Alejandro llegó a la empresa con paso firme. Su rostro reflejaba el cansancio y la frustración que lo acompañaban desde hacía meses. Apenas entró en el edificio, su secretaria intentó hablarle, pero él solo levantó una mano en señal de que no lo molestaran. Ricardo lo esperaba en su oficina.Al abrir la puerta, lo vio sentado en el sofá, con un sobre en la mano y una expresión seria en el rostro.—Dime que tienes noticias. —Alejandro cerró la puerta tras de sí y se dirigió a su escritorio.—Sí… pero no sé si te van a gustar.—Habla de una vez, Ricardo.Ricardo exhaló pesadamente y extendió el sobre.—Aquí tienes. Estas son fotos tomadas desde el día que Camila salió de la mansión y del lugar al que fue.**Alejandro frunció el ceño mientras abría el sobre y sacaba las fotografías. Su expresión cambió de inmediato. Sus manos apretaron con fuerza las imágenes, y su mandíbula se tensó.—¿Qué demonios es esto?En las fotos, Camila estaba sentada en una cafetería, y frente a ella, Andrés. S
Andrés subió a su auto a toda prisa. Sus manos temblaban levemente mientras encendía el motor y pisaba el acelerador. Su única preocupación en ese momento era su hija.El tráfico parecía ir más lento de lo habitual, lo que aumentaba su desesperación. Golpeó el volante con frustración y su respiración se aceleró.De repente, su teléfono sonó. Miró la pantalla y se sorprendió al ver el nombre de Camila. A pesar de la urgencia de su situación, no dudó en contestar.—¿Aló? —respondió con la voz tensa.—Hola, Andrés. ¿Cómo estás?Andrés suspiró, intentando sonar calmado.—Bien... y tú?—También. Te llamo para darte las gracias... —hizo una breve pausa— y también para pedirte un favor.Andrés frunció el ceño, aún con una mano en el volante y la otra sosteniendo el teléfono.—Dime, Camila. ¿En qué puedo ayudarte?—Quería saber si puedes ayudarme a traer a mi madre de visita.Andrés sintió un nudo en el estómago. No solo Alejandro estaba tras los pasos de Camila, sino que ahora ella buscaba t
Hospital Central - Sala de EmergenciasLas puertas de la ambulancia se abrieron de golpe y los paramédicos bajaron la camilla a toda prisa.—¡Necesitamos asistencia! —gritó uno de ellos mientras empujaban la camilla por los pasillos fríos del hospital.Andrés corría a su lado, sujetando la manita de su hija.—Papá está aquí, mi amor. Todo va a estar bien, ¿me escuchas?Los ojos de la niña apenas se abrían. Su respiración era cada vez más débil.Sandra lloraba sin control, apretando la bata de un médico que les salió al paso.—¡Por favor, doctor, haga algo!—Tranquilos, la estabilizaremos. Necesitamos espacio.Dos enfermeras se interpusieron entre Andrés y la camilla, impidiendo que entrara a la sala.—Señor, debe esperar afuera.—¡Pero ella me necesita! —Andrés intentó avanzar, pero un enfermero lo detuvo con firmeza.La puerta de la sala de emergencias se cerró y en ese instante, todo el peso de la situación cayó sobre sus hombros.No podía hacer nada.Se apoyó contra la pared y dejó
Sandra y Andrés permanecieron junto a su hija todo el tiempo permitido, sin soltarle la mano ni un solo segundo. Ambos parecían haberse olvidado del mundo exterior.De pronto, la puerta se abrió y una enfermera se acercó con voz suave pero firme.—Señor Ferrer, señora Sandoval, es hora de salir. La niña necesita descansar y los médicos seguirán monitoreándola.Andrés y Sandra se miraron por un instante antes de asentir lentamente.Sandra besó la frente de su hija con ternura, dejando caer una lágrima sobre su piel.—Descansa, mi amor. Mamá estará aquí cuando despiertes.Andrés, con el corazón encogido, pasó los dedos por el cabello de su hija y apretó suavemente su mano una última vez.—Te amo, princesa. Vas a estar bien.Ambos se pusieron de pie y, sin darse cuenta, sus manos se entrelazaron en un gesto de apoyo mutuo.Caminaron en silencio hasta salir de la unidad de cuidados intensivos.En cuanto cruzaron la puerta, una escena inesperada los detuvo en seco.Óscar y Emma estaban all
Habitación de la PequeñaAlejandro se quedó observando a la niña por unos segundos, luego levantó la mirada hacia Andrés, quien lo miraba con desconfianza.—¿Qué dicen los doctores? —preguntó con voz firme, pero sin la arrogancia de siempre.Andrés suspiró y se pasó una mano por el rostro, claramente agotado.—Lograron estabilizarla, pero… —hizo una pausa, como si le costara decirlo— aún no saben qué la provocó esta fiebre tan alta. Le están haciendo exámenes, pero hasta ahora no tienen respuestas concretas.Alejandro frunció el ceño. No le gustaba esa incertidumbre.—¿Cuánto tiempo más hay que esperar?Sandra, que había permanecido en silencio todo este tiempo, intervino con voz temblorosa:—El doctor dijo que en unas horas tendrán los primeros resultados… pero si la fiebre vuelve a subir, podrían trasladarla a terapia intensiva.Alejandro sintió un nudo en el estómago. No conocía a la niña, ni tenía lazos afectivos con ella, pero la sola idea de que un ser tan pequeño estuviera en
Oficina de Adrien – Encuentro con JoséAdrien revisaba unos documentos en su oficina cuando su secretaria llamó a la puerta.—Señor Garcías, su amigo José ha llegado.Adrien levantó la mirada con una leve sonrisa.—Hazlo pasar.Unos segundos después, José entró con su característico aire despreocupado. Se veían mutuamente después de mucho tiempo, pero la confianza seguía intacta.—¡Cómo estás, amigo! —saludó José con energía.Adrien se levantó de su asiento y lo recibió con un fuerte abrazo.—¡José! Tanto tiempo. ¿Cuándo llegaste?—Ayer, pero estaba agotado. Ni fuerzas tuve para llamarte.—Eso explica por qué no supe nada de ti —dijo Adrien con una sonrisa—. Pero dime, ¿cómo estuvo el viaje?José se dejó caer en una de las sillas frente al escritorio.—Largo… pero provechoso. Y tú, ¿qué tal va todo?Adrien tomó asiento de nuevo y exhaló con satisfacción.—Bien, amigo. La empresa sigue creciendo. Estamos expandiéndonos más cada día.José asintió con interés.—Eso me gusta escuchar. Sab
Oficina de Adrien – Una decisión apresuradaAdrien tomó el comunicador y presionó el botón para comunicarse con Recursos Humanos. Su paciencia estaba al límite y necesitaba resolver el problema cuanto antes.—¿Sí, señor Garcías? —contestó una voz masculina al otro lado de la línea.—Necesito una secretaria con urgencia —dijo Adrien con tono firme—. Envíame a alguien de inmediato con su expediente en mano.—Sí, señor. Me encargo de inmediato.Adrien colgó y apoyó los codos sobre el escritorio. Se pasó una mano por el rostro, sintiendo la tensión en sus sienes. No tenía tiempo para entrenar a alguien nuevo, y lo último que necesitaba era una persona incompetente que retrasara su trabajo.Mientras cavilaba sobre su dilema, el jefe de Recursos Humanos estaba sumido en su propio dilema. Miró a su alrededor y evaluó rápidamente a los empleados disponibles. De pronto, su mirada se detuvo en una joven que trabajaba meticulosamente en su escritorio.Camila Morales… o más bien, Valentina Suárez
Camila se sentó en su nuevo escritorio y dejó escapar un suspiro. Sus manos recorrieron lentamente la superficie, observando los documentos que Patricia había dejado organizados. Todo estaba en su lugar, impecable… como debía estar.Pero su mente la traicionó.Recordó.Recordó su primer día en la empresa Ferrer. Recordó la impresión que le causó ver a Alejandro en persona, la confusión, los encuentros tensos, y… lo que vino después.Una punzada de dolor le atravesó el pecho. No podía evitarlo.Sintió la calidez de una lágrima deslizándose por su mejilla. Una sola.Rápidamente se la limpió con el dorso de la mano y respiró hondo. No. No podía permitirse esto.Se enderezó en su asiento y se dijo en voz baja:—Tú puedes con esto, Camila. Es solo temporal.Con un último respiro profundo, tomó el primer expediente y comenzó a leer. Era hora de trabajar.Después de dos horas de trabajo, Camila tomó el comunicador con un poco de nerviosismo. Apretó el botón y habló con voz firme:—Señor Garc