El primer rayo de sol se filtra por la ventana, iluminando de a poco la habitación revuelta. Alejandro abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz que invadía el espacio. Tardó unos segundos en ubicarse. La calidez de un cuerpo ajeno entrelazado al suyo le recordó la realidad que preferiría olvidar.Con sumo cuidado, se deslizó fuera de la cama, procurando no despertar a Irma. Se incorporó despacio, sus pies descalzos tocando el suelo frío. Mientras buscaba su ropa dispersa por la habitación, sus ojos no podían evitar posarse en la joven que dormía plácidamente, una leve sonrisa adornando su rostro.Suspensó pesadamente, llevándose una mano a la nuca en un gesto de frustración.¿Qué demonios hice? —pensó, sintiendo el peso de la culpa oprimiéndole el pecho.Mientras se vestía, cada movimiento le parecía una eternidad. Colocándose la camisa, pasando el cinturón por las trabillas del pantalón, enfundándose en su chaqueta... Todo lo hacía en silencio, intentando no alterar la paz
El reloj de la pared marcaba las nueve de la mañana cuando Álvaro Gutiérrez, sentado tras su imponente escritorio de caoba, hojeaba unos documentos con expresión de fastidio. El despacho estaba en penumbras, iluminado únicamente por la tenue luz que se filtraba a través de las gruesas cortinas de terciopelo. Sobre el bar lateral, varias botellas de licor se destellaban como joyas bajo la escasa iluminación.Mientras Álvaro repasaba los papeles, un golpe seco en la puerta lo sacó de su concentración.—¡Pase! —ordenó con voz grave.La puerta se abrió y uno de sus hombres de confianza, vestido con traje oscuro y mirada inquieta, entró en la habitación.—Señor —dijo inclinando levemente la cabeza en señal de respeto—, hay alguien que desea verlo.Álvaro levantó la vista, irritado por la interrupción.—¿Quién diablos es ese alguien?El hombre tragó saliva antes de responder:—Dice que es amigo de Alejandro Ferrer... y que quiere hablar con usted.Álvaro se incorporó en su asiento, su cuerp
La luz del mediodía entraba a raudales en la oficina de Alejandro Ferrer, iluminando las superficies de cristal y los muebles de líneas elegantes. El murmullo lejano de la ciudad apenas se filtraba a través de los horribles ventanas. Alejandro, sentado en su sillón de cuero negro, hojeaba unos documentos con el ceño fruncido, completamente absorto en su lectura.El sonido de unos nudillos golpeando la puerta lo sacó de su concentración.—¡Pase! —ordenó sin levantar la vista.La puerta se abrió con suavidad y Ricardo Medina entró con paso decidido. Llevaba el saco ligeramente desabotonado y su expresión era una mezcla de cansancio y tensión.—Buenos días —saludó.Alejandro levantó la mirada, notando al instante la gravedad en los ojos de su amigo. Dejó los papeles sobre el escritorio y se incorporaron ligeramente.— ¿Qué tienes? —preguntó, entornando los ojos—. Traes una cara…Ricardo soltó un leve suspiro mientras se acercaba y se dejaba caer pesadamente en uno de los sillones frente
El sol de la tarde entraba en la habitación a través de las persianas entreabiertas, pintando rayas doradas sobre las sábanas blancas. El ambiente era cálido y tranquilo, lleno de una calma que parecía abrazarlo todo. Camila dormía profundamente; su respiración era lenta y pausada, como si su alma hubiera encontrado por fin un pequeño refugio de paz.La botella de medicamentos reposaba sobre la mesita de noche, junto a un vaso de agua medio vacío. Después de tomarlos, el sueño la había vencido, llevándola a un descanso profundo que su cuerpo necesitaba desesperadamente.Pasado un rato, Camila despertó. Sus párpados parpadearon perezosamente antes de abrirse del todo. Soltó un leve suspiro y estiró los brazos sobre la cama, desperezándose con movimientos suaves. Al mirar alrededor, se dio cuenta de que estaba sola en la habitación.Frunciendo el ceño con ligera confusión, apartó las sábanas y se incorporó. El suelo frío acarició sus pies desnudos mientras caminaba hasta el baño contigu
Adrien llevó a Camila de la mano, guiándola con cuidado por el sendero iluminado tenuemente por pequeñas luces que bordeaban el camino. La noche era fresca, el aroma de las flores silvestres impregnaba el aire, y una luna inmensa colgaba en el cielo despejado, como si quisiera ser testigo de todo lo que estaba a punto de suceder.Camila caminaba despacio, sintiendo el calor de la mano de Adrien envolviendo la suya, segura y firme. Pronto llegaron a un rincón apartado del restaurante al aire libre: un pequeño claro rodeado de arbustos florecidos y árboles adornados con guirnaldas de luces doradas. Sobre el césped, una manta de lino blanco estaba extendida, decorada con cestas de frutas frescas, copas de cristal fino y una botella de champaña enfriándose en un cubo de hielo.Adrien sonrió mientras soltaba suavemente la mano de Camila para ayudarla a sentarse en la manta. Ella, con una sonrisa de asombro, se acomodó mientras seguía mirando a su alrededor, maravillada por la belleza del l
Camila seguía abrazada a Adrien, sollozando contra su pecho, sintiendo un dolor que no lograba comprender del todo. Sus lágrimas empapaban la camisa de él, pero Adrien no hizo el más mínimo ademán de apartarla. Solo la sostenía, acariciándole la espalda con ternura infinita, como si su calor pudiera ahuyentar las tormentas que asolaban su alma.Su mente era un torbellino de preguntas sin respuesta. ¿Por qué haría algo así? ¿Qué habría sido tan grave como para obligarla a cambiar su identidad? ¿Qué vida había tenido antes de convertirse en Valentina Suárez? Cada pregunta era como una espina que se clavaba más hondo en su pecho.Con un temblor en los labios, Camila alzó la mirada hacia Adrien. Sus ojos, aún húmedos, brillaban bajo la suave luz de la luna. Con dedos temblorosos, acarició el rostro de Adrien, dibujando el contorno de su mandíbula con la yema de sus dedos, como si buscara asegurarse de que él era real, de que no se desvanecería como un sueño.—¿Tú sabes cuál fue la causa..
Adrien y Camila seguían compartiendo su noche mágica, esa noche que parecía suspendida en el tiempo, donde el dolor quedaba atrás y solo existía el latido acompasado de dos almas que empezaban a encontrarse. La brisa fresca de la noche acariciaba sus rostros, llevando consigo el aroma de las flores que decoraban el jardín del restaurante privado donde Adrien la había llevado.Ambos terminaron de comer, intercambiando sonrisas y miradas cómplices que hablaban más que mil palabras. Adrien dejó su copa sobre la pequeña mesa y, sin apartar sus ojos de Camila, le preguntó con voz suave:—¿Quieres que caminemos un poco?Camila, que jugaba distraídamente con el borde de su servilleta, levantó la vista. Sus ojos brillaban con una luz especial, como reflejando la tranquilidad que sentía estando junto a él. Asintió levemente.—Sí, me gustaría caminar —respondió, su voz apenas un murmullo cargado de ilusión.Adrien sonrió, esa sonrisa que parecía iluminar su rostro entero, y se levantó con movim
Adrien y Camila permanecían abrazados en la sala, inmersos en esa burbuja de tranquilidad que parecía haberse formado solo para ellos. El silencio era cómplice de su cercanía; el latido del corazón de Camila se acompasaba al de Adrien, mientras la tenue luz de las lámparas creaba sombras suaves en las paredes, envolviéndolos en una atmósfera de paz.Adrien acariciaba suavemente la espalda de Camila, sintiendo cómo ella se aferraba a él con la misma necesidad que él tenía de protegerla. Sus labios se posaron en la cabeza de ella en un beso cálido y silencioso.Pero aquel momento íntimo se vio interrumpido de pronto por una voz grave que rompió la quietud:—Disculpen... no quise asustarlos —dijo Eduardo, asomándose desde el umbral de la puerta.Adrien levantó la mirada hacia su padre, sin apartar todavía sus brazos de Camila. Camila, por su parte, se separó lentamente, un poco avergonzada, bajando la cabeza.—No te preocupes, papá —respondió Adrien, con tono tranquilo—. Llevaré a Camila