Camila subió al auto y el chofer arrancó de inmediato. Durante todo el trayecto, su mente iba a mil por hora. Su corazón latía con fuerza y sentía un nudo en la garganta, pero se obligó a mantener la compostura.Al llegar a la mansión, bajó del auto y respiró hondo antes de entrar. Apenas cruzó la puerta, vio a Isabel esperándola en el vestíbulo.—Hola, Camila —dijo la mujer con suavidad—. Por tu cara veo que ya te enteraste de todo.Camila la miró con frialdad.—Sí. Margaret me dijo que está embarazada —su voz sonó firme, pero sus manos estaban tensas—. Usted debe estar feliz… la felicito, va a ser abuela.Isabel suspiró y dio un paso hacia ella, pero Camila no se movió.—Camila, yo sé que al principio te dije que no eras suficiente mujer para mi hijo, pero…—No hace falta que me explique, señora —la interrumpió Camila con una sonrisa amarga—. Esto es solo un contrato… y termina hoy mismo.Isabel abrió la boca, pero Camila ya había dado media vuelta y subía las escaleras con paso fir
Alejandro estaba en su oficina, esperando a Margaret. Su paciencia estaba al límite. En ese momento, su secretaria habló a través del intercomunicador.—Señor, la señorita Margaret está aquí.—Hazla pasar —respondió con frialdad.La puerta se abrió y Margaret entró con su característico porte elegante. Su mirada destilaba seguridad mientras se sentaba frente a él. Alejandro la observó con el ceño fruncido, cruzando los brazos sobre su pecho.—Bien, ¿me puedes explicar cómo es que todo el mundo sabe de esto y yo soy el último en enterarme? —preguntó con dureza.Margaret suspiró, fingiendo inocencia.—No sé cómo sucedió, Alejandro. Además, sabes muy bien que soy modelo y que los periodistas siempre están encima de mí.Alejandro la fulminó con la mirada.—Entonces, ¿quiere decir que realmente estás embarazada?Ella sonrió con suficiencia.—Así es. No pensaba decirte nada…Alejandro soltó una risa amarga y negó con la cabeza.—Por favor, Margaret… te conozco demasiado bien. Siempre quisis
Pasaron unas horas y ya camila tenía su nueva identidad en sus manos. ella las miró y se dijo a sí misma ya es hora de empezar una nueva vida lejos de Alejandro.—No tendré ningún problema con esta nueva identidad.—dijo camila con su mirada en Andrés.— podré viajar tranquila sin que nadie sospeche de mi.Andrés asintió, entendiendo perfectamente lo que Camila—ahora Valentina Suárez—quería decir.—Lo entiendo —respondió con seriedad—. Entonces, ¿ya tienes un destino en mente?Camila miró su pasaporte nuevo y suspiró.—Quiero ir a un lugar donde nadie me conozca, donde pueda empezar de cero sin que me persigan los fantasmas del pasado.—¿Europa? ¿Sudamérica? —preguntó Andrés, con una mezcla de curiosidad y preocupación.—No lo sé aún —dijo ella—. Solo quiero desaparecer un tiempo.Andrés la miró con intensidad y tomó su mano con delicadeza.—Si en algún momento necesitas ayuda, solo llámame. No importa dónde estés, iré por ti.Camila sonrió con gratitud.—Gracias, Andrés. Has hecho más
Los periodistas ajustaron sus micrófonos y cámaras, listos para transmitir la conferencia en vivo. Ricardo hizo una señal con la mano, indicando que todo estaba preparado.Alejandro entró con paso firme, acompañado de Margaret, su padre Carlos y su tío Óscar. Sin decir una palabra, tomó una silla y la acercó para que Margaret se sentara. Luego, él se acomodó a su lado.El murmullo en la sala se detuvo cuando uno de los periodistas, sosteniendo su micrófono, habló en voz alta:—Estamos listos. En tres... dos... uno… ¡Al aire!Todas las cámaras enfocaron a Alejandro y Margaret, esperando la declaración oficial.—Señor Ferrer —preguntó el mismo periodista—, el mundo quiere saber la verdad. ¿Es cierto que Margaret está esperando un hijo suyo?El silencio fue ensordecedor. Todas las miradas estaban puestas en Alejandro, esperando su respuesta.Alejandro tomó aire profundamente, apretó los puños sobre la mesa y miró fijamente a los periodistas. Luego, con voz firme, dijo:—Sí, es cierto. Ma
Camila miró a su madre con tristeza.—Madre, vine a despedirme de usted… —dijo Camila con la voz entrecortada.Su madre la miró con el corazón apretado.—¿Despedirte? ¿A dónde piensas ir, hija?—Tengo pensado viajar —respondió Camila, tratando de sonar firme—. Si me quedo aquí, es posible que Alejandro aparezca en cualquier momento.—¿Y si lo hace?Camila suspiró, desviando la mirada.—Si llega a venir, dile que me fui… y que no sabes dónde estoy. Dile que no me busque, que haga como si yo nunca hubiera existido para él.Su madre negó con la cabeza, con los ojos llenos de preocupación.—Hija, ¿estás segura de esto?Camila le tomó las manos y le dedicó una sonrisa triste.—Sí, mamá… Es lo mejor.La mujer la abrazó con fuerza, sintiendo que su niña se le escapaba de las manos.—Nos veremos pronto, madre. Te enviaré a buscar cuando me sienta segura en algún lugar de este mundo.Su madre la abrazó con fuerza, como si no quisiera soltarla.—Está bien, hija… Pero por favor, cuídate mucho. Y
La pequeña frotó sus ojitos somnolientos mientras caminaba hacia su madre.—Mamá, aquí estoy… —murmuró con voz adormilada.La madre de Camila la cargó con ternura, pero la niña alzó la vista y abrió los ojos con sorpresa al reconocer a Alejandro.—¿Eres tú, Alejandro?Alejandro se acerco un poco y le sonrió.—Hola, pequeña. ¿Cómo estás?La niña bajó la mirada con tristeza.—Estoy muy triste… Mi mamá me dijo que mi hermana se fue y no sabremos cuándo volverá…El pecho de Alejandro se oprimió al ver la angustia en los ojos inocentes de la niña. Sin pensarlo dos veces, la tomó en sus brazos y le dio un beso en la frente.—No te preocupes, yo buscaré a tu hermana y la traeré de vuelta. Ya lo verás —prometió con firmeza.La niña lo miró fijamente, como si intentara descifrar si decía la verdad, y luego frunció el ceño con inocente seriedad.—Alejandro… ¿Tú ya no quieres a mi hermana?El corazón de Alejandro se detuvo por un segundo ante esa pregunta.—Yo… —balbuceó, sin saber cómo responde
El Legado de Don Alfonso El viento frío soplaba entre los árboles del cementerio, sacudiendo las hojas secas que crujían bajo los pies de quienes asistían al último adiós. Alejandro Ferrer permanecía en silencio, observando cómo el ataúd de su abuelo, Don Alfonso Ferrer, descendía lentamente hacia su tumba. La expresión en su rostro era tan rígida como siempre; no había lágrimas en sus ojos, aunque el peso de la pérdida lo aplastaba por dentro. Alejandro, de treinta y tres años, había aprendido desde joven a no mostrar sus emociones. Era un hombre fuerte, calculador y con un temperamento frío que lo convertía en un líder implacable en los negocios. Su abuelo había sido su modelo a seguir, el hombre que le había enseñado a no depender de nadie, a ser independiente y a tomar el control. Ahora, todo lo que quedaba de Don Alfonso era una pesada herencia: no solo la empresa familiar, sino también el vacío que dejaba en cada uno de los miembros de la familia. A su lado, sus padres, Carl
El restaurante al que Ricardo había llevado a Alejandro era uno de los lugares más exclusivos de la ciudad, conocido por su discreción y elegancia. A pesar de la tranquilidad que ofrecía el lugar, Alejandro seguía inquieto. Ni siquiera el olor a comida recién preparada lograba aliviar la presión que sentía en el pecho. No era solo la pérdida de su abuelo, sino todo lo que implicaba la herencia que ahora recaía sobre él. —Relájate, hombre —dijo Ricardo mientras los dos se sentaban en una mesa junto a la ventana—. Una comida no va a arreglar todo, pero al menos te sacará de esa nube oscura en la que te has metido. Alejandro no respondió, solo asintió, su mente todavía enfocada en los pendientes que lo esperaban en la oficina. Sin embargo, decidió hacer un esfuerzo aunque fuera por unos minutos. —Voy al baño un segundo —dijo Alejandro, levantándose de la mesa. Caminó con paso firme hacia la parte trasera del restaurante, intentando organizar sus pensamientos. Mientras regresaba, dis