Blanca empujó a Fernando con impaciencia, obligándolo a ponerse de pie y acercarse a Daisy.—¡Vamos, díselo!Justo cuando Fernando iba a hablar, Daisy se le adelantó:—Blanca, él no sabe mentir. No le insistas.—Cuñada, te lo juro, mi hermano ya no siente nada por Frigg —afirmó Blanca con vehemencia—. ¿Acaso no sabes que Frigg y su madre van a ser condenadas? —Luego apuntó con el dedo a Fernando—. ¡Fue cosa de mi hermano! Si aún las quisiera, ¿por qué meterlas a la cárcel?—Blanca… —Daisy la interrumpió con serenidad—. Si no escuché mal, al entrar te oí decir que él debía confesar que lamenta haberse divorciado. ¿Y qué respondió?Los ojos de Daisy se posaron en Fernando, repitiendo con lentitud cada sílaba:—"Nunca".—¡Es que mi hermano es más terco que una mula! —se defendió Blanca, desesperada—. Siempre habla con el orgullo por delante. Claro que se arrepiente, pero le da vergüenza admitirlo. Si no me crees, puedes llamarla a mi abuela. Hace apenas unos días él estuvo hablando largo
***A pesar de lo furiosa que estaba Blanca, no podía simplemente desentenderse de Fernando. Después de todo, solo tenía un hermano y, para colmo, uno que no sabía expresarse. Si lo abandonaba a su suerte, sería imposible que recuperara a Daisy. Así que, al salir de la habitación, alcanzó a ver en el extremo del pasillo a alguien con actitud sospechosa y no lo pensó dos veces antes de seguirlo.La planta del hospital estaba desierta. Blanca no tenía enemigos, así que resultaba lógico pensar que esa persona podía ser el verdadero culpable de incriminar a su hermano. Tal vez se ocultaba para seguir sus movimientos y disfrutar del drama que aquejaba a Fernando y a Daisy.«Tengo que atraparlo yo misma», pensó Blanca. «De lo contrario, mi hermano terminará siendo culpado de algo que no hizo.»Sin embargo, aquel individuo se movía con sorprendente rapidez y en un parpadeo había desaparecido. Blanca no se rindió y fue directo a la sala de seguridad a revisar las cámaras de vigilancia. El prob
Delante de ella se abría un abismo imposible de medir. En otras circunstancias, con un solo empujón habría terminado hecha pedazos, pero Daisy logró aferrarse a su entrenamiento. En el instante mismo en que notó la fuerza que la empujaba, se impulsó y giró en el aire, logrando esquivar la caída y colocándose de nuevo a salvo.—Nada mal. Veo que no has dejado de entrenar.La voz provenía de Ginesa, cuyos labios se curvaron primero en una leve sonrisa de aprobación para transformarse enseguida en un gesto duro.—Aunque tu sentido de alerta no es tan agudo como antes —agregó—. Dejaste tu espalda al descubierto. Para cualquiera que viva al filo, eso es un error imperdonable.—Sabía que eras tú, —respondió Daisy con tranquilidad.—¿Ah, sí? ¿Desde cuándo lo notaste? —preguntó Ginesa, entornando los ojos.—Desde que escuché tus pasos acercándote, —contestó Daisy.Porque tenía la certeza de que se trataba de Ginesa, bajó la guardia… y, aun así, había recibido ese empujón. Daisy la miró con una
Daisy se alarmó.—¿Qué le pasó a Blanca?—Tuvo un accidente automovilístico… está muy grave.La cabeza de Daisy se quedó repitiendo en bucle esas dos palabras: «muy grave». Recordó las dos llamadas que Blanca le había hecho poco antes y que ella había ignorado, quizá buscando ayuda. De pronto sintió un puñal clavándosele en el pecho.Apretó con fuerza el teléfono.—¿Fue un accidente de verdad?—Parece que no, —contestó Enzo con voz sombría—. Sucedió en una calle sin cámaras de vigilancia. La grabación de la cámara del auto no muestra nada fuera de lo normal.Daisy apretó aún más el dispositivo.—¿En qué hospital está?—En el primer hospital de la red Unión Suárez.Al terminar la llamada, Daisy condujo a toda velocidad hacia el lugar donde atendían a Blanca. Sin que nadie la notara, se detuvo cerca de la entrada de urgencias, desde donde pudo ver a Fernando con semblante tenso, Thiago a su lado y Eliot un poco detrás. Revisó rápidamente si encontraba a la abuela María, pero no estaba. E
DESPUÉS DE UNA GRAN EXPLOSIÓN***EN EL QUIRÓFANO***—¿Dónde está su esposo? ¿Cómo es que no ha llegado todavía? ¡No tenemos tiempo! —preguntó el médico, con evidente urgencia.—No quiere venir —respondió la enfermera, resignada—. Dijo que la dejemos… que se las arregle sola.Daisy La Torre, acostada en la camilla de operaciones, cubierta de heridas y apenas respirando, escuchó esas palabras y, con un esfuerzo que parecía imposible, levantó la mano.—Deme un teléfono…La enfermera, al verla luchar de esa manera, no dudó en pasárselo; tras lo cual Daisy, con el dolor recorriendo cada rincón de su cuerpo, marcó un número que había memorizado como si fuera parte de ella. Observó la pantalla mientras los tonos de llamada sonaban una y otra vez, a punto de desconectarse, hasta que finalmente una voz fría respondió:—Te lo dije. Si vive o muere, no tienen nada que ver conmigo. —Era la voz de Fernando, dura, sin una pizca de empatía.—Fernando… —cada palabra que salía de la boca Daisy le pro
Al día siguiente, muy temprano, Fernando se encaminó al trabajo tras pasar toda la noche en el hospital, velando a Frigg, quien no le había permitido que se marchara debido al dolor de sus heridas. Mientras viajaba hacia la oficina, cruzó por un semáforo en rojo, y, de repente, le ordenó al chófer:—Regresa a casa.El cansancio lo abrumaba. Llevaba dos días con la misma ropa, y la incomodidad comenzaba a hacerse insoportable. Aunque lo último que quería hacer era regresar a la mansión. Sin embargo, al llegar, no lo recibió la habitual y cálida bienvenida de Daisy, sino un ambiente frío y silencioso, y un documento descansaba sobre la mesa del comedor.«El Acuerdo de Divorcio».Fernando se acercó con el ceño fruncido, y sus ojos se clavaron en la firma y la llave que descansaba sobre el papel. Por un instante, su mirada se oscureció, cargada de confusión y resentimiento, antes de subir las escaleras. Por primera vez, decidió entrar en el cuarto de Daisy, ya que, durante los tres años
Ciudad N, a hora y media de Ciudad R.Daisy, completamente disfrazada, llegó puntual a la imponente casa de los Ortega.Con el pretexto de ofrecer un tratamiento médico, aprovechó que nadie la observaba para hipnotizar a Erik. Sin embargo, su plan no dio frutos y no consiguió obtener ni una pista útil de él.Con las manos vacías, Daisy caminaba perdida en sus pensamientos, cuando, de repente, un dolor punzante en la frente la sacó de su trance.—No puede ser…Las palabras de disculpa se quedaron atoradas en su garganta al levantar la mirada y ver quién estaba frente a ella.¿Fernando?Su mente se nubló por un instante. ¿Cómo era posible que él estuviera allí? «Qué pequeño es el mundo», pensó.Sin embargo, a pesar del shock inicial, en apenas dos segundos, Daisy desvió la mirada y se alejó sin decir ni una sola palabra ni mostrar expresión alguna.Fernando se quedó inmóvil, observando como la mujer se alejaba, mientras algo en su interior parecía agitarse. ¿Por qué había cambiado de ac
—¿Un billón? —Fernando no vaciló ni un segundo—. Hecho.Tres años atrás, un intento de asesinato lo había dejado al borde de la muerte, pero había sido una chica, Frigg, la que había arriesgado su vida para salvarlo. A pesar de las graves heridas, ella le dio la oportunidad de vivir. Aquella noche compartieron más que peligro: una noche de pasión que ardió con fuerza. Sin embargo, al amanecer, Frigg había desaparecido. En la oscuridad, no había podido verla claramente, pero jamás había podido olvidar su aroma a hierbas medicinales.Después de investigar, descubrió que pertenecía a la familia Mero. Frigg había enfrentado problemas de salud toda su vida, y se había mantenido a base de medicinas naturales. Según su relato, el día del ataque, ella había sido secuestrada y, al escapar, había coincidido con él.Con su cuerpo malherido, a sus apenas dieciocho años, le había dado todo lo que podía para salvarlo.Fernando le había prometido un matrimonio. Sin embargo, su abuela, María, estaba