La noche seguía envolviendo la casa en un manto de calma y misterio. Afuera, el viento susurraba entre los árboles, y la luna bañaba todo con su luz plateada. Dentro de ese pequeño cuarto, Alejandro e Irma compartían un silencio que no era incómodo, sino cargado de sentimientos profundos.Alejandro acariciaba lentamente el cabello de Irma, quien descansaba sobre su pecho, con los ojos cerrados y la respiración acompañada. Se sintió extraño, diferente. Había compartido su cuerpo antes, pero esta vez… esta vez era como si algo más se hubiera unido entre ellos.Pasó su mano una vez más por la suave cabellera de Irma, respirando su aroma, hasta que, sin poder contenerse, rompió el silencio.—Irma —murmuró, su voz ronca y suave a la vez—, ¿puedo hacerte una pregunta?Ella levantó la vista, sonriéndole con ternura.—Claro que sí —respondió—. Todas las preguntas que tú quieras.Alejandro tragó saliva, buscando las palabras correctas.—Cuando me dijiste que sabías lo que era perder a la perso
La mañana amaneció tibia, con un sol suave que se filtraba a través de las grandes ventanas del comedor. El aroma del café recién hecho flotaba en el aire, mezclado con el dulce olor a pan tostado y frutas frescas.Camila estaba sentada en una de las sillas de madera tallada, vestida con un sencillo vestido blanco que resaltaba su pureza y fragilidad. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su rostro, aún con un halo de melancolía, se iluminaba tenuemente mientras hojeaba una revista de jardinería. Frente a ella, Adrien la observaba en silencio, sosteniendo una taza de café entre sus manos.No podía evitar mirarla con adoración. Para él, verla allí, viva y respirando, era un regalo que el destino le había permitido conservar a la fuerza de sacrificios que nadie más conocía.En un momento, dejó su taza a un lado y le tomó la mano con suavidad. Camila, al sentir el contacto, levantó la mirada y le dedicó una sonrisa dulce, aunque en sus ojos se escondía un brillo de tristez
El sol de la mañana se filtraba cálidamente a través de los ventanales, acariciando las paredes del salón principal. Camila, vestida con un sencillo vestido color crema que resaltaba la dulzura de su rostro, caminaba despacio por el jardín. Sus pasos eran lentos, casi pensativos, mientras el murmullo de las hojas y el aroma fresco de las flores la envolvían.Mientras tanto, el médico, un hombre de mediana edad de mirada serena y modales pausados, cruzaba el portón principal acompañado por una sirvienta. Al verlo, Camila interrumpió su paseo y se acercó con una sonrisa ligera.—Buenos días, doctor —saludó ella, con una inclinación suave de cabeza.El doctor, ajustándose ligeramente los lentes sobre su nariz, le devolvió la sonrisa.—Buenos días, señora Camila. Me alegra verla de pie y, si me permite decirlo, la veo mucho mejor… Su semblante ha cambiado.Camila bajó la mirada un instante, algo avergonzada, y luego respondió:—Gracias, doctor. La verdad… sí, me siento mejor.Ambos camina
Camila atravesó el umbral de su habitación con pasos apresurados, el corazón latiéndole desbocado en el pecho. Cerró la puerta con brusquedad y corrió hacia la cama. Sin preocuparse por nada más, se dejó caer de bruces sobre el colchón, hundiendo el rostro en una de las almohadas. La presionada con fuerza entre sus brazos como si eso pudiera sofocar el dolor que la consumía.Un grito desgarrador escapó de sus labios, ahogado contra la suavidad de la tela. No quería que nadie la oyera. No quería mostrar cuán rota estaba por dentro.Mientras tanto, en el salón, Adrien permanecía inmóvil, su mirada clavada en la puerta por donde Camila había desaparecido. Se pasó una mano por la nuca, sintiendo el peso del fracaso caer sobre sus hombros. Alzó los ojos hacia el médico, que guardaba su libreta y su pluma con movimientos tranquilos.—Doctor... —dijo Adrien, su voz áspera de preocupación—. ¿Cree que debería examinarla?El médico negó con la cabeza, su rostro reflejando comprensión.—No es ne
El primer rayo de sol se filtra por la ventana, iluminando de a poco la habitación revuelta. Alejandro abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz que invadía el espacio. Tardó unos segundos en ubicarse. La calidez de un cuerpo ajeno entrelazado al suyo le recordó la realidad que preferiría olvidar.Con sumo cuidado, se deslizó fuera de la cama, procurando no despertar a Irma. Se incorporó despacio, sus pies descalzos tocando el suelo frío. Mientras buscaba su ropa dispersa por la habitación, sus ojos no podían evitar posarse en la joven que dormía plácidamente, una leve sonrisa adornando su rostro.Suspensó pesadamente, llevándose una mano a la nuca en un gesto de frustración.¿Qué demonios hice? —pensó, sintiendo el peso de la culpa oprimiéndole el pecho.Mientras se vestía, cada movimiento le parecía una eternidad. Colocándose la camisa, pasando el cinturón por las trabillas del pantalón, enfundándose en su chaqueta... Todo lo hacía en silencio, intentando no alterar la paz
El reloj de la pared marcaba las nueve de la mañana cuando Álvaro Gutiérrez, sentado tras su imponente escritorio de caoba, hojeaba unos documentos con expresión de fastidio. El despacho estaba en penumbras, iluminado únicamente por la tenue luz que se filtraba a través de las gruesas cortinas de terciopelo. Sobre el bar lateral, varias botellas de licor se destellaban como joyas bajo la escasa iluminación.Mientras Álvaro repasaba los papeles, un golpe seco en la puerta lo sacó de su concentración.—¡Pase! —ordenó con voz grave.La puerta se abrió y uno de sus hombres de confianza, vestido con traje oscuro y mirada inquieta, entró en la habitación.—Señor —dijo inclinando levemente la cabeza en señal de respeto—, hay alguien que desea verlo.Álvaro levantó la vista, irritado por la interrupción.—¿Quién diablos es ese alguien?El hombre tragó saliva antes de responder:—Dice que es amigo de Alejandro Ferrer... y que quiere hablar con usted.Álvaro se incorporó en su asiento, su cuerp
La luz del mediodía entraba a raudales en la oficina de Alejandro Ferrer, iluminando las superficies de cristal y los muebles de líneas elegantes. El murmullo lejano de la ciudad apenas se filtraba a través de los horribles ventanas. Alejandro, sentado en su sillón de cuero negro, hojeaba unos documentos con el ceño fruncido, completamente absorto en su lectura.El sonido de unos nudillos golpeando la puerta lo sacó de su concentración.—¡Pase! —ordenó sin levantar la vista.La puerta se abrió con suavidad y Ricardo Medina entró con paso decidido. Llevaba el saco ligeramente desabotonado y su expresión era una mezcla de cansancio y tensión.—Buenos días —saludó.Alejandro levantó la mirada, notando al instante la gravedad en los ojos de su amigo. Dejó los papeles sobre el escritorio y se incorporaron ligeramente.— ¿Qué tienes? —preguntó, entornando los ojos—. Traes una cara…Ricardo soltó un leve suspiro mientras se acercaba y se dejaba caer pesadamente en uno de los sillones frente
El sol de la tarde entraba en la habitación a través de las persianas entreabiertas, pintando rayas doradas sobre las sábanas blancas. El ambiente era cálido y tranquilo, lleno de una calma que parecía abrazarlo todo. Camila dormía profundamente; su respiración era lenta y pausada, como si su alma hubiera encontrado por fin un pequeño refugio de paz.La botella de medicamentos reposaba sobre la mesita de noche, junto a un vaso de agua medio vacío. Después de tomarlos, el sueño la había vencido, llevándola a un descanso profundo que su cuerpo necesitaba desesperadamente.Pasado un rato, Camila despertó. Sus párpados parpadearon perezosamente antes de abrirse del todo. Soltó un leve suspiro y estiró los brazos sobre la cama, desperezándose con movimientos suaves. Al mirar alrededor, se dio cuenta de que estaba sola en la habitación.Frunciendo el ceño con ligera confusión, apartó las sábanas y se incorporó. El suelo frío acarició sus pies desnudos mientras caminaba hasta el baño contigu