Camila miró a su madre con tristeza.—Madre, vine a despedirme de usted… —dijo Camila con la voz entrecortada.Su madre la miró con el corazón apretado.—¿Despedirte? ¿A dónde piensas ir, hija?—Tengo pensado viajar —respondió Camila, tratando de sonar firme—. Si me quedo aquí, es posible que Alejandro aparezca en cualquier momento.—¿Y si lo hace?Camila suspiró, desviando la mirada.—Si llega a venir, dile que me fui… y que no sabes dónde estoy. Dile que no me busque, que haga como si yo nunca hubiera existido para él.Su madre negó con la cabeza, con los ojos llenos de preocupación.—Hija, ¿estás segura de esto?Camila le tomó las manos y le dedicó una sonrisa triste.—Sí, mamá… Es lo mejor.La mujer la abrazó con fuerza, sintiendo que su niña se le escapaba de las manos.—Nos veremos pronto, madre. Te enviaré a buscar cuando me sienta segura en algún lugar de este mundo.Su madre la abrazó con fuerza, como si no quisiera soltarla.—Está bien, hija… Pero por favor, cuídate mucho. Y
La pequeña frotó sus ojitos somnolientos mientras caminaba hacia su madre.—Mamá, aquí estoy… —murmuró con voz adormilada.La madre de Camila la cargó con ternura, pero la niña alzó la vista y abrió los ojos con sorpresa al reconocer a Alejandro.—¿Eres tú, Alejandro?Alejandro se acerco un poco y le sonrió.—Hola, pequeña. ¿Cómo estás?La niña bajó la mirada con tristeza.—Estoy muy triste… Mi mamá me dijo que mi hermana se fue y no sabremos cuándo volverá…El pecho de Alejandro se oprimió al ver la angustia en los ojos inocentes de la niña. Sin pensarlo dos veces, la tomó en sus brazos y le dio un beso en la frente.—No te preocupes, yo buscaré a tu hermana y la traeré de vuelta. Ya lo verás —prometió con firmeza.La niña lo miró fijamente, como si intentara descifrar si decía la verdad, y luego frunció el ceño con inocente seriedad.—Alejandro… ¿Tú ya no quieres a mi hermana?El corazón de Alejandro se detuvo por un segundo ante esa pregunta.—Yo… —balbuceó, sin saber cómo responde
Pasaron seis meses desde que Camila desapareció de la vida de Alejandro. Ahora ella se encontraba en Los Ángeles, un lugar completamente nuevo para ella. Llegó sin conocer a nadie, con su nueva identidad, y con la firme decisión de comenzar desde cero.Después de varios intentos, consiguió trabajo como secretaria en una empresa de construcción. No era el trabajo de sus sueños, pero era lo único que podía hacer, ya que no logró terminar sus pasantías en la empresa de Alejandro. Su labor consistía en archivar documentos, algo sencillo y discreto, justo lo que necesitaba para mantenerse fuera del radar de cualquiera que pudiera reconocerla.Una mañana, como cualquier otra, llegó a la empresa. Llevaba un par de carpetas en la mano y revisaba unos papeles cuando, sin darse cuenta, tropezó con alguien.Adrien García ingresó al edificio con su usual porte imponente. Sus zapatos resonaban en el mármol pulido mientras se dirigía al ascensor. Su expresión era seria, como siempre. No le gustaban
La luz del atardecer entraba suavemente por los ventanales de la mansión Ferrer, iluminando la lujosa sala donde Alejandro estaba sentado junto a sus padres. Un silencio tenso flotaba en el aire.Isabela, con las manos entrelazadas sobre su regazo, miró fijamente a su hijo antes de hablar.—Hijo, ya han pasado seis meses desde que Camila se fue. ¿Has pensado en iniciar el proceso de divorcio?Alejandro se tensó. Sus manos se cerraron en puños sobre sus rodillas.—Madre, no quiero tocar ese tema contigo ni con nadie —respondió con voz fría, evitando su mirada.Carlos, su padre, suspiró y bebió un sorbo de su whisky, observando a su hijo con calma, pero sin intervenir.Isabela insistió, su voz cargada de preocupación:—Margaret está esperando que te cases con ella, Alejandro. Juntos pueden criar a su hijo, darle estabilidad. Debes pensar en el bebé.Alejandro cerró los ojos por un momento y apretó la mandíbula.—Madre, ya tomé una decisión sobre eso.—¿Y cuál es? —preguntó ella, incliná
Alejandro y Margaret salieron del hospital. Ella estaba radiante de felicidad, con una mano sobre su vientre mientras caminaba junto a él.—Cuando nazca el bebé, nos casaremos, ¿verdad? —preguntó, deteniéndose para mirarlo a los ojos con ilusión.Alejandro se giró lentamente hacia ella. Sus facciones seguían serias, pero asintió con calma.—Claro que sí, Margaret.El rostro de ella se iluminó con una sonrisa.—Me alegra escucharlo.Alejandro miró hacia la calle, parecía estar perdido en sus pensamientos cuando Margaret tomó su brazo con entusiasmo.—¿Sabes? Debería mudarme hoy mismo a la mansión —sugirió—. Así podrías estar más pendiente de nuestro hijo.Alejandro desvió la mirada hacia ella. No había esperado que lo propusiera tan pronto, pero después de lo que acababan de escuchar en la consulta, supuso que tenía sentido.—Sí, tienes razón —dijo sin mucho entusiasmo—. Será mejor que estés cerca en estos últimos meses.Antes de que pudiera reaccionar, Margaret se lanzó a sus brazos y
Cuando el auto de Alejandro se detuvo frente a la Mansión Ferrer, Margaret bajó con una sonrisa triunfal. Alejandro, en cambio, parecía sumido en sus pensamientos.Apenas cruzaron la puerta, Isabela los recibió con una expresión amable pero inquisitiva.—¡Hola, Isabel! —dijo Margaret con entusiasmo, acercándose para saludarla.—Hola, cariño —respondió Isabela con una sonrisa cortés, aunque su mirada se posó de inmediato en su hijo—. Dime, cómo está mi nieto? ¿Cómo salió el ultrasonido?Margaret, emocionada, tomó la mano de Isabela y la colocó sobre su vientre.—Está perfectamente bien. La doctora dijo que todo está en orden y que es un varón. ¡Tu nieto es fuerte y se mueve mucho!—Un niño… —susurró Isabela, visiblemente emocionada—. Qué bendición.Volvió la mirada hacia Alejandro, pero este seguía inexpresivo, como si su mente estuviera en otro lugar.—¿Y tú, hijo? —preguntó con suavidad—. ¿No estás emocionado?Alejandro levantó la vista, saliendo de sus pensamientos.—Sí… claro —resp
Alejandro llegó a la empresa con paso firme. Su rostro reflejaba el cansancio y la frustración que lo acompañaban desde hacía meses. Apenas entró en el edificio, su secretaria intentó hablarle, pero él solo levantó una mano en señal de que no lo molestaran. Ricardo lo esperaba en su oficina.Al abrir la puerta, lo vio sentado en el sofá, con un sobre en la mano y una expresión seria en el rostro.—Dime que tienes noticias. —Alejandro cerró la puerta tras de sí y se dirigió a su escritorio.—Sí… pero no sé si te van a gustar.—Habla de una vez, Ricardo.Ricardo exhaló pesadamente y extendió el sobre.—Aquí tienes. Estas son fotos tomadas desde el día que Camila salió de la mansión y del lugar al que fue.**Alejandro frunció el ceño mientras abría el sobre y sacaba las fotografías. Su expresión cambió de inmediato. Sus manos apretaron con fuerza las imágenes, y su mandíbula se tensó.—¿Qué demonios es esto?En las fotos, Camila estaba sentada en una cafetería, y frente a ella, Andrés. S
Andrés subió a su auto a toda prisa. Sus manos temblaban levemente mientras encendía el motor y pisaba el acelerador. Su única preocupación en ese momento era su hija.El tráfico parecía ir más lento de lo habitual, lo que aumentaba su desesperación. Golpeó el volante con frustración y su respiración se aceleró.De repente, su teléfono sonó. Miró la pantalla y se sorprendió al ver el nombre de Camila. A pesar de la urgencia de su situación, no dudó en contestar.—¿Aló? —respondió con la voz tensa.—Hola, Andrés. ¿Cómo estás?Andrés suspiró, intentando sonar calmado.—Bien... y tú?—También. Te llamo para darte las gracias... —hizo una breve pausa— y también para pedirte un favor.Andrés frunció el ceño, aún con una mano en el volante y la otra sosteniendo el teléfono.—Dime, Camila. ¿En qué puedo ayudarte?—Quería saber si puedes ayudarme a traer a mi madre de visita.Andrés sintió un nudo en el estómago. No solo Alejandro estaba tras los pasos de Camila, sino que ahora ella buscaba t