Pasaron seis meses desde que Camila desapareció de la vida de Alejandro. Ahora ella se encontraba en Los Ángeles, un lugar completamente nuevo para ella. Llegó sin conocer a nadie, con su nueva identidad, y con la firme decisión de comenzar desde cero.Después de varios intentos, consiguió trabajo como secretaria en una empresa de construcción. No era el trabajo de sus sueños, pero era lo único que podía hacer, ya que no logró terminar sus pasantías en la empresa de Alejandro. Su labor consistía en archivar documentos, algo sencillo y discreto, justo lo que necesitaba para mantenerse fuera del radar de cualquiera que pudiera reconocerla.Una mañana, como cualquier otra, llegó a la empresa. Llevaba un par de carpetas en la mano y revisaba unos papeles cuando, sin darse cuenta, tropezó con alguien.Adrien García ingresó al edificio con su usual porte imponente. Sus zapatos resonaban en el mármol pulido mientras se dirigía al ascensor. Su expresión era seria, como siempre. No le gustaban
La luz del atardecer entraba suavemente por los ventanales de la mansión Ferrer, iluminando la lujosa sala donde Alejandro estaba sentado junto a sus padres. Un silencio tenso flotaba en el aire.Isabela, con las manos entrelazadas sobre su regazo, miró fijamente a su hijo antes de hablar.—Hijo, ya han pasado seis meses desde que Camila se fue. ¿Has pensado en iniciar el proceso de divorcio?Alejandro se tensó. Sus manos se cerraron en puños sobre sus rodillas.—Madre, no quiero tocar ese tema contigo ni con nadie —respondió con voz fría, evitando su mirada.Carlos, su padre, suspiró y bebió un sorbo de su whisky, observando a su hijo con calma, pero sin intervenir.Isabela insistió, su voz cargada de preocupación:—Margaret está esperando que te cases con ella, Alejandro. Juntos pueden criar a su hijo, darle estabilidad. Debes pensar en el bebé.Alejandro cerró los ojos por un momento y apretó la mandíbula.—Madre, ya tomé una decisión sobre eso.—¿Y cuál es? —preguntó ella, incliná
Alejandro y Margaret salieron del hospital. Ella estaba radiante de felicidad, con una mano sobre su vientre mientras caminaba junto a él.—Cuando nazca el bebé, nos casaremos, ¿verdad? —preguntó, deteniéndose para mirarlo a los ojos con ilusión.Alejandro se giró lentamente hacia ella. Sus facciones seguían serias, pero asintió con calma.—Claro que sí, Margaret.El rostro de ella se iluminó con una sonrisa.—Me alegra escucharlo.Alejandro miró hacia la calle, parecía estar perdido en sus pensamientos cuando Margaret tomó su brazo con entusiasmo.—¿Sabes? Debería mudarme hoy mismo a la mansión —sugirió—. Así podrías estar más pendiente de nuestro hijo.Alejandro desvió la mirada hacia ella. No había esperado que lo propusiera tan pronto, pero después de lo que acababan de escuchar en la consulta, supuso que tenía sentido.—Sí, tienes razón —dijo sin mucho entusiasmo—. Será mejor que estés cerca en estos últimos meses.Antes de que pudiera reaccionar, Margaret se lanzó a sus brazos y
Cuando el auto de Alejandro se detuvo frente a la Mansión Ferrer, Margaret bajó con una sonrisa triunfal. Alejandro, en cambio, parecía sumido en sus pensamientos.Apenas cruzaron la puerta, Isabela los recibió con una expresión amable pero inquisitiva.—¡Hola, Isabel! —dijo Margaret con entusiasmo, acercándose para saludarla.—Hola, cariño —respondió Isabela con una sonrisa cortés, aunque su mirada se posó de inmediato en su hijo—. Dime, cómo está mi nieto? ¿Cómo salió el ultrasonido?Margaret, emocionada, tomó la mano de Isabela y la colocó sobre su vientre.—Está perfectamente bien. La doctora dijo que todo está en orden y que es un varón. ¡Tu nieto es fuerte y se mueve mucho!—Un niño… —susurró Isabela, visiblemente emocionada—. Qué bendición.Volvió la mirada hacia Alejandro, pero este seguía inexpresivo, como si su mente estuviera en otro lugar.—¿Y tú, hijo? —preguntó con suavidad—. ¿No estás emocionado?Alejandro levantó la vista, saliendo de sus pensamientos.—Sí… claro —resp
Alejandro llegó a la empresa con paso firme. Su rostro reflejaba el cansancio y la frustración que lo acompañaban desde hacía meses. Apenas entró en el edificio, su secretaria intentó hablarle, pero él solo levantó una mano en señal de que no lo molestaran. Ricardo lo esperaba en su oficina.Al abrir la puerta, lo vio sentado en el sofá, con un sobre en la mano y una expresión seria en el rostro.—Dime que tienes noticias. —Alejandro cerró la puerta tras de sí y se dirigió a su escritorio.—Sí… pero no sé si te van a gustar.—Habla de una vez, Ricardo.Ricardo exhaló pesadamente y extendió el sobre.—Aquí tienes. Estas son fotos tomadas desde el día que Camila salió de la mansión y del lugar al que fue.**Alejandro frunció el ceño mientras abría el sobre y sacaba las fotografías. Su expresión cambió de inmediato. Sus manos apretaron con fuerza las imágenes, y su mandíbula se tensó.—¿Qué demonios es esto?En las fotos, Camila estaba sentada en una cafetería, y frente a ella, Andrés. S
Andrés subió a su auto a toda prisa. Sus manos temblaban levemente mientras encendía el motor y pisaba el acelerador. Su única preocupación en ese momento era su hija.El tráfico parecía ir más lento de lo habitual, lo que aumentaba su desesperación. Golpeó el volante con frustración y su respiración se aceleró.De repente, su teléfono sonó. Miró la pantalla y se sorprendió al ver el nombre de Camila. A pesar de la urgencia de su situación, no dudó en contestar.—¿Aló? —respondió con la voz tensa.—Hola, Andrés. ¿Cómo estás?Andrés suspiró, intentando sonar calmado.—Bien... y tú?—También. Te llamo para darte las gracias... —hizo una breve pausa— y también para pedirte un favor.Andrés frunció el ceño, aún con una mano en el volante y la otra sosteniendo el teléfono.—Dime, Camila. ¿En qué puedo ayudarte?—Quería saber si puedes ayudarme a traer a mi madre de visita.Andrés sintió un nudo en el estómago. No solo Alejandro estaba tras los pasos de Camila, sino que ahora ella buscaba t
Hospital Central - Sala de EmergenciasLas puertas de la ambulancia se abrieron de golpe y los paramédicos bajaron la camilla a toda prisa.—¡Necesitamos asistencia! —gritó uno de ellos mientras empujaban la camilla por los pasillos fríos del hospital.Andrés corría a su lado, sujetando la manita de su hija.—Papá está aquí, mi amor. Todo va a estar bien, ¿me escuchas?Los ojos de la niña apenas se abrían. Su respiración era cada vez más débil.Sandra lloraba sin control, apretando la bata de un médico que les salió al paso.—¡Por favor, doctor, haga algo!—Tranquilos, la estabilizaremos. Necesitamos espacio.Dos enfermeras se interpusieron entre Andrés y la camilla, impidiendo que entrara a la sala.—Señor, debe esperar afuera.—¡Pero ella me necesita! —Andrés intentó avanzar, pero un enfermero lo detuvo con firmeza.La puerta de la sala de emergencias se cerró y en ese instante, todo el peso de la situación cayó sobre sus hombros.No podía hacer nada.Se apoyó contra la pared y dejó
Sandra y Andrés permanecieron junto a su hija todo el tiempo permitido, sin soltarle la mano ni un solo segundo. Ambos parecían haberse olvidado del mundo exterior.De pronto, la puerta se abrió y una enfermera se acercó con voz suave pero firme.—Señor Ferrer, señora Sandoval, es hora de salir. La niña necesita descansar y los médicos seguirán monitoreándola.Andrés y Sandra se miraron por un instante antes de asentir lentamente.Sandra besó la frente de su hija con ternura, dejando caer una lágrima sobre su piel.—Descansa, mi amor. Mamá estará aquí cuando despiertes.Andrés, con el corazón encogido, pasó los dedos por el cabello de su hija y apretó suavemente su mano una última vez.—Te amo, princesa. Vas a estar bien.Ambos se pusieron de pie y, sin darse cuenta, sus manos se entrelazaron en un gesto de apoyo mutuo.Caminaron en silencio hasta salir de la unidad de cuidados intensivos.En cuanto cruzaron la puerta, una escena inesperada los detuvo en seco.Óscar y Emma estaban all