Daisy soltó una carcajada mordaz:—¿Eso es todo lo que sabes hacer, Jacob? Si eres tan valiente, ¿por qué no vienes tú solo a golpearme?—… ¡Ponerme a tu nivel me ensuciaría las manos! —bufó él, con desprecio.—¡Pues a mí no me importa! —replicó Daisy, dando un paso decidido hacia él. Sin pensarlo dos veces, levantó la mano y le estampó una bofetada.—T-tu… ¿Quién te dio permiso para…?¡Paf!—¡Maldit…!¡Paf!—¡Joder…!¡Paf!Cada insulto que salía de la boca de Jacob terminaba en otra bofetada. En pocos segundos, su rostro estaba hinchado y colorado, y lo peor era que no tenía ni un segundo para defenderse; cada vez que levantaba la mano, Daisy le propinaba otro golpe. Al final, las palabras murieron en su garganta.Ella, al ver que por fin se callaba, preguntó con una sonrisa helada:—¿Quieres seguir hablando?Aun con el orgullo herido, Jacob no se atrevió a responder. La furia bullía en sus ojos, pero no soltó ni un sonido.—¿Por qué me miras así? —insistió Daisy, amagando con levanta
Había muchas personas presenciándolo todo, pero nadie levantó un dedo para evitarlo. Para ellos, Daisy era una intrusa en la familia De Jesús, un elemento incómodo. Pese a contar con aquella supuesta “última voluntad” de Javier, seguía sin tener el linaje suficiente para ostentar el mando. A fin de cuentas, se decían, ¿cómo una simple cuidadora, por mucho que tuviera el respaldo de los Ortega, iba a imponerse en el corazón de la familia De Jesús?Así que prefirieron quedarse al margen, deseando en secreto que Jacob y Daisy se atacaran mutuamente. Ojalá terminaran destruyéndose el uno al otro. Con eso, Tomás y sus descendientes quedarían sin lugar alguno, y al fin ellos podrían librarse de la sombra que los había limitado durante años. Habían olvidado que el Grupo De Jesús fue fundado por Tomás, y también habían olvidado lo mucho que él les había dado; sólo recordaban la tiranía con la que, según ellos, Tomás los trataba.Mientras Jacob se acercaba cada vez más, los presentes contenían
***Una vez concluido el funeral de Javier, Daisy asumió de manera oficial su nuevo cargo en Grupo De Jesús.La noticia de que se convertiría en la directora ejecutiva de la compañía no tardó en desatar toda clase de reacciones.Entre comentarios de admiración y murmullos de sospecha, había quienes ponían en tela de juicio su reputación:—Primero se vuelve la nieta adoptiva de Erik, de la familia Ortega... ¡y ahora sale nombrada como la nueva presidenta de Grupo De Jesús! ¿No es demasiado rápido?—Huele a conspiración, ¿no?—Dicen que las mujeres bonitas son las más peligrosas…Esas críticas injustas hicieron que Enzo, Lira y Gaviota estallaran de indignación.—¡Cómo me encantaría cortarle los dedos a esos tontos que escriben sin pensar! —soltó Lira, furiosa.—Son un montón de chismosos que solo buscan problemas —añadió Gaviota con el ceño fruncido.—Está clarísimo que hay alguien avivando el fuego —enfatizó Enzo—. Yo ya mandé rastrear las cuentas de esos trolls.Mientras tanto, la pro
En el estacionamiento subterráneo de Grupo De JesúsYa daban las once de la noche cuando Daisy, exhausta tras su jornada, por fin puso un alto a su trabajo. Sin embargo, la verdad era que no había tantísimo que hacer. Faltaba algún tiempo para que el proyecto iniciara oficialmente, y casi todos los preparativos estaban listos y contaban con personal de confianza. Ella, no obstante, prefería mantenerse ocupada. Cada vez que dejaba la mente libre, la imagen de Javier exhalando su último aliento frente a ella volvía para atormentarla. Esa escena se había convertido en una pesadilla recurrente, tan espeluznante como los recuerdos de cuando sus padres y hermanos fueron brutalmente asesinados. Simplemente no soportaba estar ociosa.Mientras caminaba hacia su auto y se disponía a abrir la puerta, Daisy escuchó un leve sonido de pasos tras ella. Su mirada se tornó alerta. Esperó hasta sentir que aquellos pasos se acercaban más… y de pronto se giró con toda la rapidez que la caracterizaba. Desa
Daisy hizo como si no lo oyera, inclinándose aún más para entrar en el vehículo. Justo antes de que pudiera acomodarse, Fernando la jaló suavemente para que se incorporara. Sin pensarlo dos veces, ella lanzó un puñetazo directo a su rostro. Fernando reaccionó con reflejos asombrosos y sujetó la mano de Daisy antes de que lo alcanzara.—Si no recuerdo mal, acabo de salvarte la vida, —dijo, apretando con suavidad pero firmeza la mano de Daisy—. ¿Así es como tratas a quien te salva?—¿Salvarme? —replicó Daisy con una amarga sonrisa—. ¿De verdad me estás protegiendo… o más bien estás confabulado con ellos? Tú sabrás mejor que nadie la respuesta.Fernando se quedó en silencio por un segundo, pero en su mirada se dibujó un brillo helado y, si uno lo notaba con atención, hasta un rastro de tristeza.—¿Confabulado? —repitió en un susurro—. Muy bien…Con el ceño fruncido, Daisy sacudió su mano para soltarse.—Fernando, —dijo con voz firme—, si todo esto lo haces para que retire la demanda, mejo
En la mansión donde vivía Fernando, en el estudio del segundo piso, él aguardaba con visible impaciencia. Se había pasado un buen rato mirando el chat, hasta que por fin apareció la contestación de Daisy:[No puedo ayudarte.]Fernando frunció el ceño al leerlo, y tecleó con rapidez:[¿Crees que es poco dinero?]Sin embargo, justo en ese instante apareció una notificación:"Lo sentimos. Tú y esta persona aún no son contactos. Por favor, envía solicitud para agregarla."—¿Me borró? —murmuró Fernando, incrédulo. Era la primera vez que Daisy hacía algo así. En un ataque de rabia, arrojó el teléfono con brusquedad.Para su mala suerte, justo en ese momento Blanca abrió la puerta y el teléfono fue a estrellarse contra su cabeza.—¡Ay! —exclamó ella, cubriéndose la frente con una mano y mirando a su hermano con expresión quejumbrosa—. Thiago me dijo que estabas de mal humor y corrí a verte aunque fuera de madrugada. ¡Pero ni las gracias me das, y encima me avientas el teléfono! ¿Ya viste cómo
—Bah, —murmuró para sí—, si apenas fue un chichón. De niña se cayó mil veces peor y nunca pasó nada.A la mañana siguiente, sin embargo, Blanca lo llamó de urgencia para decirle que tenía una conmoción cerebral y necesitaba hospitalización.***En el hospital, en la habitación donde estaba internada Blanca, Fernando abrió la puerta. La encontró echada en la cama, sosteniendo el teléfono con una mano y hablando con alguien al otro lado de la línea con voz suplicante:—Lo sé, lo sé… No quería molestarte tan temprano, pero es que temía no volver a tener oportunidad…La persona del otro lado respondió algo inaudible. Blanca, entonces, adoptó un tono meloso, casi infantil, que a Fernando le provocó un visible fastidio. Por fin, ella colgó y, al voltear, se topó con la mirada inquisitiva de su hermano, que se había sentado en una silla junto a la cama.—¿Quién era? —preguntó Fernando.Blanca captó enseguida la intención de la pregunta, pero se hizo la desentendida:—¿Quién era qué?Fernando
Blanca empujó a Fernando con impaciencia, obligándolo a ponerse de pie y acercarse a Daisy.—¡Vamos, díselo!Justo cuando Fernando iba a hablar, Daisy se le adelantó:—Blanca, él no sabe mentir. No le insistas.—Cuñada, te lo juro, mi hermano ya no siente nada por Frigg —afirmó Blanca con vehemencia—. ¿Acaso no sabes que Frigg y su madre van a ser condenadas? —Luego apuntó con el dedo a Fernando—. ¡Fue cosa de mi hermano! Si aún las quisiera, ¿por qué meterlas a la cárcel?—Blanca… —Daisy la interrumpió con serenidad—. Si no escuché mal, al entrar te oí decir que él debía confesar que lamenta haberse divorciado. ¿Y qué respondió?Los ojos de Daisy se posaron en Fernando, repitiendo con lentitud cada sílaba:—"Nunca".—¡Es que mi hermano es más terco que una mula! —se defendió Blanca, desesperada—. Siempre habla con el orgullo por delante. Claro que se arrepiente, pero le da vergüenza admitirlo. Si no me crees, puedes llamarla a mi abuela. Hace apenas unos días él estuvo hablando largo