Simplemente no soportaba estar ociosa.Mientras caminaba hacia su auto y se disponía a abrir la puerta, Daisy escuchó un leve sonido de pasos tras ella. Su mirada se tornó alerta. Esperó hasta sentir que aquellos pasos se acercaban más… y de pronto se giró con toda la rapidez que la caracterizaba. Desa
Daisy hizo como si no lo oyera, inclinándose aún más para entrar en el vehículo. Justo antes de que pudiera acomodarse, Fernando la jaló suavemente para que se incorporara. Sin pensarlo dos veces, ella lanzó un puñetazo directo a su rostro. Fernando reaccionó con reflejos asombrosos y sujetó la mano de Daisy antes de que lo alcanzara.—Si no recuerdo mal, acabo de salvarte la vida, —dijo, apretando con suavidad pero firmeza la mano de Daisy—. ¿Así es como tratas a quien te salva?—¿Salvarme? —replicó Daisy con una amarga sonrisa—. ¿De verdad me estás protegiendo… o más bien estás confabulado con ellos? Tú sabrás mejor que nadie la respuesta.Fernando se quedó en silencio por un segundo, pero en su mirada se dibujó un brillo helado y, si uno lo notaba con atención, hasta un rastro de tristeza.—¿Confabulado? —repitió en un susurro—. Muy bien…Con el ceño fruncido, Daisy sacudió su mano para soltarse.—Fernando, —dijo con voz firme—, si todo esto lo haces para que retire la demanda, mejo
En la mansión donde vivía Fernando, en el estudio del segundo piso, él aguardaba con visible impaciencia. Se había pasado un buen rato mirando el chat, hasta que por fin apareció la contestación de Daisy:[No puedo ayudarte.]Fernando frunció el ceño al leerlo, y tecleó con rapidez:[¿Crees que es poco dinero?]Sin embargo, justo en ese instante apareció una notificación:"Lo sentimos. Tú y esta persona aún no son contactos. Por favor, envía solicitud para agregarla."—¿Me borró? —murmuró Fernando, incrédulo. Era la primera vez que Daisy hacía algo así. En un ataque de rabia, arrojó el teléfono con brusquedad.Para su mala suerte, justo en ese momento Blanca abrió la puerta y el teléfono fue a estrellarse contra su cabeza.—¡Ay! —exclamó ella, cubriéndose la frente con una mano y mirando a su hermano con expresión quejumbrosa—. Thiago me dijo que estabas de mal humor y corrí a verte aunque fuera de madrugada. ¡Pero ni las gracias me das, y encima me avientas el teléfono! ¿Ya viste cómo
—Bah, —murmuró para sí—, si apenas fue un chichón. De niña se cayó mil veces peor y nunca pasó nada.A la mañana siguiente, sin embargo, Blanca lo llamó de urgencia para decirle que tenía una conmoción cerebral y necesitaba hospitalización.***En el hospital, en la habitación donde estaba internada Blanca, Fernando abrió la puerta. La encontró echada en la cama, sosteniendo el teléfono con una mano y hablando con alguien al otro lado de la línea con voz suplicante:—Lo sé, lo sé… No quería molestarte tan temprano, pero es que temía no volver a tener oportunidad…La persona del otro lado respondió algo inaudible. Blanca, entonces, adoptó un tono meloso, casi infantil, que a Fernando le provocó un visible fastidio. Por fin, ella colgó y, al voltear, se topó con la mirada inquisitiva de su hermano, que se había sentado en una silla junto a la cama.—¿Quién era? —preguntó Fernando.Blanca captó enseguida la intención de la pregunta, pero se hizo la desentendida:—¿Quién era qué?Fernando
Blanca empujó a Fernando con impaciencia, obligándolo a ponerse de pie y acercarse a Daisy.—¡Vamos, díselo!Justo cuando Fernando iba a hablar, Daisy se le adelantó:—Blanca, él no sabe mentir. No le insistas.—Cuñada, te lo juro, mi hermano ya no siente nada por Frigg —afirmó Blanca con vehemencia—. ¿Acaso no sabes que Frigg y su madre van a ser condenadas? —Luego apuntó con el dedo a Fernando—. ¡Fue cosa de mi hermano! Si aún las quisiera, ¿por qué meterlas a la cárcel?—Blanca… —Daisy la interrumpió con serenidad—. Si no escuché mal, al entrar te oí decir que él debía confesar que lamenta haberse divorciado. ¿Y qué respondió?Los ojos de Daisy se posaron en Fernando, repitiendo con lentitud cada sílaba:—"Nunca".—¡Es que mi hermano es más terco que una mula! —se defendió Blanca, desesperada—. Siempre habla con el orgullo por delante. Claro que se arrepiente, pero le da vergüenza admitirlo. Si no me crees, puedes llamarla a mi abuela. Hace apenas unos días él estuvo hablando largo
DESPUÉS DE UNA GRAN EXPLOSIÓN***EN EL QUIRÓFANO***—¿Dónde está su esposo? ¿Cómo es que no ha llegado todavía? ¡No tenemos tiempo! —preguntó el médico, con evidente urgencia.—No quiere venir —respondió la enfermera, resignada—. Dijo que la dejemos… que se las arregle sola.Daisy La Torre, acostada en la camilla de operaciones, cubierta de heridas y apenas respirando, escuchó esas palabras y, con un esfuerzo que parecía imposible, levantó la mano.—Deme un teléfono…La enfermera, al verla luchar de esa manera, no dudó en pasárselo; tras lo cual Daisy, con el dolor recorriendo cada rincón de su cuerpo, marcó un número que había memorizado como si fuera parte de ella. Observó la pantalla mientras los tonos de llamada sonaban una y otra vez, a punto de desconectarse, hasta que finalmente una voz fría respondió:—Te lo dije. Si vive o muere, no tienen nada que ver conmigo. —Era la voz de Fernando, dura, sin una pizca de empatía.—Fernando… —cada palabra que salía de la boca Daisy le pro
Al día siguiente, muy temprano, Fernando se encaminó al trabajo tras pasar toda la noche en el hospital, velando a Frigg, quien no le había permitido que se marchara debido al dolor de sus heridas. Mientras viajaba hacia la oficina, cruzó por un semáforo en rojo, y, de repente, le ordenó al chófer:—Regresa a casa.El cansancio lo abrumaba. Llevaba dos días con la misma ropa, y la incomodidad comenzaba a hacerse insoportable. Aunque lo último que quería hacer era regresar a la mansión. Sin embargo, al llegar, no lo recibió la habitual y cálida bienvenida de Daisy, sino un ambiente frío y silencioso, y un documento descansaba sobre la mesa del comedor.«El Acuerdo de Divorcio».Fernando se acercó con el ceño fruncido, y sus ojos se clavaron en la firma y la llave que descansaba sobre el papel. Por un instante, su mirada se oscureció, cargada de confusión y resentimiento, antes de subir las escaleras. Por primera vez, decidió entrar en el cuarto de Daisy, ya que, durante los tres años
Ciudad N, a hora y media de Ciudad R.Daisy, completamente disfrazada, llegó puntual a la imponente casa de los Ortega.Con el pretexto de ofrecer un tratamiento médico, aprovechó que nadie la observaba para hipnotizar a Erik. Sin embargo, su plan no dio frutos y no consiguió obtener ni una pista útil de él.Con las manos vacías, Daisy caminaba perdida en sus pensamientos, cuando, de repente, un dolor punzante en la frente la sacó de su trance.—No puede ser…Las palabras de disculpa se quedaron atoradas en su garganta al levantar la mirada y ver quién estaba frente a ella.¿Fernando?Su mente se nubló por un instante. ¿Cómo era posible que él estuviera allí? «Qué pequeño es el mundo», pensó.Sin embargo, a pesar del shock inicial, en apenas dos segundos, Daisy desvió la mirada y se alejó sin decir ni una sola palabra ni mostrar expresión alguna.Fernando se quedó inmóvil, observando como la mujer se alejaba, mientras algo en su interior parecía agitarse. ¿Por qué había cambiado de ac